De Farah acusada de astucia por la rata masculina, que antes era conocido como el hombre-amor-de-ovillo-de-hilo

Desterró toda gana de presagios y expectativas ante la carta recibida y se quedó mal asombrada, como dicen en el Agreste de Brasil. 

Quedó tan estupefacta al leer las palabras de aquella rata masculina, a la que ella había amado hasta la locura durante los últimos cinco años, que leía y releía el mensaje que él le había escrito la noche anterior.

Escuchó las letras del fado, sosegándola, mientras Amalia Rodrigues cantaba, “no es desgracia ser loca, si las locas no sienten nada…” mientras repensaba como aquella rata le había dicho que utilizaba su astucia para hacer girar el mundo en sus manos…


Aún no podía dar crédito a que él se describiese tan bien a si mismo, reflejándose en ella como en el espejo más limpio de todo el norte de África, mientras las bombas caían sobre Libia, no se sabe bien si sobre Cirenáica o Tripolitánia. 

Retiró su amor precipitadamente y cayó en la cuenta de cuanto se equivocaba a veces. De cuan inocente era y como adoraba descubrirse a su edad, aún engañada por el amor. Sí, por el Amor con mayúscula, no con nombre de persona sino más bien de diosa: Venus. 

Sintió que debía continuar su peregrinar por el avatar que la voluble diosa romana había preparado para marcar su sino, y se dispuso a andar hacia lo desconocido una vez más, sin temores, como la mujer aguerrida y seca que había sido siempre, desde que era niña.

Pensó en la astucia y en el sentido negativo que la rata había querido darle. Él ponía el acento en una habilidad para el engaño y la manipulación, que él mismo había usado con ella para comerse todas sus reservas de grano para lo que restaba de primavera. 

Rió divertida por la ironía de como había transformado aquella rata el cuento: la cigarra, antes de ponerse a cantar, e incluso mientras aporreaba de mala manera aquella pobre guitarra, había llenado sus buches de roedora antes de que llegase el fin del invierno.

La hormiga Farah recalentó su sopa marroquí mientras acariciaba en su mente la voz de su hermana Malika que la había telefoneado esa mañana…

La Gente


Cuando abro la mirada hacia las personas procuro guardar el máximo posible de cada quién, con una impresión en mi retina que, a veces parece el fogonazo de los daguerrotipos que hacían retratos en placas de plata. Me cautivan las miradas, los gestos, cuando no la actividad realizada, el cabello o la luz que iluminan unos ojos en contraste con el sol.

Al Kaummun es la palabra árabe que significa la gente.

The People, en inglés.O Povo, en portugués y elegiré, por ésta vez y en honor a mis anfitriones que me hospedan amablemente, en italiano, la folla, que quiere decir la multitud, pues se acerca mucho al tipo de sociedad en el que vivimos, después del fenómeno mundializador, que ha mezclado culturas idiomas y voluntades, con caracteres personales, alfabetos, imágenes y olores de todo rincón del planeta, según mi punto de vista enriqueciendo la vida y dándole el verdadero sentido.

Solo resta decirles que mi acercamiento al arte es del todo autodidacta y que quizás les recuerde a los garabatos de un niño, y esa es precisamente la intención que he querido darle a mi humilde trabajo, ya que como dicen los chinos “¿Si uno pierde la inocencia, en este caso de la mirada, a dónde irá a llegar?”

El arte es para la gente, el pueblo que vive y siente lo mismo que el artista, pero a este le ha sido dado el honor y la condena de vivir entre colores, colas, papeles diferentes y a través de la magia que existe en cualquier proceso creativo, transformar todo eso en el trabajo que pueden ver hoy aquí. Encontrarán gente de África, América del Sur, Canarias, pero también encontrarán gente que no existe pues de tanto ver personas en multitud, empieza uno a verla hasta donde no la hay. Encontrarán animales imaginarios e insectos que para mi son gente también y me fascina observarlos.

Para mi, mis dibujos son como las ilustraciones de un antropólogo, que, observando el mundo, atesora la crónica de un tiempo destinado a desaparecer, por lo efímero de la gente y el cambio de paradigma cada vez más veloz. Son, a veces, meros esbozos que luego se integran en un mundo más grande, formado por trozos de etiquetas, tarjetas de embarque aéreas o fotografías de comidas varias, imitando aquellos trabajos que nos enseñaron a hacer nuestros amados profesores de la infancia, siempre siguiendo la línea de la inocencia como valor a rescatar, a través de la responsabilidad del artista para comunicar y preparar a la gente para lo desconocido, y, en definitiva, darle metáforas con las que soñar.


Texto de presentación de la exposición «La Gente»

Farah, al filo de la noche.

