“Romántica, romancesca”

“Romántica, romancesca”, sentenció aquel remedo de hombre leyendo su declaración de Guerra con revólveres al cinto.

Ella no podía imaginar que lo decía para que se sintiese culpable y así poder manipularla.

A pesar de ser una valiente guerrera, acostumbrada a usar revólver y fusil, llevar cananas de balas en forma de collares indígenas, ella era apenas una niña.

Siempre lo sería, por el tamaño tan grande de su corazón. Nunca importaría la edad que tuviese.

Aquella especie de orangután, de zapatos achaparrados, de tres o cuatro números más, para no cortar las uñas de sus pies, tenía una barba rala, de las que se tienen por vago.

No era una barba cultivada, ni procaz siquiera.

Ni siquiera era un culto a su mentón, pues aquel monstruo ni siquiera sabía lo que significaba aquella palabra.

Ella le sintió nervioso a su lado, y se mudó al otro sofá, de adamascada tela color mostaza.

Él fingió interés por su conversación, pero ella andaba ya demasiado turbada a aquellas alturas de la tensa charla.

Ella le había mostrado lo maravillosa que era su casa, de la cual fue expulsado por ella misma, cuatro años antes.

Los ojos de él refulgían de una mezcla de envidia, rabia y vergüenza.

Ese es el cóctel de los cobardes.

Lo despidió en la puerta con el deseo de que nunca más volviesen a verse, y con ese pensamiento cerró la puerta, quedándose sola y arrepentida de haberle llamado.

A la semana siguiente, él la telefoneó.

Decía que había tenido problemas y no tenía donde dormir… Que si ella pudiese… Sólo un par de días… Hasta su voz era de súplica, en un tono fingido, queriendo convencerla de su amor por él…

Ella asintió, dijo que podría quedarse un par de días y se puso a preparar una habitación de invitados.


Él había dicho que vendría al día siguiente, de mañana.


A la mañana siguiente apareció él.

Su equipaje le pareció demasiado voluminoso, y hasta una guitarra traía el gañán.

Ella le hizo pasar y le llevó a la habitación dispuesta para él.

Se sentaron en la cocina y conversaron.


Ella sintió que la turbaba aquel hombre porque aún le amaba, a pesar de lo deshonesto de su comportamiento para con ella cuatro años atrás.
No hizo mucho caso de aquella sensación amorosa y siguió con las tareas del día.
Cocinar, lavar, pasear con su perra, esta vez juntos, de nuevo, como en aquel entonces, cuatro años antes…

Aunque la perra era otra, la anterior había muerto, y él aprovechó hasta la desaparición de la fiel compañera para manipularla, fingiendo un gran pesar y repitiendo el nombre del animal varias veces.

Comieron juntos, ella ocultando a su familia que él estaba de nuevo en su casa.

Después del almuerzo ella dijo que iba a hacerse una siesta.

Él dijo que si podían fumar antes unos cigarrillos juntos, mezquina excusa para meterse en su habitación y sentarse en su cama.

La misma habitación y la misma cama de las que fuera expulsado cuatro años atrás, antes de ser fulminada su presencia de la casa y la vida de la mujer de enorme corazón.

Lo logró y fumaron juntos, se tumbaron y allá yacieron juntos entre besos, apretones y suspiros.

Tuvieron sexo, comieron juntos, durmieron y despertaron.


Así durante tres días.


Sólo salían a dar largos paseos, como antaño, con la perra.

Sus conversaciones eran siempre en un tono de reproche por parte de ella, y de una altanería culpable por parte de él.

Hablaron mucho, sobre como querían vivir, y hasta pareció que él hubiese cambiado.

Él pasó los tres días enrojecido, pensando cómo ganarse el pan, sabiendo que ella no le daría nada.

Nada de nada.

Ella le sugería formas de hacerlo, y él se zafaba en multitud de excusas, de las que dan los vagos y mantenidos.


Él llamó a su madre.


Ella sabía lo que aquello significaba.

