Trenes, andén 1.
Gentes entrecruzadas, miles.
Mujeres. México, Rumanía, para visitar a mujeres de Senegal.
“Cercanías” que te alejan, así son los trenes.
Te alejan cuando vas.
Te acercan cuando vienes.
La mañana siguiente se anima.
Entre panes hechos por mano de mujer rumana.
Entre flores y plantas de Egipto.
La amiga llora.
No conoce su futuro ni el de sus cachorros.
Fluyen las palabras.
De corazón a corazón.
Sin barreras.
¿Cómo podría tenerlas el Amor?
Distante, mil-kilométrico.
Próximo, jugoso, rugoso.
Amor.
Colectivo, de fuerte individualidad.
¡Ay del Amor!
Quien sabe mañana, peruano, brasileño.
Saharaui o argelino.
¿Quién sabe nada del Amor?
“Es que le gusta mucho jugar”, canta Marisa Monte al Amor.
Lavaron juntas, sus culpas, las mujeres.
Con solo agarrarse de las manos.
Cara con cara.
Hablando casi en susurros.
Lo masculino brutal, dejado en paralelo, para siempre.
En una promesa.
Secreta, y a voces coreada.
No más abuso, no más fingir que es Amor.
Se curaron a sí mismas, sin saber dónde llegarían.
No tenían “metas”.
Sólo mano con mano.
Hijo con hija, todos adelante.
Un día más, un minuto más.
Luchando con más o menos intensidad.
Fumó un cigarrillo búlgaro con una mujer rumana, regado con buen café.
Las dos huyeron, mujer.
Mujer mexicana con gorra de “Mickey-mouse”.
“Compra toda su ropa en USA”.
Va en avión a comprarla.
Su relato no es honesto, por eso huyen.
Mujer ecuatoriana habla con ojos que lloran sangre.
Todas, nosotras, relatamos la violencia.
Unas con la verdad desgarrada.
“Mujer mexicana con gorra de “Mickey-mouse”.
Otras disfrazando el dolor debajo de un ratón infantil.
Mujer canta himno.
Mujer compra chalet.
Mujer compra bebé inseminado.
Todo es dolor y sacrificio.
La música de los aparatos masculinos de demolición, en forma de “pene hidráulico de metal”, se adhiere.
Impregna viscosa mi pensamiento, mientras demuelen un edificio. En tres, o seis días.
Converso con mujer peruana, aeropuerto.
Subo al avión, me alejo, acercándome a las mujeres.