"LA SENSIBLE" CLARICE LISPECTOR.

Clarice-Lispector
Fue entonces cuando ella atravesó una crisis que nada parecía tener que ver con su vida: una crisis de profunda piedad. La cabeza tan limitada, tan bien peinada, mal podía soportar perdonar tanto.
No podía mirar la cara de un tenor cuando cantaba alegre—Viraba para otro lado el rostro maguado, insoportable, por piedad, sin soportar la gloria del cantante. En la calle de repente comprimía su pecho con las manos enguantadas— asaltada por el perdón. Sufría sin recompensa, sin siquiera la simpatía por sí misma.
Esa misma señora, que sufrió de sensibilidad como si fuese enfermedad, escogió un domingo en que el marido viajaba para visitar a la bordadora. Era más un paseo que una necesidad. Eso ella siempre supo hacerlo: pasear. Como si aún fuese una niña que pasea en la calle. Sobre todo paseaba mucho cuando “sentía” que el marido la engañaba. Así fue en busca de la bordadora, el domingo de mañana. Bajó una calle llena de fango, de gallinas y de niños desnudos—¿dónde se fue a meter? La bordadora en la casa llena de hijos con cara de hambre, el marido tuberculoso—¡la bordadora se negó a bordar el mantel porque no le gustaba hacer punto de cruz! Salió afrentada y perpleja. “Se sentía” tan sucia por el calor de la mañana, y uno de sus placeres era pensar que siempre, desde pequeña, fuera muy limpia. En casa almorzó sola, se tumbó en el cuarto medio oscurecido, llena de sentimientos maduros y sin amargura. Oh por lo menos una vez no “sentía” nada. Si no tal vez la perplejidad delante de la libertad de la bordadora pobre. Si no tal vez un sentimiento de espera. La libertad.

Hasta que, días después, la sensibilidad se curó así como una herida seca. Es más, un mes después, tuvo su primer amante, el primero de una alegre serie.

Traducción del original Farah Azcona Cubas.