ELLA, LA RARA NIÑA POLÍTICA….

Desde que la fiebre se había apoderado de su garganta , la que le impedía llorar y casi hablar, recordó cuantas veces sintió la misma fiebre, de niña, sin saber lo que era. Ahora podía ponerle nombre a aquella enfermedad. Se llamaba familia, dolor y corazón desgarrado.

Su hado, el de la música portuguesa de sus abuelas, la acarició en la gélida mañana de Marzo.


Recordó Marruecos y su maldad, dónde jamás imaginó que pudiera pasar algo tan cruel. Recordó, uno a uno, los días de su infancia, en su propia casa. Desde que pisó el país por segunda vez, allá por el año 2000 empezó a llorar, interminablemente, durante treinta y cinco días, sin parar.
Alcoholizada, huía con sus botellas a la casa de la Mezquita grande de Talborjt. Allí esperaba a que dieran las tres bebiendo, hasta cuando el muecín llamaba a la oración de madrugada. Era el único momento de su larga vida en que se sentía acompañada de alguien, sólo por las palabras. Palabras de un Dios que ellos habían hecho caníbal. Que devoraba todo, hombres, niñas, niños, mujeres.

Huyó de la casa del borracho de Agadir, que era primo de un gendarme real, de esos que dan pánico a los pobres, por su poder sobre la vida y la muerte. Y encontró aquella casa en el medio de la ciudad, desde dónde se escuchaba al muecín, sentada en su terraza con jardín, de borracha europea. Sólo ella escapaba a la tortura en aquel país maldito. Desde niña, se había entrenado para escurrirse de ella con su familia.
Eran ellos los torturadores. 
Unos la violaban, otros la esperaban sádicamente con jeringas de cristal a la puerta, cuando regresaba de su colegio infantil. Ella la brillante niña-bailarina, la estudiosa, tenida como ejemplo…
Todos la despreciaban y le decían palabras hirientes, que ella aprendió a saborear en su inocencia infantil. Tenían sabor de sangre seca, como cuando te dan un puñetazo en la boca. Se convirtieron en su desayuno, su almuerzo, y su cena. Así dejó de comer.

 Sólo le ponían una pega, era demasiado vieja para ser niña. Pensaba demasiado. Eso era muy peligroso en aquella casa y en aquellos tiempos. ¡Quiá, una niña política! ¡Dónde iremos a parar! Decían, o pensaban todos, mientras la marginaban, como a una loca. ¿Dónde se vio una niña con gorra de Ulianov Ilich, Lenin? ¡Qué antipática!

Todos los insultos en su niñez, la curtieron. La hicieron hermana del hombre-huevo de Alicia a través del espejo. Se adueñó de la palabra para defenderse.

Escribió al embajador soviético de 1978 con sólo ocho años. Él le respondió. Le mandó un sobre muy grande lleno de prospectos turísticos, rutas aéreas, fotos de ciudades maravillosas que se llamaban Leningrado. Dentro del sobre había una carta invitándola a visitar su país, que ella hubiera abrazado con los ojos cerrados. El embajador no sabía en qué tipo de mazmorra andaba encerrada, ella, sólo una niña. Mentalmente contempló los edificios de la “Perspectiva Nevsky”, que atesoró en el fondo de su corazón.

 Recordó su conversación con la hermosa muchacha del vestido de flores azules: “…No me siento de ningún lugar…”
A partir de ahí, esa fue su familia y ese su país.

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