Su madre, una mujer muy católica, dispuesta siempre a darlo todo para que su bebé malcriado, de zafia compostura, estuviese a salvo y no le faltase de nada.

La madre ni siquiera sospechaba de la existencia de la mujer de gran corazón.

Él desapareció al día siguiente.

Ella le telefoneó durante un largo día, sin saber dónde estaría ni que iría a hacer con su vida.


Al final de la tarde apareció él.


Todo eran hechos consumados.

Tenía un billete de avión, y dinero suficiente para drogarse y aparecer con un temple desafiante, de abierto maltrato.

Ella le dijo que se fuese, esta vez definitivamente




Ilustración: «Jacqueline a la otomana» Pablo Picasso.

“Bagdad. Ella, los hombres y la Guerra.”

Bagdad.
Se convirtió en una mujer arrasada.
Tres misiles Tomahawk despegaron desde un navío de guerra.
U.S.A.
Aterrizaron en Bagdad, año 2003.
1423, años de la Hégira.
Esa noche comenzó a sentir la muerte de la Nación árabe.
La Umma.
امة
Lloró desconsolada frente a la pantalla, el ojo que todo lo ve y la cámara que todo lo muestra.
Ese día, ella y su madre, dejaron de ver la televisión.
La Guerra.
Desde 1915, aparejado al Sufragismo, nació el “Comité de Mujeres por la Paz Permanente” en La Haya, Holanda.
Su oposición militante contra la Primera Gran Guerra europea del siglo XX, después trasladada por efecto dominó a Asia, África y demás posesiones coloniales de Europa en el mundo, fue el motor que movió a las mujeres a ampliar su agenda política, después de su participación activa en las Revoluciones de México y Rusia.
“أحـلام”
 
“Sueños” Iraq  2003, film dirigido por Mohamed Al-Daradji.
Los misiles Tomahawk  destruyeron el Manicomio.
Los pacientes huyeron ante la desbandada del personal durante el bombardeo.
La rotura de muros, puertas hizo que huyeran y se dispersaran.
   Deambulaban por una ciudad tomada por los blindados americanos.
El Director y un grupo de enfermeros salieron en su busca.
Salvaron a muchos, de los bombardeos o de ser confundidos con
“sospechosos” en los controles de la tropa, y ser abatidos a balazos.
Recuerdo a una enferma que está vestida de novia.
Ha enloquecido ante el arresto sin motivo de su prometido y su posterior desaparición.
Ella apareció en las ruinas de una casa, acurrucada en el suelo, con un muñeco mugriento en su regazo.
Cantaba y le acunaba.
Recuerdo al Director del manicomio, antes de los bombardeos,
preocupado por la situación que se les venía encima, fumando un
cigarrillo tras otro, insomne.
Ya imaginaba lo que pasaría en aquel Manicomio-cárcel que él había
sacado de un periodo de mazmorra y tinieblas.
Su madre le consolaba.
La mía no.
A mí me consoló, años más tarde, la historia de Darina Al-Joundi y de
 su padre, un sirio ismaelita, que vivieron la Guerra del Líbano.
Darina, después de tanta violencia sólo podía recordar a Nina Simone, cantando “Save me” en la radio.
A mí me salvó Asmahan, y Oum Kalsoum cantando “Al-Atlal”.
Fumando, un cigarrillo tras otro, insomne…
MUJERES CONTRA LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL: EL COMITÉ INTERNACIONAL DE MUJERES POR UNA PAZ PERMANENTE (LA HAYA, 1915) Carmen Magallón Portolés y Sandra Blasco Lisahttp://ifc.dpz.es/recursos/publicaciones/35/22/06magallonblasco.pdf
“Ahlaam”  Film, Iraq-2003  http://www.fotogramas.es/Peliculas/Ahlaam

 

Olga Benario y Luíz Carlos Prestes, un ideal revolucionario.

