Muertes de perro. La poeta (y 2), de Gregorio Morán en La Vanguardia


SABATINAS INTEMPESTIVAS

La amarga historia de Patricia Heras empieza como esos guiones de Hollywood, donde los policías mienten, los ciudadanos miran para otro lado, los jueces bostezan, los carceleros corrompen y los presos esnifan hasta los polvos de talco. Mientras, la víctima inocente contempla más allá de la desolación y el espanto, que se está “comiendo un marrón” del que apenas sabe nada, salvo que acaba de entrar en el infierno. Y que gritar la inocencia en una cárcel es como leer la Biblia en un prostíbulo; gimnasia intelectual.

Pero en las películas de Hollywood que tratan historias como la que le ocurrió a Patricia Heras en Barcelona siempre aparece, ya bien avanzada la cinta, un personaje positivo. Un abogado, un juez despierto, una periodista sagaz, incluso un funcionario de prisiones digno que asume “un exceso de celo” -desde que Talleyrand instituyó el “jamás demasiado celo”, el exceso de celo es de una radicalidad revolucionaria- defendiendo al inocente y sacando poco a poco, secuencia a secuencia, la verdad de la historia. Es entonces cuando la víctima del “marrón”, humillada y ofendida, recupera la normalidad y los espectadores pueden volver a casa con la sensación de vivir en una sociedad difícil, pero donde no cabe el pesimismo. Siempre me impresionó que los contratos de los directores de Hollywood tuvieran una cláusula sobre los finales de sus películas. Los decidían los productores.

Eso es el cine y la historia de Patricia Heras es la vida. Aquí no aparece un Gregory Peck que salva a la víctima injustamente acusada, sino al contrario, esta es una historia sórdida, de seguro que muchas veces repetida pero que tiene una componente que la convierte en singular. La protagonista, con toda seguridad, era un ser excepcional, sensible, independiente, inteligente y culta. Quizá insegura, pero hasta eso sería un síntoma de talento. La gente segura es peligrosa porque se aferra a las certezas, y las certezas, o son mentira o caducan.

Yo no tenía ni idea de quién era Cindy Lauper, jamás la había escuchado. Ahora lo sé, a mi pesar, gracias a Patricia Heras. Era una viernes, a principios de febrero de 2006, y entre broma y chiste a Patricia se le ocurrió que le cortaran el pelo a lo Cindy Lauper, pero pasándose; una cabeza de mujer en dados, cuadraditos, entre el dos y cero, con blancas y negras como el tablero de ajedrez, y vestirse en revoltijo, que se decía antaño, con una malla bajo el sujetador, y a gusto y placer. Si hay algo que afirman quienes conocieron a Patricia Heras es que “el vestirse, su apariencia, era un modo con el que nutría de significado su estar en el mundo”.

Y se fue de fiesta con su amigo Alex, y comieron, bebieron, fumaron e hicieron todo aquello que les apetecía hasta la madrugada, que agarraron la bicicleta y se pegaron un toba en esas zonas de la Barcelona-Sur-Mer que uno debe evitar a ciertas horas y ciertas noches. Un incidente, nada importante; una brecha en la cabeza, el chico, y algunos magulladuras ella, eso sí, con mucha sangre, tanta como para llamar a una ambulancia, que llegó algo tarde, como suele suceder, y que les trasportó con un detalle añadido de buena crianza, permitiéndoles meter la bicicleta dentro. Es importante la bicicleta, al menos yo se la doy en esta historia, porque desaparecerá con menos rastro que la inocencia.

Tienen la mala fortuna de que les lleven al Hospital del Mar y ahí da comienzo la pesadilla. Allí coinciden con varios detenidos tras los incidentes del desalojo de una casa de okupas en Sant Pere més Baix, y con los urbanos indignados porque varios de los suyos están heridos. Uno de ellos quedará parapléjico. En la sala de espera del hospital acaban todos sumados. ¿Acaso una chica con esa pinta no pertenece a la misma cuadrilla de okupas? El relato que ella misma hará de la situación en la que se ve metida pertenece al género de la picaresca trascendental. Patricia esperaba que le hicieran una radiografía para comprobar si el golpe había dejado secuelas, y acaba esposada y sin bicicleta.

