“Se me dar um cigarro, eu dou. Tía”
“Si me das un cigarro, me acuesto contigo, Tía”.
Así me saludó un niño de la calle en Salvador, Bahía, a la salida de mi trabajo como ilegal en un restaurante.
Mi mente, con un nuevo paradigma para comprender situaciones violentas de verdad, a las que nunca antes en mi vida me había enfrentado, me animó a responderle, de manera subjetiva, para no morir de dolor:
“Criança nâo fuma”. “Los niños no fuman”, desentendiéndome de su ofrecimiento sexual, con un tono autoritario, maternal.
El silencio y el canto de los pájaros me sosiegan. Lo suficiente para contarte lo que vi en la mirada de aquellas niñas y niños.
Muy pequeños, desde los apenas dos años de edad, hasta pre púberes de entre diez y doce años.
A partir de esa edad son demonios diminutos, encallecidos por la barbarie.
El mayor número ha huido de palizas, violaciones y esclavitud de parte de sus propias familias.
“Y yo me pregunto”, como Netzahuátlcoyotl el rey poeta de Tlexcoco, ¿para qué tanto dolor?
“Sólo un poco aquí”, cantaba el rey nahuátl.
Para estas niñas y niños sólo será “un poco aquí” lleno de miseria y profundo dolor.
Una herida abierta y sangrante será su vida.
Todos los días miles de adultos le echan sal a su herida. De cicatrices groseras y mal cosidas.
Hay costuras que nunca cierran, jamás.
Se los dice una niña, que fue, de la calle.
Poesía de Nezahualcóyotl