Nadie más que tú…

Nadie más que tú podría saludarme ante la belleza de la voz palestina.

Canta sin adornos, a capella.

Nosotras somos lo contrario.

Un mundo de collares, pulseras, pendientes y Hiyabs de todo tipo de tejido.

Traficamos con vestidos, melfas, foulards y pantalones.

Joyas de plata amazighs y mantos tejidos en Mali.

¿A quién le hablaré de Abdelá Taia?

Con quién compartiré con fruición sus novelas, que juntas hemos atesorado, una a una.

Tu risa socarrona no certificará nuestras diatribas políticas.

Nuestra Comuna de Mujeres tendrá que resistir al asedio sin tu majestuosa presencia, hiyab al hombro y botas con monedas de El Cairo.

Con quién hablaré del ajuste del salario, del papel de la máquina expendedora y del recorte sanitario que nos ha matado las ganas.

Me saqué ayer los dos ojos para comprar las bombonas, para poder cocinar y bañarme, pero eso sólo nos importa a ti y a mí. A las Pobras.

Punta Mujeres, Marrakech, Lisboa y El Cairo te echarán de menos.

Nunca tanto como nosotras, a las que tu estrella iluminó y guió tantas veces.

 

“Décimas de Carmita García”, por Juan Betancor, Tuineje Fuerteventura 1900-1996.

1

“Dice Carmita García

-Si no cambia mi intención

me marcho con mi Ramón

al llano de Bastián Díaz.

Ya no quiero más folías

tampoco quiero bailar

sólo quiero amar

y por lo tanto me voy.

La que siempre he sido soy

si bien me saben mirar.

2

Quise con ansia a Ramón

y él me adoró con ternura

y fue tanta mi locura

que le entregué mi corazón.

Y aquella dulce ilusión

mi casa me hizo dejar

sólo por ir a abrazar

al hombre que tanto adoro.

¡Ay! cuando lo pienso lloro

y sufro por querer gozar.

3

Mi hermano marcha a la guerra

para defender a España

y yo pisando esta tierra

por culpa de quién me engaña.

Sola dejé la cabaña,

pobre choza en que nací

por eso lloro ¡ay de mí!

que me perdí sin reparo

y tendré que pagar caro

el amor que puse en ti.

4

En el amor como la rosa

que tan bonita parece,

cuando en el rosal se mece

no hay que dudar que es hermosa.

Es cual la luz primorosa

que nos alumbra de día,

es cual la mujer perdida,

o, mejor dicho, cual yo,

pobre flor que se perdió

en el rosal de la vida.

IIª parte.

1

¡Válgame dios, que locura

lo que en la costa ha ocurrido,

que para tener marido

no fue necesario el cura!

Resplandeció la hermosura

de un hombre y una mujer

que se supieron querer

con la bendición del cielo

y de cama el duro suelo

dónde se entabló el placer.

2

No hubo siquiera un colchón

donde poder arrullar

la venus que supo amar

las fibras del corazón.

3

Tan solo se oyó un clamor,

según afirma un muchacho.

porque todo el hombre macho

exclama un ¡ay! de dolor.

La culpa tuvo el amor

que siempre ha de ser chiquillo

y así corrió el barranquillo

y las gavias se llenaron

y los amantes mataron

todo el salón y el polvillo.

“En Fuerteventura se llama “salón” a un ligero manto salinoso que cubre los márgenes de los terrenos cultivables cuando la sequía es persistente. Esta hace también que la capa superior de tierra de la gavia se haga más fina; este es el “polvillo”, nota de edición original.

Fotografía de la autora: «Batalla de Tamasite», tabla al óleo de la Iglesia de Tuineje.

“Ishtar, la lluvia y la amada amiga que se fue”.

Aún no amanece.

La lluvia te despide. El mismo cielo llora tu partida, amada amiga.

Atisbo en el balcón y veo a Ishtar, el Lucero de la mañana, y sé que estarás ahí.

Espérame, que no tardo en acudir a abrazarte.

Lágrimas que no me dejan ver nuestras letras queridas, serán pocas pues sé de tu apego a la Alegría y la Risa.

No me extiendo, cualquier palabra más te ofendería.

Para siempre en lo más hondo de mi corazón, amada amiga.

“Bruce Lee en Somosierra”.

La primera vez que vi a Bruce Lee fue en un póster de la pared, en una casa del barrio de “Somosierra”. Se habían puesto de moda los “Nunchakus”. La siguiente vez que lo vi fue en un cine de Agadir, “Bruce Lee” en un cartel repintado y recordé la pasión que sienten los hombres árabes  por este tipo de cine.

En Somosierra había un cine, que  en mi infancia reformaron y se llamaba nada menos que “Cine Costa Sur”, aunque para todo el barrio era el “Cine del Tabobo”.

Recuerdo noches memorables, con mi madre viendo a Omar Sharif y Julie Christie en aquella mansión congelada de aquella falsa Siberia, rodada en España.

Junto a la salida del cine, en frente estaba el Kiosco de “Martín el Nervioso”, al que la gente cruel de la época le gustaba acosar, recordándole su enfermedad a gritos y burlas.

Recuerdo las películas de “Fu Manchú” en la “matiné infantil” que costaba menos de medio duro, y de noche ir a la sesión de adultos, mi madre vigilando los “rombos” dictatoriales en el cartel, a ver “Los Girasoles” con Sophía Loren y Marcello Mastroianni.

Llegó la “Teología de la Liberación” y con eso el barrio se hizo “comunista” en 1975 recién “muerto” Franco, el asesino.

Vino toda mi familia del Sáhara, huyendo de las tropas marroquíes que lo ocuparon.

En aquella iglesia cantábamos y veíamos películas en “Súper-8” de las hambrunas de “Mato Grosso”.

Ametrallaron a Bartolomé García Lorenzo, con quién pasaba tardes en la casa de los “curas comunistas” junto a su novia Mercedes.

Las piedras, barricadas y cargas de los “grises” borraron a Sophía Loren y la inocencia de mi infancia ametrallada.

En 1978 vi a mi padre salir a votar la “Constitución” y en 1979 ya no vivíamos allí.

En 1979 no era cosa simple ser transgénero. Robaba los tacones de mi madre y los llevaba en una bolsa con algunas prendas femeninas, que me cambiaba un poco lejos de la casa de mi padre. Me creaba una identidad ficticia y me socializaba como “niña”.

Harta de insultos y de golpes, trazaba mapas mentales de las calles que eran seguras para mí, y me recorría la ciudad por mi mapa mental de “alta seguridad”.

Me acostumbré ya con 16 años, a realizar ataques de venganza a los “tú aquí no entras, maricón” o los “esa en mi coche no se sube” para ir a la playa. Los “bájate de mi coche, maricón” a 7 u 8 kilómetros de mi casa eran vengados con violencia, porque no es fácil en una ciudad pequeña.

Todo se “solucionaba” llegando al punto de ataque por una ruta invisible llevaras el atuendo que fuera en aquel país en blanco y negro, con mucho gris y verde militar.

Le lanzabas una silla, o mesa llena de vasos y copas de vidrio encima al “objetivo” y desaparecías por una ruta segura de escape, mentalmente construida de antemano.

Un bolso con muchas cosas te permitía  cambiar casi completamente de aspecto, pasando por mi “mapa seguro” hasta llegar a salvo a casa.

Pasaba tardes y tardes en compañía de Yeyo Millet, el poeta marica maldito, que me hablaba de “La Ocaña” y de Toni Negri y  “Brigate Rosse”.

Y conocí Madrid, en 1982, y la maldad de Felipe González.

Para Timi, el chico guapo de reloj dorado.