
De la construcción de un nuevo Imperio. De Petrópolis, Brasil al Sáhara Occidental.
Imaginó a Don Pedro I, hijo de Don Juan de Portugal y de Carlota Joaquina de Castilla, primer Emperador de Brasil, declarando la Independencia del Reino de su propio padre, Portugal, mediante un Golpe de Estado influido por la Burguesía comerciante y nobles instalados con prerrogativas.
Imperio Tropical, que nació tras la invasión de Napoleón Bonaparte de las tierras de la Lusitania romana.
Allá por la época de Lusitania, Mauretania Tingitana llegó a Capraria y fundó factoría de Púrpura, en Isla de Lobos.
Nadie imaginó, nunca, que se construyese Petrópolis en Río de Janeiro.
Nadie imaginó tampoco que por el Tratado de Tordesillas, terminase la conquista de las “Yslas de Canária” en manos de la Corona de los Reyes Católicos.
Del aluvión del Foum el Draá, Sáhara, allá por las tierras de Canaria, marchó ella al Imperio de Don Pedro.
Al Nordeste brasileño, de sello ibérico, en la lengua y costumbre.
Música y encaje de bolillos.
Y se aposentó en una aldea, después de posar sus reales en las capitales imperiales de San Salvador de Bahía de Todos los Santos, y Recife con su perla Olinda.
La saludó la brisa de las palmeras, de más de cuarenta metros de altura, a los flancos del Palacio del Gobernador en Pernambuco.
Conoció el son de la Rabeca, los Reisados y Maracatús.
Transformose ella, poco a poco, en una majestuosa figura, que imponía la cordura con su aguerrido parecer político.
Retornada a las “Yslas de Canaria”, fue percibiendo la mezquindad de quienes señoreaban por aquellos pagos, de arenas, dehesas volcánicas y cabras.
Viajó de una isla a otra, observando lo maltratadas que eran sus gentes.
Los aborígenes fueron vendidos en ominosa esclavitud por Isabel y Fernando, en católica gesta.
En el Paralelo 28 del Noroeste de África.
En el Meridiano 0.
Mistura de gentes europeas, africanas y asiáticas, aquellas islas fueron otro Imperio.
Subtropical.
Mujer de alma lusitana, reseca por los jables y malpaíses de lava de Fuerteventura, quiso vivir.
Tropezó con lo zafio, lo ruin y lo aciago de aquellas ínsulas, lejanas a Petrópolis.
Apenas un puente, en manos de Virreyes elegidos en urnas postizas, traídas de Europa.
Maltratadas las gentes más sencillas, con tributos, impuestos y banqueros.
Rentistas, Condes y Terratenientes.
Apenas la luz de los faros en sus costas avisaba de no llegar.
Cual embrujo de sirenas cantoras, oleada tras oleada, siguieron llegando.
Sin saber que, existía un nuevo Imperio, triste sin Don Pedro I.
Un Emperador golpista, buen mozo, valiente en la guerra, y dulce en la música y las mujeres.
Tiranías atlánticas conformaron Metrópolis, allá dónde moraban colibríes y Lobos marinos.
Infecto humor les inyectaban a diario.
Tal pareciera que sólo ella lo percibía…
«Trabajador observado por una Genia», Maceió-Alagoas, 1999. Ilustración de la autora, lápiz acuarelable, tinta y crayón.
Lusitania. https://es.wikipedia.org/wiki/Lusitania
Mauritania Tingitana. https://es.wikipedia.org/wiki/Mauritania_Tingitana
Tratado de Tordesillas. https://es.wikipedia.org/wiki/Tratado_de_Tordesillas
Petrópolis. https://es.wikipedia.org/wiki/Petr%C3%B3polis
“Se deberán observar las extremidades, y vigilar su correcto desarrollo desde la infancia.”
Somos unas aves perfectas, y por tanto frágiles en nuestra belleza.
Las madres-pájaro somos celosas de nuestros pollos, mismo que fuesen azules en un mundo de plumas amarillas.”
Cuando yo era pichona, me contaron algo de un pájaro feo, rechazado por su bandada, que andando el tiempo devino en un ave majestuosa, de las que me gusta enamorarme.
Tuve muchos problemas, y más de un trompetazo al lanzarme al abismo. Animada por las instrucciones de vuelo de mi padre.
“Empuja la piedra con el pico, y lánzala por el acantilado” me decía mi bello padre llenándome de amor y orgullo.
De siempre las aves de mi especie hemos espantado a los humanos así, a pedradas.
Por la noche guañamos, y dice la leyenda que nos confunden con niños humanos llorando, espectros, y todo tipo de cosas apavorantes, cuando escuchan nuestro canto nocturno.
Cantamos de noche para dormirnos en un lugar seguro, pues a través del sonido sabemos a que distancia están rocas, acantilados y arenales.
“Bate muy fuerte las dos alas a un tiempo” decía mi docto padre, acostumbrado a volar grandes distancias.
A veces, desaparecía por dos días, y yo quedaba en aras de mi medrosa y ululante madre.
A mi madre todo le daba miedo, y me sofocaba, a fuerza de arroparme contra su pecho de grueso plumón, desde dónde escuchaba sus graznidos de voz ronca y baja.
Me sentía tan bien bajo las alas de mi madre que dormía los dos días que mi padre estaba desaparecido.
Cuando mi padre volvía se liaban a picotazos, golpes de ala y garras enfrentadas.
Una vez superado este trance, mi padre me dedicaba sus clases magistrales de vuelo, no sin antes darme pescado que había traído desde muy lejos cuando en nuestro mar hacía calor y los peces huían.
Recuerdo la primera vez que me lancé al abismo y batiendo muy fuerte mis alas, ya bastante desarrolladas. Me di cuenta de que llegaba a una corriente de aire que me elevó.
Me dejé llevar, extendiendo amorosa mis alas de un plumaje rosáceo amarronado, deleitándome con el viento que me llevó.
Lejos.
Desde la altura, vi como mi padre se lanzaba al vuelo, y en un segundo me alcanzó.
Disfrutamos juntos, cantando y girando, subiendo y bajando.
Una vez convertida en un ave adulta, y conocedora del Placer de Volar, fue mi padre, de nuevo, quién me animó a abandonar aquel islote acantilado y emigrar, con mis compañeras y compañeros, en alegre y expectante bandada.
Volé a Europa, América y África, volviendo siempre al islote escarpado de mi infancia.
Conocí flores, frutos y arenas.
Selvas, manglares y miles de animales diferentes.
Comí cangrejos y frutas fermentadas que me marearon junto a mis compañeras, animándome a danzar frente a un bello pájaro de mi especie.
Bailamos hasta el paroxísmo, y seguimos un ritual instintivo que me llevó a despertar encima de un huevo, en amoroso y elaborado nido.