“Vuelo hacia la Miseria.”

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La mañana amaneció con velas encendidas.
Desayuno en penumbra.
Ducha rápida, a oscuras y taxi.
Aeropuerto. Dirección Gran Canaria.
Fumando en el exterior de la Terminal conversó con un señor de Roma, que viajaba para asistir al funeral de su madre.
Portón de seguridad, semi-desnuda, tacones en bandeja de plástico y dos bolsas en los pies.
Al entrar en la zona de embarque de aeronaves, Suelma va a El Aaiún, con sus cuatro hijos después de cuatro años.
Un año de separación por cada hijo.
Llaman a Suelma por el altavoz, y juntas corren con la chiquillada hacia la puerta de embarque.
Les desea feliz viaje, en árabe, y admira la sonrisa de la mujer saharaui.
Asiento azul de plástico y acero, diseñado para que no puedas dormir o recostarte.
Aroma de café, madre telefónica.
Embarcan en la aeronave, nueva, reluciente, y compartió asiento con una bióloga marina que viajaba a Azores a observar cetáceos.
El resto del pasaje lo conformaban familias jóvenes con niños, en plenas vacaciones.
Ladrones variados de la administración pública y empresarios disfrazados de periodistas televisivos completan el pasaje.
La tripulación fue muy antipática, apresurada en su explotación aérea, y afortunadamente el vuelo era de escasos treinta minutos.
Salió del aeropuerto de destino y conectó con una señora que había emigrado desde los EEUU en 1972 a trabajar en un Proyecto de UNESCO para aguas desaladas.
En 1972 empezó el fraude de desalar agua y venderla a precio de oro, ayudados por UNESCO, ahora tenía la confirmación.
Un dato que le dio la señora llegada de USA en 1972, clasista y racista, que manifestó durante la conversación “su asco por los negros y las moscas”, poniéndolos al mismo nivel.
Hablaron de medicina, cine y viajes. La palabra que la mujer más repetía era UNESCO…
Bajó de la guagua y anduvo, calle Triana adelante hasta encontrar un café, ansiosa por un disparo de nicotina.
Mientras tomaba café, fumaba y hojeaba los diarios, ojeaba a la vez el pulso de la calle.
Una mujer salió corriendo de la tienda de al lado, siendo perseguida por una empleada joven.
Más retrasada iba una señora de bastante edad, arreglada, con lágrimas en los ojos y desesperación en el rostro.
Más tarde cuando pasó de vuelta hacia el parque, allí estaba sentada, custodiada por la empleada joven que la persiguió y la señora mayor elegantemente llorosa, la ladrona.
Una mujeruca de cabello crespo blanco amarillento y ropa maltraída.
La ladrona lloraba balbuceando disculpas, apoyada por un hombre de aspecto callejero y barba del mismo color blanco amarillento.
Siguió su camino, neutralizada al observar, profundamente alterada por las condiciones de miseria que son cada vez más visibles.
Se agrandan.
Mientras tomaba café sentada, la abordó una mujer colombiana de mediana edad, con la que cruzó dos palabras amables en la fila para pagar el café.
Rimmel  azul, fue el tema de conversa, y se despidió con prisa agradeciendo su amabilidad y educación…
Miseria organizada.
En filas ordenadas.
A un lado las ladronas miserables, al otro las elegantes señoras.
Ella en el medio, como una muda testigo de todo lo acontecido, sin poder articular cualquier palabra o gesto que expresase la tristeza que inauguraba en su viaje la visión de la Miseria.

 

Fotografía de la autora: «Calle Triana, Vegueta,. Las Palmas  de Gran Canaria.»

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