Recibió noticias de su hermana querida, y dio por olvidadas sirenas, faunos y demás seres mentirosos y enredadores. Le alegró saber que se querían, a pesar del pasar de los años, de profundas divergencias en el carácter o en las creencias, en la simple forma de actuar, lo que las hacía únicas e hijas del mismo padre. Dignas herederas de un linaje mestizo formado de retazos de culturas que habían hecho de ellas mujeres muy particulares.
Se había encontrado el día anterior con la peor morralla del planeta, en su esplendor, llenos de intereses, prejuicios, toxinas venenosas iguales a las de los sapos naranja, que avisan de que son venenosos sólo de ver su color. Sólo una familia de personas justas se salvaba de aquella ralea. Con ellos pasó el fin de la tarde y la noche, cuando se ofrecieron a acompañarla a través del desierto, hasta llegar a su tienda. Aquel gesto tan dulce hizo que valiera la pena la mirada de desprecio que había recibido de casi todos, cuando no la huidiza de aquellos que fingían quererla por variadas circunstancias. Ninguna persona la engañó, veía el interior de sus corazones y en algunos momentos les escupió a la cara sus bajos instintos, su maldad gratuita, su incoherente violencia.
Pasó ocho meses en aquella parte del Sáhara para ver que sólo había una familia de justos, y eso valió la pena.
Siguió acariciando las noticias de su hermana que le hablaban de regalos, de ternura, dulces momentos después de tanta amargura. Y atesoró sus palabras mientras le llegaba el sueño…
Fotografía Teresa Azcona, derechos reservados
Fotografía Teresa Azcona, derechos reservados