«El Diván»

Te besé amor mío.

Me besaste amor. “Mi vida” te dije.

Me acariciaste el corazón herido de muerte y me sentí aliviada.

Esperando el momento de la soledad para agradecer al cielo que te envíe, una vez tras otra.

Que tu llave abra mi puerta.

Que tus labios acaricien los míos.

En el Diván afgano que volví a preparar para nosotros.

Bebí sola el licor del Amor, echando de menos tus brazos, hasta el minuto en que vuelvas.

Hasta que el aroma del café se mezcle con el de nuestros cuerpos en el Amor.

Allí nos pueden encontrar, hasta que subamos a nuestra alfombra y huyamos, volando.

Veremos las cúpulas turquesa de Isfahán y volaremos hasta Rajasthán, al festival de Rama, con la luna llena y los camellos.

Allí me verás bailar girando, posesa de la paz que has dado a mi alma.

Dejaremos atrás los retratos pintados con lágrimas azules, delante, sólo la Luna llena.

El lago dónde nadaremos sudando por la danza, lleno de flores y velas flotando.

Así será nuestro sueño, Amor.

No habrá Genio ni Ifryta que lo impidan, serán cómplices de nuestro calor que ha fundido las murallas de plomo y oro.

«Lloraron los cielos desde la primera noche que se amaron hasta tres meses después.

La lluvia fue el Signo que certificó aquella unión, las lágrimas se le añadieron hasta formar una inundación».

Ilustración Arte Safávida, Isfahán. “Mujer tomando vino en soledad”.

DÍA Y NOCHE. في يـوم وليـلة

P1040514

 

 

¿No es mi cuerpo enfermo y derrotado un trofeo para mis enemigos?
¿No es una escarapela más a colgar en sus expedientes oficiales paraestatales?
¿Por qué pagué tan alto precio?

 

 

Ser una Mujer Libre tiene un costo muy elevado.
Lo fui, lo soy.

 

Día y noche.

 

No dejo de hacer una batalla ni un solo día, aún enferma y arruinada, mi vida.

 

Cuando pido un abrazo, él, me llama “moja calzoncillos.”
Dice que, yo, hablo y escribo como en una novela de cuarta categoría.

 

 

Una mujer iletrada, que sólo sabe de oídas y lecturas fugaces.
Mi patria y mi casa fueron una fogata, un techo de estrellas en la noche, y un suelo duro en el que dormir.

 

Mi ejército son mi lengua, cuerdas vocales y pulmones.
Cada discurso mío es una ráfaga de “Avtomat kalashnikova-AK-47”.
Cada palabra tiene un alcance de 443 metros, calibre ‎7,62 x 39.22 Long Rifle.

 

Cuando me abro al Amor, me piden Dinero.

 

Quién sabe qué idea tienen de mi, triste espejo en el que reflejar sus miserias.

 

Ignorancia y  falta de argumentos, para alguien que va con su corazón sangrante servido en un plato.

 

Un espejo de lucha, heridas, golpes y sangre que salió de mi oído.

 

 

No vengo a teorizar nada.

 

Mi venganza será continuar esta batalla sin cuartel.

 

 

El hombre que organizó mi tortura con una violación múltiple ha muerto.

 

 

El hombre que me secuestró con dieciocho años para encerrarme en una jaula de oro ha muerto.

 

 

El hombre que me violó con apenas ocho años, apenas una niña, ha muerto.

 

 

El Estado que aborrezco, me ha compensado por eso.

 

 

A los ocho años huí de la casa de mi padre, en un barco.

 

 

A los dieciocho años huí de un secuestro. Sentada al lado de mi secuestrador. Tren y bus, para sortear las fronteras. Guerra del Líbano 1986-1989. Es el final de la Guerra.

Me zafé de su brazo, corrí y viví al raso, más de tres años.

 

 

Voy de la mano de mi hermana, y respondo con insultos mordaces a los piropos de dos antropomorfos vestidos con bermudas, que ríen de un sin techo, que vomita su vida tumbado en un banco.

 

La ciudad se muestra inmune al dolor, el sufrimiento y el maltrato.
Ambulancias amarilleantes, preguntan al moribundo si desea ser atendido.

 

Taxi, calor, humedad.

 

Engaño masculino, calculado, taimado y feroz.

 

Flota.

