De Farah, el mar agitado y el Ciclón.

Pasó tres semanas turbada, hasta que pudo hablar con el príncipe de ébano y le preguntó si sus palabras habían sido producto del alcohol, porque su vida ya nunca podría ser la misma, después de la última conversación a solas.
Él respondió que recordaba todo lo dicho a la perfección, y esto, le dio a Farah una falsa esperanza, que quedó descubierta gracias a su nueva paciencia, arropada por atardeceres de fuego, mares embravecidos y la Anarquía climática de la cola de un ciclón, que atravesaba en aquellos días el desierto, dejando a todo el mundo talmente descontrolado, de tal modo que se entregaban a si mismos, revelándose sus verdaderas intenciones.
La crueldad, la falta de respeto y de cultura emocional, la atravesaron como una lanza en su pobre corazón de niña de Charles Dickens, que la acompañaba desde su infancia.
Recordó a su verdadero amigo, el profesor itinerante, el cariño sincero que había nacido entre los dos y su manera de explicarse las cosas, él siempre guiándola en aquel trozo de desierto, nuevo para ella. Rebosante de crueldad, salvajismo, bajas pasiones y miedos.
Rememoró el último día pasado en mutua compañía, entre alisios húmedos y frescos, el mar rugiendo entre los solapones del mar de Barlovento.
 La cola del Ciclón, de nombre occidental, comenzaba a azotar la isla, y se alternaban momentos de lluvia suave y llamaradas de sol, en cuanto ella, sabía que el viento rugiría cada vez con más fuerza, mientras aumentaba la lluvia, al menos en el interior de su corazón de mujer Touareg, libre e indómita, incomprendida por unos y otros, siempre a caballo entre dos mundos.
Éste agitado, de tanto engaño y perversión, rugía furioso, y necesitaba una satisfacción, algún atisbo de humanidad entre tanta impiedad y corrupción del alma humana…
Pensó y se quedó callada, esperando…

De Farah, el Príncipe negro y el actor argelino.


Se debatía Farah entre el cortejo de un Príncipe de ébano, artista, serio y tranquilo. Su risa la transportaba a la lejana tierra suahili de dónde había llegado.
Pasaban noches enteras hablando, sobre el amor y la vida… Y ella aspiraba el perfume de su piel negra y brillante. Andaban en conversaciones sobre la tranquilidad en el amor, y la paz necesaria para una vida en común. A Farah le pareció escuchar palabras celestiales…. Todo eso, en medio del ambiente pueblerino que les rodeaba, y se acercaron varias mujeres para felicitarla por su conquista, ¡pobres!
Creían que ella se tiraba al vacío en un segundo, por un perfume o por unas palabras seductoras. No sabían cuan recio era su corazón y cuan difícil de conquistar. Una de ellas, se había encontrado un pajarito y le había puesto de nombre Farah, lo que para ella fue un halago, mientras ella, le preguntaba si le molestaba que se lo hubiese puesto… ¡Hay que ver en lo que pierde la gente el tiempo cuando bebe y se emborracha! ¡Quiá! como dice Al Corán…
Ella sólo tenía ojos y oídos para su príncipe suahili, y deseó que se realizara el sueño de los dos, juntos. Un marido como ese valía la pena…
Al despertar por la mañana, allí estaba el actor argelino, inventando que había venido a ver su correo, y que a la noche hablarían, ella se enfadó mucho, pues él la estaba enamorando, y lo estaba consiguiendo, sin saber que Farah no podía ser poseída por nadie, pues era libre y volaba con alas propias. Farah siempre pone límites al amor, no considera las pasiones que tanto la habían hecho sufrir toda la vida. Él no sabía de su peregrinar por el desierto desde que se hizo viuda, y su única y exclusiva confianza en lobos, cernícalos y estrellas. Sólo la arena del desierto la conocía…