Farah, la catástrofe y los depredadores.

Contempló con horror como la historia del manicomio de Bagdad durante los bombardeos de 2003, se volvía a repetir en Aleppo, Siria en 2012.
Esto le dio la pista de que el Horror Mundial, llevado de la mano del Terror, que ejercían ejércitos convencionales en pos de una “Democracia caduca”, versus Terrorismo de guerrillas, continuaba su esperpéntica labor genocida.
Confundida, veía las imágenes de soldados franceses, vistiendo máscaras de muerte para liberar a Mali de la “horda islamista asesina”. Contempló vídeos, de los que llegaba a dudar de su autenticidad, de amputaciones de manos por robo, en Azawad, el sueño Touareg, que había durado un suspiro.
Son más importantes los recursos franceses de Uranio en el Sahel que la vida de una tribu anterior al siglo VII después de Cristo.
Corroída su voluntad de hacer nada, devastada por el cúmulo cada vez mayor de despropósitos, dictaduras capitalistas disfrazadas de “Buenismo”, encabezadas por la cristianísima Angela Merkel y su repugnante Alemania, y finalizadas con Obama y Michelle bailando encima del escudo de la “Casa Blanca”, mientras en Egipto, Siria, Libia o Afganistán, morían cientos de miles de personas a diario.
¿Cómo era posible que el clamor de los locos del manicomio de Aleppo, abandonados allí desnudos, sin comida ni recursos, alimentados por la humilde gente del barrio bombardeado por el ejército de Al-Assad, y cuidados por dos celadores fieles, no parase aquel vals macabro de los Obama?
Ahora más que nunca se deben revisar las Teorías de Bakunin, Marx y celebrar la presencia en la Humanidad de Emma Goldman, ángeles, que fueron enviados para ser utilizados, cuando no masacrados como Trotsky, cuando su verdadera función era elevar el nivel de lo humano que ronda en la ferocidad de las bestias que circulan hoy día, por las calles de nuestras ciudades.

Soledad Gallego-Díaz: "Sin trucos, ni risas"

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De Farah, remontando las escarpadas cimas de la Hammada.

Se sintió agotada al pie de aquella escarpada cima que llevaba el nombre de Guajara. Sólo de mirarla decidió acampar en la llanura emocional, sin sentimientos, a prepararse para subir con su camella aquel sendero en compañía de su loba y su tortuga, en espera de la aparición de los cernícalos, que le dieran la orden de partida.
Había decidido repudiar su clan familiar, desafiando el amor que un día decidió tenerles, y vivir sola, sin clan, sin tribu, una mujer sola en la Hammada, desierto rocoso de escarpados volcanes apagados, allá por el Cuaternario.
Se sintió triste y vacía, y lloró en soledad, amargamente, al saber que no vería nunca a su clan.
Decidió, de una vez por todas que su tribu era de lobas y tortugas, seres más compasivos y solidarios, y eliminó toda duda sobre su solución. Cerró sus círculos mágicos para ellos, y jamás volvería a abrirlos, pasara lo que pasara.
Recordó de golpe todos los desaires, las humillaciones infantiles, por su aspecto moreno diferente al de sus hermanos, sus modales majestuosos, tildados de “amanerados” por su masculina hermana. Le dolió en lo más hondo de su corazón la falta de noticias de su hermano, y decidió borrarlo de su vida para siempre.
Con su madre la guerra venía de lejos, desde que ella naciera a gusto de su padre y no respondiera a ninguna de sus expectativas, siempre fracasadas de antemano.
Ella y su victimismo hebráico… Siempre con lágrimas falsas prestas a acudir a sus ojos, hinchados por la mentira de siglos. Manipulando desde antes de nacer, deseando que Farah fuera como ella quería, sin aceptar ser el arco que la disparara a la vida, fuese como fuese, aceptándola, siempre tarde y de mala manera. Pensó en que jamás, ni una sola vez la había escuchado decirle: Perdóname Farah, estaba nerviosa, me equivoqué… Siempre, fingiendo a las dos horas, que nada había pasado… Pero esta vez, todo había cambiado, se había roto finalmente un cordón umbilical envenenado que la ataba a ella, y a su venenosa actitud.
Los Derviches la había enseñado, ¡a ella una mujer!, a no manipular ni dejarse manipular, a estar siempre en sintonía con la Naturaleza, y eso no permitiría que se lo arrebatase familia ni clan alguno.
Sintió insomnio, ganas de tomar café y de disfrutar de su sabor, de su aroma mirando las estrellas, como sólo se ven en el Sáhara.