 

Bambolea en perfiles con fotografías, que bailotean en un teléfono móvil, al ritmo de los pulgares.

 

Las mujeres ríen, hermanas.
Huyen de los abolengos rancios de unas islas malditas hace cinco siglos.
Vamos camino al sexto siglo de maldición.

 

 

El apocalipsis urbano las invita a bañarse en un mar industrial, con olor a gasóleo. Iridiscente superficie, con mareas, olas y corrientes artificiales.
Les hablan de la “ingeniería de la alimentación”.
Rechazan lo zafio y falaz de la parlante, cuando la ven lanzar una colilla en la orilla de la playa.

 

Huyen, duermen, las mujeres.

 

Despiertan deseando prenderle fuego a los poemas mal hechos.
Los tacones vuelan entre las manos de ambas en festín delicado. Ropas, peluquerías y pinzas animan el canturreo de sus voces.

 

La madre reseca e hiriente las hace huir, juntas, de la mano.

 

De nuevo.

 

Huir, es la propuesta.

 

 

AK-47:
https://es.wikipedia.org/wiki/AK-47

“Farah y el Antagonismo.”

 

 

“…Cuando las gentes viven en oposición y enajenamiento mutuo, como extraños, no puede llevarse a cabo ninguna gran obra en común…” “I Ching, el libro de las mutaciones”, Kuei-El Antagonismo”.

 

Él lo siguió intentando, con sus teléfonos trucados y sus “no pude leer tus mensajes”.
Ella sabía que era mentira.
Sólo ignoraba lo que no convenía a “su negocio”, a la sazón, ella.
Un negocio construido sobre crueldades y maltrato.
Quién sabe a cuantas mujeres más, además de a ella.
La acosó por un día entero.

Ella recordó como él cultivaba “su tupé”. Secador de pelo, signo bélico.
Ni escribir ni hablar sabe.
Eso ahondó el Antagonismo de “los discursos paralelos”.
De hombres y mujeres.
Verdad respuesta con violencia, al verse descubiertas miles de tretas que van urdiendo.
A diario.
La humilló una respuesta amiga, y eso aumentó su soledad.
Sus ganas de dormir y despertar en un mundo nuevo.
Su hambre no hacía más que aumentar y corrió al Mercado.

Rodó por las tintorerías, y tropezó con las amigas.

Parque, fronda.
Libros y pájaros, tropicales.
Sonidos de ranas y cotorras.
Todas hermanas.
Lo masculino seguía versando en exabruptos.

 

Las hermanas antagónicas, la mayor y la menor.
La mayor obtuvo el Pasaporte con el permiso del Padre.
Franco era así.
La menor tuvo pasaporte militar. Libre.
Allá dónde obtuvo el visado colocó una mina con espoleta.
Las mujeres explotaban en rebeliones, tras el paso de la hermana menor.
Brasil, Marruecos.
Mujeres.

 

Las dos hermanas alejadas de la moda.
Armadas con pinceles y aquarellas.
Lápices y cámaras de fotos.
Tardes de Dictadura alisaron sus pelos africanos.
Aviones caros, Guerra del Líbano.
Alaska y los Pegamoides arruinaron su relación.
Empezaron a desentenderse, durante largos años.
Un fondo abisal, lleno de peces coloridos, se abrió entre ellas.

 

Antagonismo.
Familia y Revolución.

Reunidas, las hermanas, años después por la muerte, el duelo, y las ropas insensibles de los difuntos.
Echaron a caminar al encuentro.
Esta vez en aviones baratos.
Nunca se tomaban de las manos, las hermanas, pero hablaban de corazón a corazón.
Relataba, la hermana menor, sus desastres y tragedias.
Escuchaba emocionada, la hermana mayor.
Unidas por los páramos de color mostaza, volcánicos.
Vidas para siempre antagónicas.
Por el discurso paralelo y segregador de los hombres.

A trompicones y sustos.
Las marcaron, cual ganado Masai.
Un océano y miles de kilómetros de tierra las separaban.
Una en Europa. Otra en África.
Corazones divididos.
Acosadas las dos por el discurso paralelo de los hombres.
Soñaron en los páramos volcánicos, con arena del Sáhara en suspensión.

 

-Antagonismo:
http://www.wordreference.com/definicion/antagonismo

 

Farah, la Sura y los Genios.

