De Farah, descuartizada, o "Piece of my heart" Janis Joplin


Farah se sentía como un cuerpo descuartizado, desde el día anterior.

Aquel día oscuro en el que fue imposible distinguir el día de la noche, excepto por los relámpagos.

Pensaba en el amor que sentía brotar con toda la fuerza, con todas sus palabras por aquel hombre joven de sonrisa de esponja marina.

Recordó a “Tiradentes”, líder de la “Inconfidencia” de Minas, Brasil. Traicionado y descuartizado por sus propios amigos.
Se sentía sin algunos pedazos, arrancados de su cuerpo cansado, a sangre fría. Le había dolido mucho. Su corazón se lo había llevado el hombre joven, el más guapo del mundo. Otra parte se la había llevado su amiga, al excluirla telefónicamente con tanta frialdad que reveló la confianza deshojada y marchita, como sus flores después de la tempestad de viento.
Una parte importante se la habían llevado Angola, Brasil, Alemania, Italia e Inglaterra, tirando de su cuerpo, estirándolo hasta que se quebró en cien mil pedazos. Cada pedazo hablaba un idioma y tenía una cultura diferente.
Su movimiento de rebelión había sido “Vivir sin manuales”, aceptar la diferencia de su feminidad masculina, mostrarla al mundo desde la infancia y soportar la interpretación que, cada uno de los seres con los que había topado en su vida, había hecho de ello.
Sentíase pues, Farah, sin cuartos de los que tirar, para sacar algo más de ella. Exhausta y famélica, solo podía pensar en cosas banales, armarios, armazones de camas, sofás…
Y aún le pedían más: esfuerzos en ser amable, servicial, amante perfecta con corazón de hielo, comprensiva, y en su cabeza retumbaba como en un viejo eco la frase acuñada por el viejo filósofo hindú, “Ponte en mi lugar”.
De tanto ponerse en el lugar de los otros, Farah había empezado a encontrar el suyo propio a los cuarenta y cinco años. Dientes atornillados, robot postcolonial, piel un poco ajada por la salud quebrada por la Globalización. Se dispuso a lavar la única ventana que le restaba añadir a su decálogo de cosas banales, y predispuesta a observar con mucha atención el siguiente pedazo de carne roja, palpitante y viva que le sería arrancado, para identificar al descuartizador, amarlo y fingir que eran amigos…
El teléfono anunció la insistencia del hombre más guapo del mundo, a primera hora de la mañana. El timbre inagotable, ella sin atender la llamada apavorada, cantaba “Quiero escudriñar hasta el último rincón de tu alma, saciarme de ti, atiéndeme…”

De Farah, con los revólveres a la cintura.

Pensó en aquel hombre joven, guapo y normal.
Nada llamaba la atención en él. Trabajo normal, vida normal, rostro viril y sonrisa esponjosa.
Sintió miedo de lo que se avecinaba.
Una y cien veces, la misma historia repetida, siempre la misma historia en su vida, desde que se enamoró la primera vez.
Tanto se repitió que creyó ser una mejicana con dos revólveres a la cintura, retando al mundo con una botella de tequila: ¡Quien no beba se las tendrá que ver con mis pistolones!

 

Se convirtió así en una mujer alcohólica, desagradable, machista y cabruna. Todo lo que rechazaba en ellos se le pegó como en un hechizo.

Cada vez que le gustaba un hombre procuraba ser lo bastante desagradable para que saliera huyendo, librándose de esta manera de la decepción venidera.
Cuando uno de ellos se topaba de frente con aquella locomotora en marcha que era su alma, se espantaba y no lo veía nunca más. En muy contadas ocasiones alguno se había quedado junto a ella, y a sus revólveres cargados…

 

No habían salido bien parados. Su pesada losa infantil acababa por salir en un momento u otro.

A veces pensaba que hacía todo lo posible, aún amándolos con locura, para quedarse sola y seguir aquella senda que le había marcado Valentina Tereshkova, la mujer cosmonauta soviética.

Llegar a la Luna, orbitar en silencio en el espacio, dando vueltas sin parar, escuchando el piano napolitano, con melodías de cabaret decadente.

