De cuando Farah se convirtió en abuela por tercera vez y rejuveneció veinte años

Cuando contempló la imagen de si misma, con la niña Sol en brazos, recordó las conversaciones que había tenido con los niños que había criado hace veinte años y que ahora tenían sus propios niños. El agradecimiento de estos muchachos y muchachas a los que ella bañaba puntualmente a las 8 de la noche para poder cenar todos juntos, escuchando la conversación totalmente libre entre ella y los niños, le devolvió un placer que ella había sentido, haciendo posible que fueran grandes hombres y mujeres. Su pequeña contribución, retratada ahora en una imágen que parecía de inmigrante siciliana de 1900, parece que continuaba y que tenía frutos, recompensas y hasta retratos.
Se sintió con la fuerza de veinte años atrás, cuando cargaba una niña en su cuadril y llevaba a otros dos, hermanos los tres, todos los días de paseo, una vez revisada la tarea y el trabajo de la escuela. Entonces empezaba una fiesta en la que se sentían libres, y crecieron con una tolerancia que ellos ahora creen que se las di yo.
Siempre les hablé como adultos para que se acostumbraran a asumir sus responsabilidades y jamás intenté humillarles ni menospreciarles, cosa tan dolorosa para un niño.
Ha sido la época en la que más felicidad vida y amor he dado y me viene de vuelta ahora, en forma de nieta Sol, que es preciosa y seguro que tendrá un futuro brillante como su nombre indica.

De cuando Farah rechazó la sexualidad rocambolesca.

De pronto conoció a un chico en Internet que quería presentarse en su casa con una peluca y vestirse de prostituta. Ella le dijo que viniese para comprobar de qué tipo de persona se trataba, como era físicamente y en el fondo analizar aquel comportamiento.
A la hora convenida sonó el timbre y subió apresurado un muchacho guapísimo con un cuerpo fornido, que al momento se sintió decepcionado por la ausencia de género de Farah. Él deseaba otro varón fornido que le acompañase en su rocambolesca y oculta sexualidad y claramente se sintió decepcionadísimo.
Empezó a balbucear unas excusas, que estaba harta de oír a sus 45 años, y ella, tajante le dijo que nada de aquella conversación era necesario, y que si no se sentía bien que se marchase.
Pasó la tarde conversando con unos amigos muy queridos y su vida se volvió a llenar de su propio ser. De sus amados viajes, de sus vivencias dichosas y no tan dichosas, en fin de lo que en realidad era. Esto la ayudó a superar la pretendida crisis que el muchacho de la peluca, ¡que idea esa la de presentarse a su casa con una peluca en la casa de un desconocido y querer ser una pretendida mujer, un hombre de aquel tamaño! La verdadera crisis la tiene él, que es un homosexual no asumido, y que seguramente sufrirá terriblemente, al ver todos los días que no es una puta con peluca… ¡ay que ver que mundo tan raro!

«Yo maté a Sherezade» un libro de Joumana Haddad.


La escritora y periodista libanesa Joumana Haddad ha escrito «Yo maté a Sherezade», un libro polémico en el que desmonta la imagen de la mujer árabe en Occidente y que se publica ahora en español, en medio de las revueltas árabes. «Estoy feliz, pero deben servir para mejorar los derechos de la mujer», afirma.

«Nadie esperaba estas revueltas ni este despertar, pero me preocupa adónde van y si los nuevos regímenes mejorarán la situación de la mujer, porque es una prioridad. Los derechos de la mujer no son un lujo, son algo esencial para la verdadera democracia», explica a Efe esta poeta y ensayista, nacida en Beirut en 1971.

Haddad, que dirige una controvertida y bella revista, «Jasad», una publicación muy moderna de literatura, fotografía y arte, con el cuerpo desnudo como protagonista y censurada en todo el mundo árabe excepto en Líbano, asegura también que lo que está pasando en Libia «es una tragedia», pero que tiene «serias dudas» sobre la posición de los aliados.

«No sé que pensar; si es bueno o malo que intervengan, porque está claro que el pueblo necesita ayuda, pero también tenemos que pensar la motivación de esta ayuda. Veo que hay una motivación democrática pero también hay muchos intereses económicos», argumenta la escritora, traductora y periodista, conocida internacionalmente como responsable del suplemento cultural de «An Nahar», el principal diario libanés.

Joumana Haddad podría parecer una mujer de cualquier punto de Europa: italiana, española o francesa, con una imagen moderna y cuidada. Políglota -habla seis idiomas-, es una de las poetas más reconocidas de su país y es miembro del Comité del Libro; una prolífica carrera para la que asegura que desde por la mañana tiene que afilarse las uñas.

«El día es muy duro y tengo que estar preparada para todo», afirma esta mujer, que parece frágil por fuera pero muy segura y firme por dentro.

