Contempló como el depósito, lleno de ropa y agua jabonosa, giraba haciendo un chirrido. La loba Habiba acudió pronta ante el rechinar del mecanismo, con sus orejas levantadas, intentado descifrar que decía la máquina que giraba con sus chilabas y medias dentro.
Lo dejó lavando, al monstruo jabonoso, en cuanto ella salía a airear su pellejo, después de tamaña carga transportada durante todo el día. Más parecía una camella vieja, aunque después de una ropa negra y un buen maquillaje quedó como nueva.
Paseó con altos tacones hasta la caverna de los Libros, mágica y siempre llena de sorpresas, que estrenaba mobiliario en tonos azules, que pronto, rebosarían de animada letra.
Más tarde se dirigió a la nueva fotografía y la música, siempre bienvenida, de su hermana Alessandra y la gente que siempre la rodeaba.
Allí tropezó con el bandido Fendetestas, que se había tirado a los caminos y sus asaltos “ante la falta de tabaco”…
Apareció luego, el bello doncel de nombre romano, que la interrogó acerca del amor, y animadamente charlaron sobre las últimas experiencias vividas por ambos.
Cansada del parloteo y acunada por la música que el brujo Daniel le dedicó a su “Magnífica Presencia”, se retiró aún con el eco de la canción “Corazón”, que acompañó sus pasos hacia el campamento.
En cuanto llegó vio el tambor jabonoso y chirriante aún en funcionamiento y supo que algo iba mal.
Se alejó del campamento, para digerir una imperfección más de la vida, en compañía de la loba- ¡pobre animal! pensaba ella imaginándola escuchar el chirriar jabonoso durante horas- y pasearon a la luz de la luna menguante.
A la mañana siguiente le toco abrir la sentina de tamaño dinosaurio, que vomitó agua azul marina. Deshizo el entuerto, a la espera de una solución que, pronto o tarde, llegaría. Con certeza.