ADN-ZB/IML-ZPA, 19.2.1975, Olga Benario-Prestes, Antifaschistin
geb. 12.2.1908 München
April 1942 in Bernburg ermordet, emigrierte 1933 in die Sowjetunion; 1935 folgte sie dem brasilianischen KP-Führer Luis Carlos Prestes in dessen Heimat. Von Brasilien wurde sie im Frühjahr 1936 an die Gestapo ausgeliefert. Im November 1936 gebar sie im Berliner Frauengefängnis eine Tochter, die auf Grund internationaler Proteste an die Mutter von L.C. Prestes übergeben werden mußte. Olga Benario-Prestes wurde in das KZ-Ravensbrück verschleppt und in Bernburg vergast.

“Ella y las esquinas, por la noche.”


Abandonó al trote aquella situación tenebrosa.

 

De malos entendidos, uniformes y malos humores hepáticos.

 

Recordó que hacía muchos años que aborrecía la noche.

 

 

Sin saber cómo, se vio a sí misma en el pasado.

 

En una rocambolesca maniobra, se vio desde su yo actual.

 

Se dio cuenta de cuan repugnante es la fanfarria nocturna.

 

Mezcla de vapor barato de alcohol, y a cada paso para doblar una esquina, aquel hedor hediondo a pescado frito en aceite rancio.

 

Una rata serpenteó entre la basura a su paso, y le pareció un signo.

 

الساقية

 

 

Cuando atravesó un puente, el hedor a fritura, subía por el cauce seco de la Sagüia.

 

 

La Sagüía de los Santos. Un barranco en el que años atrás yacía un mendigo dando alaridos, despachurrado entre las rocas, de puro dolor en el corazón.

 

 

Siguió andando, y a cada paso, su alma se volvía más pesada, como de fuera del orbe.

 

Se sintió atacada en su ánimo sensible por la grosería, la cobardía.

 

Y le dio asco.

 

 

Un asco terrible que no sabía cómo sacarse de encima, de la ropa, de dentro de las tripas.

 

Al doblar la última esquina, la saludo el hedor de otro mendigo que dormía dentro de un cajero de Banco.

 

 

Los coches pasaban a toda velocidad, por encima de un charco haciendo un ruido familiar.

 

Durante el trayecto le volvían a la mente todos los actos abyectos que había soportado.

 

 

Palabras, miradas, formando parte de un taimado asunto, que sólo se masca por las noches.

 

Los celos infantiles, la cobardía, el deshonor.

 

Un abanico de maldad que habían sacado a pasear esa noche.

 

Ella se lo tropezó de cara.

 

Abrió la puerta del portal, y se sintió a salvo.

 

Como antaño. De vuelta en la Zagüia. زاوية‎‎

 

 

 

 

Fotografía-Mujer de Ramallah, Palestina. Alrededor de 1900.

 

 

Sagüïa- cauce hondo que a veces lleva agua o permanece seco, dependiendo de la estación. (traducción del Hassanía)

 

Zagüia- (Fem.) En Marruecos, especie de ermita dónde se halla la tumba de algún santo o santa.

 

“ÉL, ELLA, LA RELIGIÓN Y LOS IDIOMAS”.

O “Del amor de las lágrimas y los balbuceos”.



Lo conoció en un Bar.

   Un inmigrante más.

Dificultades con la lengua le acercaron a ella.
Cuando se sentaron para hablar de su intercambio de idioma, los ojos de ambos brillaban de felicidad.

Era todo tácito.

Los dos acorazados se medían antes de la Batalla.

Él se soltaba un poco con la cerveza.

Ella, abstemia y observante de la norma musulmana del pudor-que asumía en secreto- se revolvía cuando los dedos de él rozaban los suyos.

Así, quedamente, entre normas gramaticales, llegaron las confesiones, cada vez más íntimas.

Poco a poco, un hilo brillante iba de los ojos de él en dirección a los de ella.

Ella bajaba los párpados, o fingía una desenvoltura propia de su extrema timidez.

Se revelaron el uno al otro como seres vulnerables y sensibles.

Experiencias casi idénticas en el amor hicieron que él se derramase en lágrimas.

