Mi ventana tiene rejas, de un poco a esta parte. Siempre seguí el consejo de “El Loco” como me enseñó Khalil Ghibran, el poeta, y dejé que me lo robaran todo, para que mis máscaras de oro no me impidiesen ver el sol.
Ahora ya no quiero que me roben nada. Mantengo con celo mi corazón, tras una reja, a la que acceden muy pocas personas.
Mi corazón, que un día florecía como aquel tulipán, languidece ahora en una vida que no sé si merece la pena ser vivida.
Atravesé el Océano, el desierto, ríos y me revolqué en las arenas esperando comprender. Y no encontré nada. Nada, más que el sinsabor de una vida mezquina, que te escupe día a día que eres débil y repugnantemente vulnerable. No necesito esconderlo, jamás lo necesité. Siempre fui a la guerra sin armadura. Por eso ahora mis cicatrices hablan.
Hablan más de mí que yo misma, y sólo basta leerlas para comprender.
Parecieran latigazos propinados por un amo maligno que me ha poseído hasta la extenuación, y me ha hecho trabajar muy duro, por un vestido y una comida. Lo llaman manumisión, pero no debo saberlo porque soy una esclava.
No participo de las ganancias, y mi vida es reproducir el bien que va a otra mano. Mi mano está cansada de empuñar el libro, el lápiz y el papel. Mi esclavitud ahora tiene rejas, como si fueran necesarias.
Miles de talentos se convirtieron en mis grilletes, mis cadenas eran de pasos de baile y de notas musicales. Mis latigazos fueron cada palabra que me preguntó cuánto me pagaban por brillar como una estrella, sin miedo. Y ahora tendré mi Alforría.
Mi carta de Libertad de esclava vieja. Compraré mi vestido y pagaré mí comida, trabajando y sudando, una vez más, esta dicen que siendo libre.
Y yo me pregunto, si de verdad esta vida merece ser vivida.