
Decidí aceptar mi pureza.
Por eso abandoné una casa construida de la nada, dónde me levanté sola con mucho esfuerzo, para abrazar las noches del cielo estrellado, allá en el Desierto.
Todo salió mal.
Al llegar los amigos habían partido, y la casa, encargada de recibirnos a mí y a la Loba Habiba, se resumía a una caja de escalera robada a una casa anterior y convertida en mini-zulo.
Cuando cocinabas debías subir la escalera para ir al baño. Cuando dormías debías descender un piso para beber agua.
Mis vecinas eran unas mujeres saharauis jóvenes.
Se les llenó el corazón de alegría cuando desde mi casa-mini-zulo-caja-de-escalera, salía la voz rugiente de Mariem Hassan, animando al combate con una llamada en hassanía que decía “Haiyu”.
Me sentí triste al abandonar el zulo, lugar de mi llegada, más por ellas que por mí.
Un amigo me ayudó con su furgoneta a mudarme, y ellas al despedirme me preguntaban, ¿Pero cómo te casas con un hombre tan viejo?
No me casé, y dejé de tenerlo como amigo al contemplar su brote de esquizofrenia, que no acababa nunca.
No volvimos a hablarnos.
Cuando él atropelló un cuervo que nos salió al paso, volando.
Yo aterrorizada ante su esquizofrenia y los augurios del pájaro muerto en mi camino.
Fui a vivir en la llanura pedregosa, rodeada de cabras y mujeres, aislada del mundo.
Daba largas caminatas en compañía de la Loba fiel, visitando troncos de árboles martirizados por el sol fortísimo a aquella altura media.
Arenales que antes fueron cauces de barrancos, donde un día la gente lavó la ropa y cargó agua dulce de lluvia para su casa.
Puedo hablar con distancia de aquellos días tan duros, en los que la vida me ofreció tomar partido.
O tomaba partido por la pureza de mi alma y mi vida, o me dejaba malear por aquella sociedad, dura, hostil, que me recibía titubeante.
De nuevo.
Los libros, llevados por mí a aquellos páramos resecos o cedidos por la Biblioteca Pública, fueron mi compañía, mi amor y mi todo.
Desistí del Amor del viento, la locura y las plumas de cuervo que volaron delante de mi cara.
Y tropecé con lo más hermoso que he contemplado en mi vida.
Primero fueron las crías de las cabras, de color negro azabache, muy brillante, que la Loba descubrió en un corral pequeño cercano a la casa. Aquí las llamamos baifas.
Me fui aventurando sola a recorrer cada vez distancias más largas, sola, sin poder llevar a la Loba delante, guiando mis pasos, hasta nuevos tesoros.
Tropecé así de la mano de la acogedora Malika, con una dromedaria y su cría, a la que llaman güelfo.
Malika fue una entrañable compañera de soledades compartidas. Vendedora de collares hechos con corteza de limón, babuchas, anillos. Mujer de risa amplia, caderas generosas y franco abrazo.
Contemplar la vida de los animales, me acercó a lo más puro y hondo de mi alma. Algo atesorado desde la infancia.
Se volvieron realidad, así, algunos sueños de mi niñez, pasada en aquel Desierto familiar, con cabras, dromedarios y libros.
Estudié su anatomía y su vida.
Incorporé la fisiología de una dromedaria y consumí más libros en un año, saciando un periodo de sed prolongado, el de los ocho años anteriores.
Pensaba en construir un ideario.
Mi futuro.
Mistura de animal, libro y mujer de amplios y coloridos ropajes.
Me transporté a mi propio tiempo.
Privado.
Mi calendario y mi hora.
Sin muecines, rak´as, misas, ni turbante.
Rumié ultrajes pasados, cual cabra voraz.
Vi actores ambulantes, de estrambótico vestuario, en aquel pueblo polvoriento.
El mar cimbreó mi cuerpo.
Remé hasta que mis brazos fueron muy fuertes, de nuevo.
Tomé el timón de mi vida de manera confiada.
Reí, lloré, y me desesperé, en mi amado desierto.
Rak´as.
https://www.webislam.com/glossary/raka_raka/
Muecín.
https://es.wikipedia.org/wiki/Almu%C3%A9dano
Mariem Hassan.
https://es.wikipedia.org/wiki/Mariem_Hassan