Una «Hamada» o «Hammada» es un tipo de paisaje de 

desierto pedregoso, caracterizado en gran parte por su

paisaje árido, duro, de mesetas rocosas y con muy poca 

arena


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De Farah, el agravio, el silencio y la soledad.

Se sintió agredida, en lo más íntimo de su ser, por los insultos de aquella arpía con cuerpo de hombre, desagradable, sin pelo, y completamente intoxicado por el alcohol.
Después de escuchar toda la noche los lamentos de un  lobo torturado por el encierro, se dispuso a acechar. 
Con el fusil en la mano, agazapada en su lecho, esperó a que algo sucediese, y así fue.
El desagradable ser, mitad hombre-mitad arpía, soltó su lengua de mujerzuela, al verla encañonarlo con su fusil. La insultó e intentó atemorizarla, huyendo al galope, dando gritos de cobardía, amedrentándola, mientras se alejaba.
Nada fue igual desde aquella noche, y unas ganas irrefrenables le atenazaban la garganta, sin poder estallar en un llanto reparador, hirviendo por dentro de la rabia. 
Deseó ser anónima, en un desierto nuevo, esta vez sin habitante alguno, y pensó que este lugar sólo podría encontrarse en el más allá.
 Por un instante atisbó la idea de prender su fusil, dirigir el cañón hacia su boca, y acabar con todo de una vez. Fieramente, como había sido todo en su vida. No le restaba nada más que escuchar, mezquindad alguna a la que asistir, desengaño al que no se hubiera expuesto…
Finalmente, optó por forzar su llanto, y la grave presencia de la compañía impuesta la atenazó, como si de la mano de un estrangulador se tratase, haciéndole faltar el hálito. Su poder vital se resquebrajaba, y nada deseaba hacer, más que disolverse, en una nueva mar de nada. 
Una mar de recuerdos atesorados, de amores antiguos y pasados en compañía. Negándose el placer de la nueva posibilidad.
Jamás creyó que el sufrimiento la pudiese llevar a lugar ninguno, y detestó con todas sus fuerzas la maldad humana, que la hacían perecer y nacer, una y mil veces, en un interminable carrusel.
Una vez ahuyentado el maltratador de lobos, no pudo restar en paz, sólo esperar el siguiente ataque, recordando que la vida en el desierto es así…. dura, despiadada y tremendamente solitaria.

De Farah, a la búsqueda del amor bajo las estrellas.

Farah pasaba los días entre la incertidumbre de la llegada del resto de su tribu, que traería algunas pertenencias del campamento, y el amor en solitario.
Amor prometido, bajo las estrellas, en mitad de la nada, con la pobreza como distintivo y las ansias de amar por bandera.
Intentaba evadirse, para no pensar en el bello hombre árabe que le había explicado su manera de amar y entender la vida, interrumpida ahora su comunicación por una tormenta de arena gigantesca, que los había alejado más de cuatro días. La incertidumbre la mataba, y a pesar de conocer hombres interesantes y guapos, sólo podía pensar en él.
Ya no podía prestar atención a nada ni a nadie. Conturbada su alma, por el amor disuelto en mil granos de arena roja, se sentía vacía, llena al mismo tiempo de satisfacción por haber encontrado un hombre que la comprendía y que, aparentemente, estaba dispuesto a compartir algo más que una noche con ella.
Una y otra vez, se debatía entre los que querían utilizarla, sin comprometerse a nada, occidentales todos, y su verdadero amor árabe. Sólo él alcanzaba a entender el alcance de su compromiso, con ella misma, con la vida y con el amor. Sólo él comprendía las noches en el desierto, una tienda y nada más, el cielo por casa y las estrellas por luz.
Se sintió desangelada y con frío, muchísimo frío. Sin él, pensando que todo había sido un engaño de los Djins.