De Farah, las noticias y el desaliento.

Recibió noticias de su hermana querida, y dio por olvidadas sirenas, faunos y demás seres mentirosos y enredadores. Le alegró saber que se querían, a pesar del pasar de los años, de profundas divergencias en el carácter o en las creencias, en la simple forma de actuar, lo que las hacía únicas e hijas del mismo padre. Dignas herederas de un linaje mestizo formado de retazos de culturas que habían hecho de ellas mujeres muy particulares.
Se había encontrado el día anterior con la peor morralla del planeta, en su esplendor, llenos de intereses, prejuicios, toxinas venenosas iguales a las de los sapos naranja, que avisan de que son venenosos sólo de ver su color. Sólo una familia de personas justas se salvaba de aquella ralea. Con ellos pasó el fin de la tarde y la noche, cuando se ofrecieron a acompañarla a través del desierto, hasta llegar a su tienda. Aquel gesto tan dulce hizo que valiera la pena la mirada de desprecio que había recibido de casi todos, cuando no la huidiza de aquellos que fingían quererla por variadas circunstancias. Ninguna persona la engañó, veía el interior de sus corazones y en algunos momentos les escupió a la cara sus bajos instintos, su maldad gratuita, su incoherente violencia.
Pasó ocho meses en aquella parte del Sáhara para ver que sólo había una familia de justos, y eso valió la pena.
Siguió acariciando las noticias de su hermana que le hablaban de regalos, de ternura, dulces momentos después de tanta amargura. Y atesoró sus palabras mientras le llegaba el sueño…

Fotografía Teresa Azcona, derechos reservados

De la escritura, el desamor y el torbellino febril.

Retumbaban en su cabeza las palabras de Clarice Lispector, en una entrevista de mil novecientos setenta y siete “Cuando no escribo estoy muerta…”, en medio de la febrícula que le había provocado “El amor y otros demonios”, también denominado desamor o ínter-estación.
¿Que astro maléfico la sacudió el sábado noche, cuando se sintió fuera del tiempo, como muerta, lejos de cualquier forma de cultura, identidad, idioma y los consideró lejanos, muy, demasiado lejanos para una extraterrestre como ella?
Sintió como la música napolitana arrasó su corazón, de puro desamor, y la destruyó, la hizo gritar de ira, despreciar lo mezquino, lo carnal, vitalmente humano, llegándole a parecer pedazos de ganado, descuartizados y listos para ser consumidos, en una antropofagia mutua, vedada para ella, y sólo apta para “hombres y mujeres”, humanxs.
Continuó en el torbellino de la fiebre del desamor, abandonada por las últimas personas en las que confiaba, que le recriminaron desear estar sola, y disolverse en el colorido fondo marino. Recibió duras palabras que la hirieron y ella, en su candor de moribunda, admitió una torpeza inexistente, para quedar en paz, muerta, hasta sus próximas trescientas palabras, que le darían el hálito del “Ka” egipcio clásico.
Revivió para morir de desesperanza y hastío, hasta sus próximas palabras, que la devolverían a la vida de nuevo. Esta vez las contó, y no llegaban ni a trescientas… Sólo su loba fiel la seguía al lecho, deseando su compañía, y viceversa.

Fotografía Teresa Azcona. Derechos reservados.