Asomada a la terraza, Farah contempló el filo de la noche, que cortaba la silueta de las montañas con un cuchillo negro. Drogada por la voz de Fayrouz
para escapar de la tristeza, cayó de lleno en el abismo de la amargura, y pensó.
Pensaba que su vida se había puesto al mismo borde de la noche desde que era una niña, huyendo de casa, siendo una niña politizada y rebelde donde las hubiera, y que por eso, ahora sentía como el filo del cuchillo de la noche cortaba su corazón en pequeños pedazos delimitados por la sombra. La sombra, acariciada sin saberlo, que era su misma sangre derramada aquí y allá, por arbitrarios mamarrachos que la habían despojado casi por entero de su alegría en los últimos meses.
Deseó armarse, como beduina que era, y recoger el manto de su abuela, como decía Mahmud Darwish
el poeta palestino, lleno de telas de araña, tejida por siglos de opresión, sangre y muerte. Amó como sólo saben hacerlo las beduinas, con una fiereza rayana en la locura y ahora se encontraba estafada, sola, con la única compañía de lobos y cernícalos.
Debería abandonar, una vez más, el sendero conocido, que se borraba entre la arena del desierto urbano, y no volver a visitar nunca más los lugares en los que había acuchillado su amor, perpetrando la masacre que ahora asolaba su corazón, en compañía de su amado, sola, sin el calor de su abrazo en las noches heladas del desierto.
Pensó en el lunes siguiente, en el corre-corre del precio del petróleo, la ira desatada en falsos musulmanes por los mercados financieros, para reflotarse, colonizándolos, caricaturas de árabe, obsesionados por ser como América.
¿Dónde huiría? ¿Dónde podría recomponer los pedazos en sombra de su corazón ensangrentado? ¿Dónde su nacionalidad, su manto raído por las humillaciones que habían sufrido las mujeres desde los tiempos de su abuela por amor?
Se preguntó con odio dónde había nacido el tal amor que era como la democracia, y como la ogresa magrebí Haguza
, “todo el mundo habla de ello, pero nadie sabe quien es…”
Enjugó un torrente de lágrimas y se felicitó por ser sensible, amar y ser beduina, en el fondo una mujer que no necesita a casi nadie, que puede cambiarlo casi todo por la arena, unos trapos raídos y una banda de lobos y cernícalos. Allá marcharía Farah, paseando su sombra, que oscurecería toda la luz del planeta por preguntona, rebelde y apasionada, enfilando un nuevo sendero, conocido solo por ella, guiada por las patas de la loba Habiba y por la vista y las alas de todos los cernícalos del mundo.

Texto y fotografía originales de Jesús Azcona Cubas.

Farah y el hastío del amor imposible.

Harta de hombres cobardes que huían, de la locomotora en que se había convertido Farah en su madurez, deseó estar sola y alejarse, adentrase en el desierto y hacer su trabajo, sin más, como hacen los indígenas.

Notó que tenía verborrea, a fuerza de hacérsela padecer a sus amig@s. Pensó seriamente visitar a la psiquiatra que le había dicho que era una mujer de muchos recursos para hundirse por el abandono de un hombre. Se resintió de la maldad padecida los últimos días, por inesperada y venir de donde venía. Se amalgamó con el hartazgo para no volver a vomitar por las mañanas, justo cuando un nuevo día se abría sin la presencia cálida de aquel hombre a su lado en la cama. La loba Habiba había enfermado como Farah, el día que él se marchó. Ninguna de las dos reconoció un heredero al trono que Farah dejaba libre para un compañero. Deseaba sentirse aupada, revigorizada por el amor, pieza clave en el mundo del poder.

El mundo de la Política Mafiosa de Sartre la saludó con la inminente invasión americana de Libia. Nuevamente debería asistir a la colonización, al despojo y el asesinato en masa de los suyos, su nación árabe, la única.

Sintió tristeza, como cuando la Naqba invadió los corazones árabes después de ser derrotados por Israel, una tristeza cultural, aciaga y mocha de futuro, y decidió buscar la compañía de su amiga la langosta sin barbas. Le gustaría saber su opinión con respecto a sus planes de abandonar Europa para siempre, desembarcar en el mundo real, duro y demoledor que significaba perder aquel colchón de pretendida civilización, que a los ojos de Farah comenzaba a deshincharse con un ruido de pedo pestilente. Antes de perder la oportunidad de poderse establecer en algún lejano rincón del planeta deseaba lanzar una última andanada de cultura, esparcir sus palabras, sus trazos infantiles en el papel y darlos a un mundo que ya no la representaba y en el que era una enemiga. Deseó ver la foto de Gamal Al Nasser y refugiarse en sus ojos negros, puros de fervor hacia la nación única, su sueño, en pos del de Martin Luther King: “que no nos den un cheque sin fondos…”