Por una senda oscura, arbolada, caminaba la Muerte.
Me salió al paso, y sonrió con sus ojos.
Su dolor era tan grande que apenas su mirada sonreía.
Mis ojos, en sus ojos, firmes.
Desafiante en mi Dicha.
Tomé el sendero, apenas unas palabras después, y no sólo se fue la Muerte.
Con ella partieron tres Arpías.
Una fingía ser Calma, otra fingía ser Ciencia.
La última, y más vieja, fingió ser Poesía.
Sus cantos chirriantes clamaban por la Muerte.
Pero ni ella, deshacedora de todo afán, le respondía.