Farah, cabalgando de nuevo en su camello volador.

Se sintió llena de vida, cabalgando de nuevo junto a su pequeño Clan. Había visitado a su familia, y estar con su madre, sus hermanos e hijos, la llenaron de paz.
Abandonó el campamento familiar en compañía de todos ellos, que visitaron su tienda, y las de su nuevo Clan.
La vida nómada no permite agrupar a mucha gente en un mismo campamento. Permitió que la lejanía, y los errores, cometidos por el Clan anterior se disipasen, en una mirada fija a las llamas del hogar, en plena noche, insomne.
Desde que se había trasladado a Occidente sentía menos necesidad de dormir que antes, debería ser debido a la entrada inminente del verano, con su fuego que baja del Cielo de día, para refrescar la noche en aromas de humedad.
Abandonó la sintaxis, vieja e inservible, como un cacharro muy preciado pero agujereado en el fondo, dónde ya no se puede cocinar…
Los programas fueron barridos de su vida, y retuvo en su mente la imagen de Cheikha Rimmiti con gafas, cantando ya muy anciana, justo antes de morir en su largo periplo alegrando las almas de quienes escuchasen con atención su voz rasgada.
Los carteles se descolorieron, hechos jirones tras la larga temporada de lluvias que había animado el Desierto. Los libros, atesorados en su caja azul turquesa, fueron encinchados en las angarillas de su camella blanca, preparados para un vuelo a todo galope por el cielo, de un azul indescriptible, como sólo se ve en África.

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