Lo vio entrar al tren, acompañado de una mujer, y adivinó que era su pareja.

Por la forma de acompañarla al asiento, por su aparente sumisión al paso femenino.

Ella no lo reconoció al entrar.

Ojos gastados tras lentes rosas, mientras conversaba con dos mujeres cubanas, las tres en la plataforma anterior a los asientos.

Mientras hablaban sobre el precio del transporte, sintió una mirada clavada en su nuca y se giró.

Lo vio mirándola.
Parecía rogar con terror.

Que ella no montara una “escena”, por descubrir, a golpe de puerta automática, sus mentiras.
Sólo una mente burda y estafadora como la de él podía imaginar tal cosa.

Ella se sorprendió, sólo a medias, siempre lenta, educada para la frialdad glacial en ese tipo de situaciones, desde su infancia de abuso.
Se sorprendió aún más, al comprobar lo poco que le dolía, quizás por esperado.
La cara de terror del hombre la hizo girarse, sacándolo de su ángulo de visión, su especialidad.

Se acercó a la puerta del vagón, mujer Fulani del Sahel.
Permaneció de espaldas al terror masculino, observando la ciudad pasar a ritmo de vértigo.

Llegó por fin a su parada, y se bajó.
Sin mirar atrás, fingiendo que no le importaba.

El hombre de Egipto le habló de “las seculares diferencias entre hombres y mujeres”.
La dichosa “costilla” de la que según él venimos la mujeres, saltó de entre las palabras y se le clavó en el corazón.
Confirmó, el hombre, aquel golpe de puñal, negando a Darwin.

Se sintió sobrecogida, dos hombres más allá, y recordó su absoluta falta de confianza hacia la mayoría de los hombres.
Argumentaban contra la Verdad con taimados discursos.
Ella, educada en el abuso, busca ansiosa el daño de los hombres.
Lo relaciona con el Placer.
Días de muchos desgarros auguraba el fin de la primavera.

Ramadán.
Anduvo en silencio, ensimismada.
Los Genios apagaron el fuego que calentaba el Hammam de su casa.

Se aprestó a escuchar la voz infantil que leía la Sura del Corán.
Eligió la 113, para desprenderse de tanto sortilegio doloroso.
Recordó el perfume del Benjuí quemado.
Preparó su manto nuevo, esperando la “noche del Destino”, 27 de Ramadán.
La piedra de Alumbre ya estaba preparada para quemarla en la puerta de la casa.

Todo con tal de liberarse de de aquellas sombras oscuras, que hablaban de “costillas”, y de “por qué ella no encontraba al hombre adecuado”.
Todo iba a desaparecer, cuando acabara el Ramadán.

Ella la mujer Fulani de barbilla tatuada, sabía cómo funcionaban aquellas sombras, y como alejarlas.
Se acercan a tu cama de noche.
Acarician tu cuerpo desnudo, apenas eres una niña.
Te educan en la culpa,  y pretenden manipularte con sus argumentos, tan viciosos como sus vidas.
No lloras, resistes, y el pellejo se te pone muy duro.
Y así comienzas a decir:
“Tomo refugio en el Alba…”

Sigues evolucionando, con sólo cinco versos.
Te acercas a tu corazón y te sacas el puñal.
Una herida más, o dos.
Cicatrizará.

Fulani:
Hammam:
 
Sura 113:
 
La Noche del Destino:

MUJERES DEL MUNDO.

 

Trenes, andén 1.
Gentes entrecruzadas, miles.

Mujeres. México, Rumanía, para visitar a mujeres de Senegal.
“Cercanías” que te alejan, así son los trenes.
Te alejan cuando vas.
Te acercan cuando vienes.

 

La mañana siguiente se anima.
Entre panes hechos por mano de mujer rumana.
Entre flores y plantas de Egipto.

 

La amiga llora.
No conoce su futuro ni el de sus cachorros.
Fluyen las palabras.
De corazón a corazón.
Sin barreras.
¿Cómo podría tenerlas el Amor?

 

Distante, mil-kilométrico.
Próximo, jugoso, rugoso.
Amor.
Colectivo, de fuerte individualidad.
¡Ay del Amor!

 

Quien sabe mañana, peruano, brasileño.
Saharaui o argelino.
¿Quién sabe nada del Amor?

