El abrazo de los niños que cuidé y amé con lealtad, salvaron mi vida de un abismo del que llegué a pensar que nunca saldría.
Echo en falta esos pequeños pies, a veces diminutos de bebé.
Aquellas preciosas manos, tan chiquitas, perfectas.
Podía contemplar la Gloria de la vida, acunada en mis brazos, y solía admirarla extasiada, por horas.
Mi vida adulta era terrible, pero no así mi infancia.
Recuerdo el abrazo de mi madre, que luego devolví a mis niños y niñas.
Recuerdo la risa de mi padre, muy contagiosa. Su cariño al dirigirse a mí mientras era, yo misma, una niña. También la devolví a mis niños y niñas.
En los momentos de soledad, me vienen a la mente esas preciosas imágenes, que serán por siempre mías.
Son mi tesoro y eso me llevaré de la vida.
Fotografía: G. Verswijver.
Fotografía: G. Verswijver.