Saboreó aquellos días que prosiguieron al amor, entre lluvia, relámpagos y granizos. Alguna cosa en la naturaleza se enfadaba mucho siempre que el amor no sale del todo bien.
Prosiguió sus días, sola, atesorando las miradas de él, sus besos. Le inquietaban la ausencia de sonrisa y la cortedad de palabras que lucía en su plumaje de enamorado. Subió, bajó, anduvo en guagua, cocinó, comió, hasta que él respondió a su mensaje, diciéndole que el reloj era suyo y que pasaría a buscarlo.
Ella comprendió que él amaba estar en su compañía, pero por alguna extraña razón no quería mantener un contacto más estrecho.
Ella llegó a pensar que la despreciaba en lo más hondo pero la segunda vez que se encontraron, sus besos lo desmintieron.
Él fue capaz de una dulzura que la dejó helada. Se aterrorizó al ver tan de cerca el amor, sin saber si él lo admitiría. Una vez más se tragaría la imposibilidad de amarla por prejuicios raciales, sexuales o sociales. Siempre existiría alguno, que no la dejaría descansar y ser feliz.
Recordó la soledad en el desierto y el placer que sintió al estar completamente sola en la nada más absoluta, poblada de huellas de pequeños animales, plantas y rocas, que desaparecían por el efecto abrasador del sol en aquel paisaje.
El sonido de la rabeca se quedó prendido en su mente, atrapada en el Nordeste brasileño, para siempre. ¿Y que podría ella explicarle a él, que nunca había escuchado una música semejante?
Estimada Farah. Gracias por invitarme a este tu espacio después del encuentro en Eskup. Me ha encantado y emocionado la sensibilidad de tus pensamientos, que hay que saber interpretar más allá de los límites de las palabras. Comento en esta entrada como pudiera hacer en cualquiera otras de las que he leido y que me han encantado por su prosa, sinceridad y libertad. Solo puedo darte las Felicidades!! y desearte lo mejor que mereces. Me suscribiré a tu blog para seguir cuanto publiques.
Seguimos en contacto…
Un cálido abrazo
Juan Bernardo montejb
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