Lo que viene luego es muy vulgar, tanto como la brutalidad. “De repente aparece un tipo con un pasamontañas tapándose le cara y cámara en mano me empiezan a grabar, dura unos minutos en robarme el alma y cuando termina de filmarme me da por hablar. De nuevo les explico que todo es un error, que nosotros hemos tenido un accidente de bici”. Ya no hay bicicleta, ni noche de farra y alegría, ni accidente fortuito sino una culpabilidad por homicidio, imagino que en grado de tentativa. Ya es reo de la justicia, da lo mismo que lo expliques en castellano, catalán o arameo. Estás perdido. ¡Y con esa pinta! “Mi corte de pelo es el más famoso de la ciudad. Parece increíble pero me acusaron de homicidio por mi pelo”. Entonces lo único que se te ocurre es poder salir de ese fin de semana terrorífico y poder irte a casa a duchar, a mirar por la ventana y a pensar que la pesadilla ha terminado. Pero no es así, por mucho que expliques la bicicleta y el golpe y la ambulancia y la sala de espera del Hospital del Mar, estás perdido. “Ahora pienso lo bien que me hubiera venido ver alguna de esas películas sobre juicios y menos ciencia ficción, ya me lo decía mi madre”.

Patricia Heras entró en la cárcel acusada entre otras cosas de haber lanzado una valla metálica a un policía municipal, cosa que nadie, con sólo ver su aspecto y su figura, podría creer. Pero la bola siguió y su historia de la bicicleta debió de convertirse en un chiste carcelario. Entró en la prisión de Wad-Ras y escribió un dietario impresionante por su lucidez irónica. La convivencia en una cárcel de mujeres contada por una chica que sabe escribir: “No he perdido mi capacidad asombrosa de abstracción con lo cual no he perdido la sonrisa ni el buen humor, sólo perturbado por un increíble atasco intestinal”.

Le cayeron tres años. El Supremo los confirmó. “Lo más duro son las entrevistas con la Junta de Tratamiento -la que debe aprobar si pueden concederle el tercer grado-. Duele escuchar que si no reconozco mi delito no tengo voluntad de reinserción, ni arrepentimiento; hoy me ha dicho el psicólogo que eso es propio de psicópatas”. Cuando le permiten salir e ir a dormir a la cárcel, no hay unanimidad en la Junta. La jurista del grupo le dice textualmente “te perdonamos que seas de Madrid”, y ella escribe, alucinada, “creo que con eso ya me lo dijo todo”. El que pone más pegas es el psicólogo, “que encuentra lagunas en mi vida”.

Sé muy poco de Patricia Heras, que vino de Madrid a estudiar Filología en la Universidad de Barcelona, que se licenció, y la descripción que de ella hace una de sus profesoras: “Era de una sensibilidad y una lucidez que pocos más tenían dentro del aula. Además de persona extremadamente educada, había leído muchísimo y se había dedicado a reflexionar sobre las constantes humanas con refinamiento espiritual y rigor intelectual”. Lo había dicho ella misma a la juez de instrucción y al fiscal: “No soy okupa, no soy punki y no soy una desarraigada”. Pero se olvidó de añadir, “me visto y peino como me sale de los ovarios”. Mejor no haberlo dicho, la hubieran acusado de desacato.

Siguió así, saliendo y entrando de prisión, hasta que una tarde de martes, en ese momento que hay que ir preparando los bártulos para volver a la cárcel, abrió el balcón y se tiró. Fue el 26 de abril, el miércoles hará seis meses. Dejó versos, porque ya no quedaba otra cosa que dejar. “Mi reino está inerme y envenenado como todo mi ser… Me sé vencida”. La madre de uno de los procesados, Mariana Huidobro, escribió una carta a los responsables de su muerte, políticos y jueces, que llevarán sobre su conciencia, dice ella, este crimen impune. “Patricia era un ángel que necesitaba sus alas para volar y ustedes se las cortaron”. La conciencia de toda esa gente pesa menos aún que los artículos de periódico que nunca salieron para homenajear a una poeta muerta, con final de perro abandonado.

Written by Reggio’s
Octubre 22nd, 2011 at 7:20 am
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Mañana, siempre mañana…

