Se sintió cual hembra de caribú, acosada en el principio del celo por un macho celoso, que la perseguiría hasta dejarla preñada, y lloró su destino.
Deseó hablar con el espíritu de su padre, y decirle, Abu: ¿por qué estoy condenada a este destino maligno? ¿Esto es lo que querías mostrarme del mundo?
Soñó con Zohair, el genio virgen, que la había enamorado con sus palabras, y había desaparecido, como cualquier otro animal macho, después de haberla preñado de aquel amor mágico del encuentro.
Se fue sobrecogiendo con el pasar de los días, y ya no deseaba encontrarse con nadie más, aunque el encuentro la urgía.
Se sintió en un torbellino que le dio vahídos, mientras su amiga sirena nadaba, ella refugiada en la sombra al sol del mediodía. Cada vez se sentía peor y no entendía por qué. Pensó si seria como aquellas golondrinas, una más, agotada por el viaje, que fue a estrellarse en el amor imposible del genio virgen, y había muerto, cegada por el destello del amor.
Pasó de un genio al otro, como un guiñapo, necesitando el auxilio de magas y hechiceras, que la libraran de aquel conjuro hecho para enloquecerla.
Quiso librarse de aquella batalla de sentirse ofendida, siempre en vano, de luchar para nada, sola, siempre sola frente al destino y días y días sin un cernícalo que le indicara el rumbo que debía tomar para emprender de nuevo su travesía por el desierto humano, con la sola compañía de su loba fiel “Habiba”