«El mundo está dentro de mí, no fuera», apostilla. Una premisa con la que ha tejido «Yo maté a Sherezade», este ensayo, que ya ha sido todo un éxito en Francia y que pronto saldrá en su país, aunque allí ha recibido ya toda clase de críticas contrarias.

Y es que Haddad ha creado su propio manifiesto, en el que otorga visibilidad a la mujer árabe dando para ello la vuelta al mito de «Sherezade», la heroína de «Las mil y una noches», que, dotada de habilidades narrativas y persuasivas, salvó su vida contándole historias al sultán toda la noche.

Para Haddad, Sherezade, «con quien se identifican muchas mujeres árabes, no puede ser modelo para nadie, porque es pura sumisión, su vida está en manos de los hombres, que pueden decidir su indulto. Por tanto, no sirve para subvertir el orden injusto», dice la autora, que propone a Lilith, la primera mujer creada del barro, y no de la costilla de Adán, como ejemplo de mujer inconformista y amante de la libertad.

Joumana Haddad, perteneciente a una familia cristiana católica muy conservadora, aclara que tuvo que hacer su propia travesía para conquistar su libertad y derribar los clichés del mundo árabe.

«Tengo dos furias -explica-. Primero, con las mujeres árabes que se complacen con esta situación de víctima que no puede hacer nada para cambiar la situación: por ejemplo, las mujeres de Arabia Saudí, que, aunque están en una situación durísima, son madres y podrían cambiar las cosas por medio de la educación de sus hijas y de sus propios hijos. Necesitamos una conciencia nueva -dice-, una nueva perspectiva de la mujer».

La otra furia para Haddad es la provocada por la imagen que dan los medios de comunicación occidental sobre las mujeres árabes. «Dan una imagen muy generalizada, sin matices, y yo les diría que la mujer occidental que se tiene que poner desnuda en un sofá para venderlo también es lamentable», concluye esta escritora, que defiende una sociedad laica en la que las mujeres tengan derecho «a elegir la vida que quieren llevar».

CRÉDITOS: EFE / SEGN Mar-21 11:17 hrs

De Farah frente a las calles desiertas, sola y desarraigada.

Al improviso se había encontrado varias noches, completamente sola, en el medio de una ciudad desierta de calles completamente vacías. 

Vagabundeó con sus botas de exploradora en busca de algún transporte público, mientras pensaba, con muchísima tristeza, en que había necesitado toda aquella experiencia negativa para retornar a su soledad amada. 

Hablando con un chico, le dijo que esta vez, ya no quería estar más tiempo en soledad. Necesitaba compartir el calor de su cuerpo desnudo en el abrazo nocturno, la risa hasta las lágrimas repasando las tonterías cotidianas, el olor del cabello enamorado, el café llevado a la cama, conociendo de sobra el mal humor de despertar sin café…

Divagó en la soledad de las calles nocturnas, completamente sola, contemplando el suelo mojado, y se entristeció cada vez más, hasta el punto de perder de vista la realidad para siempre. 

Ya no tenía más ganas de conversar, agotado para siempre el amor fraudulento, que la había sumido en el mutismo.

La conversación con el hombre-observador-de-aves, que tuvieron esa misma tarde después de hacer el amor, acabó de destrozarle el pedazo de corazón que conservaba especialmente para él. Tantas declaraciones de principios había hecho el día que se conocieron, que le hicieron amarle en silencio, sabiendo que existía otra mujer y otra familia.

Farah le planteó esa tarde la posibilidad de un compromiso en libertad, al que él ni siquiera respondió. 

Él solo añadió que ya tenía un compromiso y que no podía asumir ninguno mas, poniendo como excusa el horario de su trabajo y demás argumentos pueriles, genuinamente masculinos.

Lo que él jamás esperó es que Farah le dijera que no volviese a su casa nunca más, después de besarla con desgana, mientras ella cerraba la puerta, y él avergonzado ni se atrevía a mirarla…

Se sintió desarraigada, en un mundo que no la reconocía como una habitante más de aquella apestosa bola de color azul que giraba sobre si misma cada veinticuatro horas.

Reflexionó sobre la no pertenencia al calendario, el horario en función del meridiano, y recordó la cara de Elena Ceaucescu justo antes de ser ejecutada, sin venda en los ojos, a petición suya, ante el pelotón de fusilamiento, ya que habemos algunas que llevaremos siempre los ojos abiertos.

Pisó con fuerza el pavimento de piedras mojadas y se sintió triste, muy apesadumbrada, casi abrumada, por el miedo que daba a los hombres, cuando lo único que quería era un abrazo en medio de la noche, cuando se sentía terriblemente sola…

Fotografía y texto original de Farah Azcona Cubas. Todos los derechos reservados.