Desechó todo debate intelectual, por estéril ante un mundo que había sido gobernado por Stalin, y donde las teorías bailaban un vals desacompasado. Escuchó a dos estúpidos, declarándose liberales republicanos, en la televisión del Estado, y le repugnó tanto la idea que tuvo que apagar la televisión, antaño fuente de inspiración y de glamour, pantalla llena con la cara de Bette Davis fumando, y hoy llena de expertos de la nada, que divagaban entre el relativismo cultural y la democracia representativa, montados en una máquina de vapor llamada Occidente, que, definitivamente, había caído ahogada en su propio humo, ante el gigante asiático, verdadero propietario de la economía mundial, durantes siglos y siglos.
Le alegró, en el fondo, saberse partícipe de aquella caída, por su gesto árabe de encarar la vida, y vio como Alemania estaba maquillada de puntualidad y eficiencia, más arruinada que Grecia, a la que acababa de rescatar.
Recordó el bellísimo rostro de María Callas, y deseó un final así para toda esta basura, con ese rostro imponente de Medea, y aquel torrente de voz, espantando a la democracia, para siempre, de la representatividad, dándole la bienvenida a la democracia participativa, que el pueblo, en todo el orbe, clamaba en las calles en pequeños estallidos, que acabarían siendo un volcán imparable.
Fijó su mente en la Tierra, dando vueltas placidamente alrededor de un astro incandescente, y se figuró a todos aquellos declamadores profesionales, que ofrecían recetas mágicas para solucionarlo todo, cual vendedores de elixires de los “westerns” en blanco y negro, ardiendo por las llamaradas del Sol, aborrecidos por el Cosmos.
La consoló la imagen de su amada cosmonauta “Valia” Tereshkova, engañada por el aparato soviético para su propaganda infinita, y pensó en las víctimas de toda la propaganda, lanzada al aire mil millones de veces al día, llenando el cerebro de gente sin preparación, para absorberlos y convertirlos en esclavos de supermercados, comidas rápidas y vida ajetreada. Esclavos al fin, que deberían emprender el cántico de la música de Nabucco y liberarse de aquella fantochada, que les separaba en categorías convenientes para los césares de la podredumbre. Construir un solo país humano, en el que no bastase un cartel y una huella para votar, lleno de escuelas y hospitales, con jardines y dunas de arena…
Un país único llamado Tierra en el que la vida fuera algo más que esclavizar o ser esclavizado.
Recordó la cara de Muammar Gaddafi, abofeteado por una masa informe de incultos, que se llamaban a si mismos demócratas y cuyo dirigente máximo había sido ministro de justicia del ahora dictador, antes líder de Libia, linchado y muerto por la turba. Almacenó, en su mente, la cara de Saddam Husseín, encontrado escondido en un agujero, la imagen del cadáver del hijo de Gaddafi, y los millones de muertos por la hambruna de Ucrania en 1930, apilados desnudos, para ser retirados en trenes y enterrados en fosas comunes. La cara y el discurso de Helena Ceaucescu antes de ser fusilada
Tanta barbarie en una sociedad que presumía de haber conquistado el Espacio exterior, utilizando a la Comandante “Valia”, para la propaganda de su barbarie, y la justificación de la nada más absoluta.
Las mujeres, siempre esperando a ser liberadas, como decía Wassyla Tamzali, mañana, siempre mañana, nunca hoy…
¿Cuando dirigiremos el mundo? ¿Cuando extirparemos esta barbarie, con nombre de hombre, que se extiende de norte a sur y de este a oeste?
Mañana, siempre mañana….


Apartada del mundo.

Se sintió bien, después de que todo se torciera y la economía no le favoreciese. Volvió a sentirse en sus cabales y desechó toda relación con el mundo, por impropia, descentrada y manipuladora. Al contrario que otras veces, no sintió la necesidad de correr al teléfono a solicitar ayuda en forma de voz. Discutió desgarradamente sobre lo fácil que es presuponer de alguien a quien no se conoce. Escuchó la voz gitana de África y quedó en paz, al encontrarse en su mundo, que cada vez se recolocaba más, una vez destruido aquel vacío relativista de la Globalización, basado en la Tiranía y la mentira.
No quiso asistir a fiestas, ni tumultos acusadores de falta de Democracia, la “monstrua marroquí” a la que todos nombran pero ninguno ha visto jamás… “Haguza”. La trompeta elitista la rechazó, y recordó la felicidad que le daba vivir en el Nordeste de Brasil, dónde todo se arreglaba al borde del mar, lleno de cocoteros y palmeras imperiales, alrededor de una música popular cualquiera, sin tanta exigencia intelectual falsa y vacía de contenido.
Relleno de alcohol, el trompetista se sentiría en New York de los años 30, sin saber que estaba en una ciudad provinciana del norte de África, que ni era colonia ni era nada, llegado aquel momento de la historia.
Seguiría el domingo, repleto de almas inmigrantes en día libre para asistir a su servicio religioso evangélico, Biblia en mano, con rostro indígena y mirada de odio al blanco. Parejas embobadas se cogerían de la mano en aquel infra-tempo que el Capitalismo les daba para volver a la esclavitud del lunes.
Postergó el amor para otra civilización, y se dispuso a tender su lavadora, una vez lavados los platos. No sentía angustia ni falta de nada, y eso la hizo respirar satisfecha, en su infinita soledad.

De la chatarra y su poder corrosivo.

