La sentencia había sido pronunciada:
“Los moros son malos”. Lo había dicho aquella reina de piedra con una antorcha en la mano. No se sabe muy bien, aún hoy, que quiere decir esta antorcha…
Solo se sabe que aquella reina había emitido ya miles de sentencias en sus menos de cien años de vida, todas terribles. Al menos cinco guerras había desencadenado en su afán de gobernar desde su injusto nombre: Libertad.
Nadie podía entender como llamándose así era tan despiadada, y tampoco entendía nadie como no se había tratado su “bulimia nacionalista” que le producía una erupción de barras y estrellas.
Su homóloga española, llamada Sabiduría, aunque nadie en su país conociese la esencia de su verdadero nombre árabe, era quien menos podía entenderla, en ese afán de arqueóloga, por desentrañar las voces de estatuas de piedra. En un arranque de bondad infinita, Sabiduría se dedicó a tener nietos y más nietos.
Sabiduría llamó a Liberty por teléfono, e-mail y paloma mensajera, sin saber aislada en su extrema sabiduría que era de piedra inconmovible y sólo hablaba con los demás a través de los agentes secretos y del ejército.
El mensaje decía, más o menos, que no se preocupara tanto por unos metritos de tela azul o del tamaño de la barba de ciertos moros, pues eso podría reavivar su urticaria en forma de barras y estrellas… Mejor sería tener unos nietecitos para su mamá la reina Gibraltar, que andaba empecinada mareando a toda la corte con el olor de sus “colonias”, pura “chochez. Unas “colonias “ de olor dulzón como la sangre, que producían alergia a todo aquel que se acercase, ya fuera noble o plebeyo.
Sufiÿa, como era tan sabia, conocía el significado del nombre de la abuela y la madre de Liberty, es más, sabía que eran nombres de origen árabe, como el suyo propio.
Así ante lo infructuoso de la mensajería –mail, Sabiduría se dirigió rumbo a Manhatan, lugar de residencia de Liberty desde el cual había contemplado el hundimiento de sus Torres más altas. Allí vivía desde que fue expulsada por Francia, con la excusa de un regalo…
Allí estaba, presidiendo la bahía justo a la entrada, cuando su amiga llegó. La saludó agitando el Tratado que habían firmado para lo de las drogas, allá por el 1934, pero ¡sorpresa! Ni Liberty se inmutó ni Sufiÿa recordó que era de piedra.
Sabiduría la amenazó con una “Marcha Verde” de flamencas armadas de panderetas que invadirían el peñón de su madre, Doña Gibraltar y entonces, Liberty torciendo la expresión la miró al estilo Mcarthy y le espetó con burla:
¡Ten cuidado no te vaya a salir mal lo del Sáhara! Añadiendo con sorna ¡Listita!
Sabiduría, abochornada casi pierde la peineta heredada de su rara suegra Doña Maria de la Fotosíntesis, gritó:
¡No, lo del Sáhara no!
¿Ya te has olvidado que permití que tu madre reparase su “Incansable” submarino en mis ex aguas aún después de lo de Utrecht? ¡Malagradecida! Dijo mascullando por lo bajo, tapándose la boca con su nieta, a la que habían dado su mismo nombre.
¿No te dejó mi alegre nación “plus Ultra” despegar en tus devaneos aéreos con aquel “Golfo”?
¿No te regalamos Cuba, Filipinas y Puerto Rico? Pensé que te habías tratado la bulimia nacionalista con aquel brujo que te recomendé, el del bigote, Don Jose Mari, con lo bueno y certero que es…
Deberías madurar- dijo Sabiduría arreglándose su vestido- usar tu majestuosa placidez y tener unos nietecitos. ¡Desaprensiva y mala hija! ¿No te da pena tu pobre madre?
A ella no le interesan más que sus palacios y sus millones de ester-linas, respondió Liberty, ¡nunca me ha querido realmente! ¿No recuerdas cuanto sufrí para que me diera la independencia? Por eso exploto furiosa cada cuatro de Julio… dijo sollozando.
Bueno, sosiégate “Libe” todas hemos sufrido mucho en estos doscientos años. ¡Mira tu prima Israel que sufrida y callada! Ni lo de los ghetos ha podido con su entereza, que elegancia y donaire nacional…De vez en cuando se calma matando unos cuantos escolares, pero no tiene ni punto de comparación con lo tuyo… ¿Qué rara eres! Tienes que aprender a ser sencilla y discreta como yo.
Dicho esto, Liberty dejó de ser de piedra como por arte de magia, y agradecida, se deshacía en pequeños pedazos de puro elogio hacia el psicoanálisis terapéutico de su amiga Sufiÿa. Parecía que por fin había sanado para siempre su desagradable bulimia que le había hecho deglutir, una tras otra, a Nicaragua, Panamá, Chile, Brasil y hasta la huesuda México…
Tía, eres la mejor
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