Del Silencio, la ausencia de nación y otras incertezas.

Decidió dejarse invadir por el Silencio, de sus tripas, su corazón latiendo, sus huesos estallando por el frío que se resistía a abandonarla. Desde hacía días  se sentía de ningún lugar. Recordó las palabras del cantante, que decían que las cosas no llegan a realizarse como uno las imaginó en su origen.
Esta declaración la convirtió inmediatamente en Ciudadana del Planeta irrealizado, desechando, por demasiado obvias, nacionalidades, fronteras, banderas y ejércitos, por demás inservibles.
El Silencio de las tripas le permitía escuchar el llanto, la agonía de todas las personas atrapadas por sistemas, fueran nacionales, transnacionales o internacionales. Y decidió continuar en aquel Silencio un día más, por recomendación del Aire.
Áspera, se desprendió de cualquier sutileza que no fuera la voz que cantaba, primitiva en su origen, elaborada en su modernidad.
Continuó ásperamente esculcando, arguyendo y sospechando, de cualquier cosa que no fuera animal, planta o piedra. Excluyó, por supuesto, a la “Hermandad de los que saben”, por hallarla cierta, segura e incorruptible.
La sonrisa de la radio le acarició el oído. Hablando de “diques secos”, educación femenina, ¡oh, al fin alguien pensó que existimos!
 En su pensamiento escachado, por miles de años de Civilización errónea, incierta, Imperial o Republicana…

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