DE LA COBARDÍA, Y DE COMO FARAH SE CONVIRTIÓ EN UN SER SALVAJE.




Se sintió insultada, en su alma de noble guerrera, por la cobardía de vivir sin honor.

Emplumó sus orejas, a la manera Guaraní, tatuó su barbilla, según la tradición Touareg, y se dispuso a despedazar la cobardía con sus propios dientes, si 
fuese necesario.

Un animal salvaje, desconocido, furioso, brotó de lo más hondo de su ser, ante la deshonra continuada. Añoró sus tierras, “las tierras malas”, que nadie quiso, y que ella amaba con pasión.


El recuerdo de aquella tierra roja, venturosa y feliz que le había devuelto la felicidad y la fiereza, la acarició. Pensaba que ya todo estaba perdido, cuando llegó 
allí, de la mano de su compañero, de mil lágrimas derramadas, melancólicos los dos por un mundo que ya no existía.


 Deseó volver a recorrer aquellos páramos que la hicieron feliz. Aquel desierto amado, arenoso en los Jables, y pedregoso en la Hamada. Su mente tenía 
grabada cada cima de cada montaña, cada sendero, cada gavia.

Sin amor, sólo deseaba ser mecida por el rumor del mar y la música del viento. Caminaría sin descanso, para siempre, en un eterno peregrinar. Como golondrina de 
África, volaría de nuevo a aquellas tierras, jamás abandonadas, sólo por un instante, el mismo instante en que fue desafiada, de manera brutal. Se juró no soportar más aquel despropósito de ignorancia, y tornó a ser salvaje, nómada mezcla de navegantes portugueses, cristianos nuevos del Reino de Navarra. 

Su sangre africana se mezcló con sus orejas emplumadas, a la moda guaraní, tupí, y emprendió el camino para no regresar jamás.

Farah en el Planeta de las Calabazas.

De repente había aterrizado en el Planeta en el que todo se transformaba en calabaza.

Recordó un cuento, le costó, ya que odiaba ese cuento con todas sus fuerzas de mujer.

Hablaba con personas que encontraba, y tras un par de sucesos vividos junto a ellas, se transformaban en calabaza.

No era a medianoche, como en el cuento odiado, era así, a cualquier hora del día o de la noche. Con Sol radiante, nubes o lluvia. Con Luna creciente o menguante. Todo se tornaba calabazas.

Se sintió maravillada, estupefacta, al comprobar que el cuento de su infancia, en cierta manera se volvía realidad, ¿o la realidad se tornaba cuento?

Se sintió desvariar, la música de Roberto Carlos sonaba en su cerebro desde hacía dos días, y la vio reflejada en una pantalla, carretera adelante. Camión de carga, Brasil adelante.

Aparecieron ante sus ojos Petrolina, Lençois, Mucurugé, para luego volverse calabazas, de una vida pasada en la felicidad de la inconsciencia de lo que estaba por venir, cuando sus pies pisaron aquellos parajes, realmente, y no en la pantalla-calabaza.

Hablaba con amores-calabaza, que no resistían ni hasta la medianoche, desapareciendo la bandada de corazones rojos, apareciendo en su lugar calabazas que reían crueles, de ella, mientras 
cocinaba.

Observó la felicidad de la loba Habiba, durmiendo en su lecho de color verde, regalo de su tía Calabaza, que se había desmoronado ante ella dos días atrás, casi llorando, implorando una compasión obtenida.

Farah era fiel, amaba a sus amables y desconfiaba de tanta calabaza…
Alguna cosa extraña estaba sucediendo en su vida, pero no vio un mal signo en todo aquello. 

Muy al contrario, observó como una nueva realidad se abría ante sus ojos. ¿Muro de Berlín? ¿Primavera árabe? Sólo un montón de calabazas, y sonrió para sí misma, acostumbrada a aquellas historias de magia del Norte de Brasil…

Del Silencio, la ausencia de nación y otras incertezas.

Decidió dejarse invadir por el Silencio, de sus tripas, su corazón latiendo, sus huesos estallando por el frío que se resistía a abandonarla. Desde hacía días  se sentía de ningún lugar. Recordó las palabras del cantante, que decían que las cosas no llegan a realizarse como uno las imaginó en su origen.
Esta declaración la convirtió inmediatamente en Ciudadana del Planeta irrealizado, desechando, por demasiado obvias, nacionalidades, fronteras, banderas y ejércitos, por demás inservibles.
El Silencio de las tripas le permitía escuchar el llanto, la agonía de todas las personas atrapadas por sistemas, fueran nacionales, transnacionales o internacionales. Y decidió continuar en aquel Silencio un día más, por recomendación del Aire.
Áspera, se desprendió de cualquier sutileza que no fuera la voz que cantaba, primitiva en su origen, elaborada en su modernidad.
Continuó ásperamente esculcando, arguyendo y sospechando, de cualquier cosa que no fuera animal, planta o piedra. Excluyó, por supuesto, a la “Hermandad de los que saben”, por hallarla cierta, segura e incorruptible.
La sonrisa de la radio le acarició el oído. Hablando de “diques secos”, educación femenina, ¡oh, al fin alguien pensó que existimos!
 En su pensamiento escachado, por miles de años de Civilización errónea, incierta, Imperial o Republicana…

LOS NIÑOS…


Los niños de El Salvador eran arrastrados por la tropa asesina, entrenada por los EEUU, para convertirlos en niños 
soldado. Los niños de Liberia, Afganisthán, y de todos los países del mundo, os maldecimos. A vosotros, ladrones de 
sueños, repugnantes arrebatadores de sonrisas e inocencia.
Los niños que ahora mismo duermen en las calles de Bombay, con toda su familia en un cartón, por el que han de pagar alquiler, las niñas casadas con viejos malignos en Mauritania, las niñas mutiladas en Gambia, os maldecimos, por desgraciados y perpetuadores del horror, de la tristeza, y 
por cambiar la felicidad de la infancia por llantos y gritos de terror.
Los niños de Palestina, de Israel, de Iraq, os maldecimos por asesinos, por habernos tirado misiles y bombas incendiarias, cuando no gas nervioso, minas anti-persona que nos han dejado sin brazos o piernas, quemados los sentimientos, la vida y las ganas de ser personas felices.
Los niños de la calle de Brasil, que serán masacrados a miles antes de la Copa del Mundo o de las Olimpiadas, también escupen en vuestra cara, porque habéis perdido la vergüenza, el honor y la dignidad, peor aún, quizá nunca la habéis conocido, convirtiéndoos en meras réplicas de 
vuestros maltratadores, abusadores, masacradores…
Nunca me borraréis la sonrisa, ni olvidaré que fui feliz, siendo niña, aunque me lo pusiérais muy, muy difícil.
Las niñas y niños del Sáhara…