Ella, estupefacta, no comprendía que un hombre llorase sin ser en la intimidad.

No estaba acostumbrada y desafiaba la moda antropológica de su cultura.

Así era ella.

Pasaron los días.

Las semanas.

Ella se ausentó por un tiempo.

Él volvió a su vida, que continuaba siendo un misterio para ella.

Volvieron a verse, y los ojos de ambos brillaron cada vez con más intensidad.

Cada vez más profundos y con más capacidad de verse el corazón desnudo.
Ella le dijo que empezaba a sentir una atracción muy fuerte por él, y que había levantado un muro entre los dos, que ella jamás franquearía.

Él lloró, de nuevo.


Al improviso, él la besó.

En los labios.
Ella se enfadó mucho, y así lo manifestó con voz firme, contundente, pero en tono bajo.

No había discusión.

Ella se marchó sola a casa.

Él la despidió con ojos desesperados.

Ilustración «Fatima Mellal», artista plástica amazigh.

“La enfermedad del alma y sus remedios”

Cuando oigo un chorro de agua y un pájaro que canta quedamente en el viento de la tarde, ahí me pongo a escuchar a mi alma.

Si tal cosa existiese, el alma, esa sería sin duda mi religión.

Los rituales que conmueven mi psique y mi corazón, trascienden la normativa de oraciones, mezquitas y gimnasias orientales.

Desde muy joven aborrecí el Orientalismo por su rechazo a los Deseos, como “distracciones de algo más elevado”.

¿Puede existir algo más elevado que un Deseo?

Cuando los deseos son multitudes, forman un árbol que conforma nuestra Felicidad.

Si por algo detesto las expectativas es porque desafían a los verdaderos deseos, y nos hacen confundirlos con meros y vanos momentos que nos apartan de nuestro querido árbol.

Cada quien tiene el suyo.

Existen Flamboyanes de color de fuego y hojas que se ondulan con la brisa.

Jacarandás de púrpura copa y manto.

Palmeras de sonido tropical al mecerlas el viento.

Arbustos, cactus y euforbiáceas componen el gran mosaico de deseos.

Entra pues, de mi mano, al Jardín de los Deseos y no dejes que nada enturbie tu felicidad.

Que nadie te haga llorar ni te lleve a la miseria, y si llega ese momento, observa, pues ha dejado en tierra rasa lo que por ti misma cultivarás. 

“Vuelo hacia la Miseria.”