“Es que le gusta mucho jugar”, canta Marisa Monte al Amor.

Lavaron juntas, sus culpas, las mujeres.
Con solo agarrarse de las manos.
Cara con cara.
Hablando casi en susurros.

Lo masculino brutal, dejado en paralelo, para siempre.
En una promesa.
Secreta, y a voces coreada.
No más abuso, no más fingir que es Amor.

Se curaron a sí mismas, sin saber dónde llegarían.
No tenían “metas”.
Sólo mano con mano.
Hijo con hija, todos adelante.
Un día más, un minuto más.
Luchando con más o menos intensidad.

Fumó un cigarrillo búlgaro con una mujer rumana, regado con buen café.
Las dos huyeron, mujer.
Mujer mexicana con gorra de “Mickey-mouse”.
“Compra toda su ropa en USA”.
Va en avión a comprarla.
Su relato no es honesto, por eso huyen.

Mujer ecuatoriana habla con ojos que lloran sangre.
Todas, nosotras, relatamos la violencia.
Unas con la verdad desgarrada.

“Mujer mexicana con gorra de “Mickey-mouse”.
Otras disfrazando el dolor debajo de un ratón infantil.

Mujer canta himno.
Mujer compra chalet.
Mujer compra bebé inseminado.
Todo es dolor y sacrificio.

La música de los aparatos masculinos de demolición, en forma de “pene hidráulico de metal”, se adhiere.
Impregna viscosa mi pensamiento, mientras demuelen un edificio. En tres, o seis días.

Converso con mujer peruana, aeropuerto.
Subo al avión, me alejo, acercándome a las mujeres.

 

 
-Marisa Monte: “Vai saber”:

 

 

 
 
Texto e ilustración originales de Farah Azcona Cubas.
 

“La enfermedad del alma y sus remedios”

Cuando oigo un chorro de agua y un pájaro que canta quedamente en el viento de la tarde, ahí me pongo a escuchar a mi alma.

Si tal cosa existiese, el alma, esa sería sin duda mi religión.

Los rituales que conmueven mi psique y mi corazón, trascienden la normativa de oraciones, mezquitas y gimnasias orientales.

Desde muy joven aborrecí el Orientalismo por su rechazo a los Deseos, como “distracciones de algo más elevado”.

¿Puede existir algo más elevado que un Deseo?

Cuando los deseos son multitudes, forman un árbol que conforma nuestra Felicidad.

Si por algo detesto las expectativas es porque desafían a los verdaderos deseos, y nos hacen confundirlos con meros y vanos momentos que nos apartan de nuestro querido árbol.

Cada quien tiene el suyo.

Existen Flamboyanes de color de fuego y hojas que se ondulan con la brisa.

Jacarandás de púrpura copa y manto.

Palmeras de sonido tropical al mecerlas el viento.

Arbustos, cactus y euforbiáceas componen el gran mosaico de deseos.

Entra pues, de mi mano, al Jardín de los Deseos y no dejes que nada enturbie tu felicidad.

Que nadie te haga llorar ni te lleve a la miseria, y si llega ese momento, observa, pues ha dejado en tierra rasa lo que por ti misma cultivarás. 

“Luna de Capricornio.” Verano.

«Oh Al-Láh,
amarte ha sido comprender que la Dicha no es la Felicidad. No es la Alegría.»

Amarlo ha sido comprender que la Dicha no es la Felicidad.

No es la Alegría.

Y, sí, es Amar a un Ser fragilizado que ha necesitado mi verso en un segundo.

Veloz he secado mis lágrimas para asistirlo, olvidando mi corazón.

Amarlo más sería sucumbir al morbo de ser abandonada o, ejerciendo mi hipocresía, fingir no desear un compromiso.

Vuelvo a secar mis lágrimas, la mañana después, desvelada por una pelea de gatos ante la Luna llena.

Quizás esa sea la metáfora de mi vida.

El gato de mi conciencia agrediendo al gato de mi corazón.

Y lloro al recordar a los jóvenes amantes que se lanzaron juntos al abismo.

De puro amor murieron.

Frente a un Mundo incapaz de soportar y hacer florecer el Amor. Prefirieron eternizarlo en la Muerte, y así lo dejaron escrito en aterradora carta.