La mayoría de las veces, nuestras vidas van quedando llenas de “chatarra espacial”, como la que circunda la Tierra, y que hay que vender o deshacerse de ella, pues llega a convertirse en un lastre insoportable. Estafadores emocionales, que te han hecho creer que la vida es engañar y ser engañada, a fuerza de entregarte al yunque y al martillo del falso amor.
Pueden ser estafadores ocasionales, “descuideros” llamémosles así, o verdaderos profesionales que te hacen un agujero en el alma, difícil de cerrar.
Se da la paradoja de que el verdadero estafador, al final es el único estafado, pues una vez cometido el delito queda flotando alrededor del alma de una, como si de chatarra espacial se tratase, girando para siempre en nuestra órbita, debiéndonos algo que nunca podrán pagar.
Bonito castigo el de quedarse adherido a un planeta radiante de luz, sin poder acercarte nunca más, y sólo poder mirarlo de lejos, como una tuerca perdida, o un destornillador que se escapó de la mano de cualquier astronauta.
Podemos llamar al viento Ruh, que hará que se hielen de frío, o llamar a los ángeles, que les aterrorizarán con su colosal tamaño al topar con seres de corazón podrido, convertidos en tuercas y tornillos retorcidos, pero la mejor solución es cambiar la órbita, y que se precipiten para siempre en el negro vacío, a la espera de ser tragados por algún agujero negro.
Para variar la órbita, hay que tener un instinto animal muy fuerte, buenos asistentes-lobos y cernícalos servirán- con agudas garras y dientes, para que te ayuden a despedazar al enemigo-chatarra, y así seguir felizmente tu trayectoria cósmica, de manera más leve, sin tanto imán pegado que casi no te dejaba dar vueltas sobre ti misma, para poder contemplar la belleza majestuosa de tu atmósfera, el mar que te recubre, el magnetismo de los satélites que te influyen, y poder contemplar de nuevo una aurora límpida, ésta vez, sin chatarra…

Girando en su propio centro…

Se había percatado en los últimos días, de lo lejos que se encontraba de ciertos comportamientos, estilos de vida y de millones de personas, que no significaban ni una mota de polvo para ella.
 No se sentía triste por eso, al contrario parecía que había vuelto a su eje, y el sol volvía a salir por dónde debía.
 Seguían engañándola, queriéndola hacer responsable de cosas que ella opinaba, como si de un Juicio se tratase.

 No lo consintió, y arrimó el hombro para encontrar su felicidad, alejándose de aquella panda de viejas urracas, que le habían picoteado la capa de oro, sin llegar ni siquiera a rasgarla.

Se apuntó a la reflexión en soledad, lo cual no le impedía salir hasta las 6 de la mañana, para descubrir una miríada de hombres infelices, que reconocían sin pudor que se marchaban, porque si no esa noche no tendrían sexo.

Se sintió vulnerable y herida en su sensibilidad próxima a Beirut, Agadir y Orán, malentendida por aquella panda de borrachos de ambos sexos, que salían a entrelazarse estupefactos por el alcohol y las drogas. 

Jamás imaginó que tuviera que contemplar ese espectáculo viejo, como la vida misma, y se sintió aterida, con un frío que le venia del alma, y deseó ser Perséfone, para marcharse al Reino oscuro durante seis meses, sin voluntad, raptada por el más oscuro de los reyes, que la entendiese y se emocionase con ella al oír la voz de Warda cantando con Asalah, mientras veían crecer los brotes de su plantación que la devolvería a la luz, una vez pasado el invierno.

La vida no parecía prestarse a colaborar mucho, ni siquiera en lo del rapto, y decidió fundir sus dos lados, el de hombre y el de mujer, para comprenderse y amarse como jamás nadie lo había hecho ni lo haría. 
Se concedió la licencia de tener paciencia, de que la Hora llegase, de que los sucesos vinieran uno tras otro, sin buscarlos, más instintiva y animal que nunca, de raptarse a si misma.

Deseó estar al norte, refugiada en su hermano leñador, tan dulce y bueno con ella, y lo echó en falta. Ya no le hablaba.

Deseó abandonar aquella vida triste y vulgar, como decía Rita Lee, que llevaba junto a aquellos hombres que no sabían valorarla, o a los que ella no era capaz de mostrar su verdadero ser, escondido tras el velo, de tanto ser vapuleada.

Sabía todo: 
Que era ella quién se prestaba a aquel juego, 
ella quién le abría la puerta de su corazón a aquellos estafadores de poca monta.
 Ella, y solo ella quién meneaba la cola ante la menor caricia, y deseó desechar todo ese material de chatarra de su vida. 

Pensó en como lo haría, una mujer tan práctica como ella…


Fotografía: @FarahCubas