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La mañana amaneció con velas encendidas.
Desayuno en penumbra.
Ducha rápida, a oscuras y taxi.
Aeropuerto. Dirección Gran Canaria.
Fumando en el exterior de la Terminal conversó con un señor de Roma, que viajaba para asistir al funeral de su madre.
Portón de seguridad, semi-desnuda, tacones en bandeja de plástico y dos bolsas en los pies.
Al entrar en la zona de embarque de aeronaves, Suelma va a El Aaiún, con sus cuatro hijos después de cuatro años.
Un año de separación por cada hijo.
Llaman a Suelma por el altavoz, y juntas corren con la chiquillada hacia la puerta de embarque.
Les desea feliz viaje, en árabe, y admira la sonrisa de la mujer saharaui.
Asiento azul de plástico y acero, diseñado para que no puedas dormir o recostarte.
Aroma de café, madre telefónica.
Embarcan en la aeronave, nueva, reluciente, y compartió asiento con una bióloga marina que viajaba a Azores a observar cetáceos.
El resto del pasaje lo conformaban familias jóvenes con niños, en plenas vacaciones.
Ladrones variados de la administración pública y empresarios disfrazados de periodistas televisivos completan el pasaje.
La tripulación fue muy antipática, apresurada en su explotación aérea, y afortunadamente el vuelo era de escasos treinta minutos.
Salió del aeropuerto de destino y conectó con una señora que había emigrado desde los EEUU en 1972 a trabajar en un Proyecto de UNESCO para aguas desaladas.
En 1972 empezó el fraude de desalar agua y venderla a precio de oro, ayudados por UNESCO, ahora tenía la confirmación.
Un dato que le dio la señora llegada de USA en 1972, clasista y racista, que manifestó durante la conversación “su asco por los negros y las moscas”, poniéndolos al mismo nivel.
Hablaron de medicina, cine y viajes. La palabra que la mujer más repetía era UNESCO…
Bajó de la guagua y anduvo, calle Triana adelante hasta encontrar un café, ansiosa por un disparo de nicotina.
Mientras tomaba café, fumaba y hojeaba los diarios, ojeaba a la vez el pulso de la calle.
Una mujer salió corriendo de la tienda de al lado, siendo perseguida por una empleada joven.
Más retrasada iba una señora de bastante edad, arreglada, con lágrimas en los ojos y desesperación en el rostro.
Más tarde cuando pasó de vuelta hacia el parque, allí estaba sentada, custodiada por la empleada joven que la persiguió y la señora mayor elegantemente llorosa, la ladrona.
Una mujeruca de cabello crespo blanco amarillento y ropa maltraída.
La ladrona lloraba balbuceando disculpas, apoyada por un hombre de aspecto callejero y barba del mismo color blanco amarillento.
Siguió su camino, neutralizada al observar, profundamente alterada por las condiciones de miseria que son cada vez más visibles.
Se agrandan.
Mientras tomaba café sentada, la abordó una mujer colombiana de mediana edad, con la que cruzó dos palabras amables en la fila para pagar el café.
Rimmel  azul, fue el tema de conversa, y se despidió con prisa agradeciendo su amabilidad y educación…
Miseria organizada.
En filas ordenadas.
A un lado las ladronas miserables, al otro las elegantes señoras.
Ella en el medio, como una muda testigo de todo lo acontecido, sin poder articular cualquier palabra o gesto que expresase la tristeza que inauguraba en su viaje la visión de la Miseria.

 

Fotografía de la autora: «Calle Triana, Vegueta,. Las Palmas  de Gran Canaria.»

“Luna de Capricornio.” Verano.

«Oh Al-Láh,
amarte ha sido comprender que la Dicha no es la Felicidad. No es la Alegría.»

Amarlo ha sido comprender que la Dicha no es la Felicidad.

No es la Alegría.

Y, sí, es Amar a un Ser fragilizado que ha necesitado mi verso en un segundo.

Veloz he secado mis lágrimas para asistirlo, olvidando mi corazón.

Amarlo más sería sucumbir al morbo de ser abandonada o, ejerciendo mi hipocresía, fingir no desear un compromiso.

Vuelvo a secar mis lágrimas, la mañana después, desvelada por una pelea de gatos ante la Luna llena.

Quizás esa sea la metáfora de mi vida.

El gato de mi conciencia agrediendo al gato de mi corazón.

Y lloro al recordar a los jóvenes amantes que se lanzaron juntos al abismo.

De puro amor murieron.

Frente a un Mundo incapaz de soportar y hacer florecer el Amor. Prefirieron eternizarlo en la Muerte, y así lo dejaron escrito en aterradora carta.

Yo lamentablemente sobreviviendo, como canta León Gieco. “Sobreviviendo”.

En la Dicha de no tenerte.

De no poder alcanzarte, pues hoy, amor mío, de nuevo te alejas hacia la Muerte.

¡Maldito Mundo que no soportas al Amor!


León Gieco.

“Por una senda oscura.”

Por una senda oscura, arbolada, caminaba la Muerte.

Me salió al paso, y sonrió con sus ojos.

Su dolor era tan grande que apenas su mirada sonreía.

Mis ojos, en sus ojos, firmes.

Desafiante en mi Dicha.

Tomé el sendero, apenas unas palabras después, y no sólo se fue la Muerte.

Con ella partieron tres Arpías.

Una fingía ser Calma, otra fingía ser Ciencia.

La última, y más vieja, fingió ser Poesía.

Sus cantos chirriantes clamaban por la Muerte.

Pero ni ella, deshacedora de todo afán, le respondía.