Yo lamentablemente sobreviviendo, como canta León Gieco. “Sobreviviendo”.

En la Dicha de no tenerte.

De no poder alcanzarte, pues hoy, amor mío, de nuevo te alejas hacia la Muerte.

¡Maldito Mundo que no soportas al Amor!


León Gieco.

“Por una senda oscura.”

Por una senda oscura, arbolada, caminaba la Muerte.

Me salió al paso, y sonrió con sus ojos.

Su dolor era tan grande que apenas su mirada sonreía.

Mis ojos, en sus ojos, firmes.

Desafiante en mi Dicha.

Tomé el sendero, apenas unas palabras después, y no sólo se fue la Muerte.

Con ella partieron tres Arpías.

Una fingía ser Calma, otra fingía ser Ciencia.

La última, y más vieja, fingió ser Poesía.

Sus cantos chirriantes clamaban por la Muerte.

Pero ni ella, deshacedora de todo afán, le respondía.

“Força Estranha”.

Después del agotamiento del sábado, quedó desangelada.

Cual banquete antropófago, ella fue el manjar de la noche.

Vestido brocado, color vainilla.

Zapatos abiertos de madera, Tamancos.

Cabello nordestino, ondulado y suelto.

Cobardía. Hipocresía islámica.

نفاق

Lágrimas que no fueron suyas.

Apocalipsis masculino regado con alcohol barato.

Vapor de malhumor caprichoso.

De la mano de Xangó se alejó de la tal parada.

Ni desfiles militares ni cortejos pacíficos lograron conmoverla.

Se retiró a lo más hondo de su Ser.

Miguel Hernández le dio la “Luz victoriosa”.

Y por ella entró en su casa la cordura.

No era “un hoyo muy hondo”.

Fácil de llenar.

Restaba esperar la Estación de las Lluvias.


“Era un hoyo no muy hondo, Miguel Hernández.


¿Y tú dónde estabas?

 ¿Dónde? Cuando Carlos Marighela escribía poemas, cuando lo tirotearon.
Cuando la Dictadura recorría el Planeta de Norte a Sur, de Este a Oeste, porque yo estaba allí.
Durante cien eclipses, aluviones, riadas, nevadas y tormentas. Con Luna llena o con Sol en Capricornio.
Con amor o desalmada. Con psicosis o perseguida, yo estaba allí.
Mientras el fútbol apagaba los gritos de la tortura y tiraban a gente sedada de los aviones del ejército. Mientras Leónidas Brezniev se apagaba, y nuestra esperanza con él, yo estaba allí.
Cuando derribaron el Muro, que en Berlín nos separaba de la ignominia que tenemos ahora. Cuando la heroína fue distribuida para acabar con lo más brillante y libertario de la vanguardia en 1980. Cuando llegó el terror del SIDA, yo estaba allí.
Cuando me dejaste esperando en una plaza inmunda de un pueblo mugriento, y nunca regresaste, yo me quedé allí.
Cuando me llamaste provocadora, hostil, áspera y me echaste de tu lado. Yo seguí estando, allí y aquí.
Aquí en mi vida, estaré siempre esperando, con mi corazón de pétalos blancos. Mi alma de perigeo alumbrará más allá de tu perfume caro. No necesitaré cirugías pues nací anciana, con el dolor y lo decrépito marcados a fuego en el corazón.
Por mis venas jamás ha corrido una gota de sangre, pues me la vaciaron toda, a fuerza de señalarme, darme puñetazos y arrancarme el pelo de raíz.
Y heme aquí como india salvaje, negra Malé y amazigh tumultuosa de estirpe romana. Lo más salvaje del Planeta embellece mi piel, mi corazón, mis ojos y mi alma.
Rodeé tu sintaxis para sortearte, a ti y a todas las que van por el camino cierto, pues el mío fue torcido ya antes de nacer.
Y así seguiré por el resto de la Eternidad, al frente de toda disputa, de todo lo innombrable que la gente vagabunda de sí, rehuye.
Al pie de la batalla y sin más bandera que mi cuerpo desnudo, sin miedo a nada. Al frente de la vida, al filo de lo doloroso por demasiado placentero.
 Y hoy que la Luna se oscurece del todo, para dejar que la verdad brille como el “Cuchillo de plata” de Cecilia Meirelles, te pregunto:
¿Y tú dónde estabas?