Pensó en quién sería el cobarde, si ellos al verla echar humo desde su alma metálica de superviviente, o ella en su afán por sabotear cualquier vínculo emocional.
Se arrulló en el violín y la pianola para disfrutar de su duda. Eso significaba que aquel hombre joven, normal, trabajador y bellísimo la había puesto en jaque-mate, de nuevo.
Le alegró sentirse viva y por primera vez en su vida no tuvo prisa por espantarlo. Quizás porque lo sabía inaccesible y distante. Se empeño en aquel imposible, y deseó con todas sus fuerzas que no le telefoneara más, anhelando que la llamara…

De la sencilla Sufiÿa, la glotona Liberty, o "Como dejar de ser de piedra"


La sentencia había sido pronunciada:
“Los moros son malos”. Lo había dicho aquella reina de piedra con una antorcha en la mano. No se sabe muy bien, aún hoy, que quiere decir esta antorcha…
Solo se sabe que aquella reina había emitido ya miles de sentencias en sus menos de cien años de vida, todas terribles. Al menos cinco guerras había desencadenado en su afán de gobernar desde su injusto nombre: Libertad.
Nadie podía entender como llamándose así era tan despiadada, y tampoco entendía nadie como no se había tratado su “bulimia nacionalista” que le producía una erupción de barras y estrellas.
Su homóloga española, llamada Sabiduría, aunque nadie en su país conociese la esencia de su verdadero nombre árabe, era quien menos podía entenderla, en ese afán de arqueóloga, por desentrañar las voces de estatuas de piedra. En un arranque de bondad infinita, Sabiduría se dedicó a tener nietos y más nietos.
Sabiduría llamó a Liberty por teléfono, e-mail y paloma mensajera, sin saber aislada en su extrema sabiduría que era de piedra inconmovible y sólo hablaba con los demás a través de los agentes secretos y del ejército.
El mensaje decía, más o menos, que no se preocupara tanto por unos metritos de tela azul o del tamaño de la barba de ciertos moros, pues eso podría reavivar su urticaria en forma de barras y estrellas… Mejor sería tener unos nietecitos para su mamá la reina Gibraltar, que andaba empecinada mareando a toda la corte con el olor de sus “colonias”, pura “chochez. Unas “colonias “ de olor dulzón como la sangre, que producían alergia a todo aquel que se acercase, ya fuera noble o plebeyo.
Sufiÿa, como era tan sabia, conocía el significado del nombre de la abuela y la madre de Liberty, es más, sabía que eran nombres de origen árabe, como el suyo propio.
Así ante lo infructuoso de la mensajería –mail, Sabiduría se dirigió rumbo a Manhatan, lugar de residencia de Liberty desde el cual había contemplado el hundimiento de sus Torres más altas. Allí vivía desde que fue expulsada por Francia, con la excusa de un regalo…
Allí estaba, presidiendo la bahía justo a la entrada, cuando su amiga llegó. La saludó agitando el Tratado que habían firmado para lo de las drogas, allá por el 1934, pero ¡sorpresa! Ni Liberty se inmutó ni Sufiÿa recordó que era de piedra.
Sabiduría la amenazó con una “Marcha Verde” de flamencas armadas de panderetas que invadirían el peñón de su madre, Doña Gibraltar y entonces, Liberty torciendo la expresión la miró al estilo Mcarthy y le espetó con burla:
¡Ten cuidado no te vaya a salir mal lo del Sáhara! Añadiendo con sorna ¡Listita!
Sabiduría, abochornada casi pierde la peineta heredada de su rara suegra Doña Maria de la Fotosíntesis, gritó:
¡No, lo del Sáhara no!
¿Ya te has olvidado que permití que tu madre reparase su “Incansable” submarino en mis ex aguas aún después de lo de Utrecht? ¡Malagradecida! Dijo mascullando por lo bajo, tapándose la boca con su nieta, a la que habían dado su mismo nombre.
¿No te dejó mi alegre nación “plus Ultra” despegar en tus devaneos aéreos con aquel “Golfo”?
¿No te regalamos Cuba, Filipinas y Puerto Rico? Pensé que te habías tratado la bulimia nacionalista con aquel brujo que te recomendé, el del bigote, Don Jose Mari, con lo bueno y certero que es…
Deberías madurar- dijo Sabiduría arreglándose su vestido- usar tu majestuosa placidez y tener unos nietecitos. ¡Desaprensiva y mala hija! ¿No te da pena tu pobre madre?
A ella no le interesan más que sus palacios y sus millones de ester-linas, respondió Liberty, ¡nunca me ha querido realmente! ¿No recuerdas cuanto sufrí para que me diera la independencia? Por eso exploto furiosa cada cuatro de Julio… dijo sollozando.
Bueno, sosiégate “Libe” todas hemos sufrido mucho en estos doscientos años. ¡Mira tu prima Israel que sufrida y callada! Ni lo de los ghetos ha podido con su entereza, que elegancia y donaire nacional…De vez en cuando se calma matando unos cuantos escolares, pero no tiene ni punto de comparación con lo tuyo… ¿Qué rara eres! Tienes que aprender a ser sencilla y discreta como yo.

Dicho esto, Liberty dejó de ser de piedra como por arte de magia, y agradecida, se deshacía en pequeños pedazos de puro elogio hacia el psicoanálisis terapéutico de su amiga Sufiÿa. Parecía que por fin había sanado para siempre su desagradable bulimia que le había hecho deglutir, una tras otra, a Nicaragua, Panamá, Chile, Brasil y hasta la huesuda México…