Me acostumbré a perderte, cada vez que llegaba el Monzón.
Te alejabas en tu barco, a enfrentar olas enormes y peces grandes.
Me acostumbré a tus viajes, a esperar, en buena compañía, con el corazón lleno de amor para tu regreso.
Sólo tú sabías enfrentar una tempestad, como la que yo era en aquel entonces.
Recuerdo tu felicidad de celebrar mi raridad, a cada vuelta de tus viajes.
Que felizmente orgullosa me mostraba, contigo, frente a la crítica de todos. Que orgulloso me mostrabas, ingenuo de ti, a tus amigos.
Tu piel oscura, tu andar bamboleante, hecho de olas de mar y de cerveza, espantaban a casi todo el mundo.
Siempre sabía cuando era la hora de tu regreso, sin mirar calendas ni horóscopos.
Hasta que te dije, vete…