LA REBELIÓN DE VALENTÍN.

Aquella tarde comenzó ya de una manera extraña. Subió pronto al tren, con el sol fuerte, para ayudar a las mujeres de su tribu en los preparativos de una reunión.
Comenzó la asamblea, con un clima tenso que no sólo no mejoró, sino que llegó a producirle una migraña, de las de manual neurológico.
La discusión con la gente que acudió al congreso fue ardua, y reveló la ignorancia, y hasta la tozudez de algún personaje en imponer sus propias interpretaciones sobre las del grupo.
Todo se disolvió con exquisito mus de chocolate y tarta de queso, irritándola aún más por lo burgués del “disolvente”…
Salió de allí disparada, rumbo a la música, para recuperar la paz perdida.
Pero -¡Oh!- su desdicha aumentó, cuando tropezó con aquel precioso hombre, con el que había acabado tan mal dos años atrás
Él la saludó, y ella fingió no verlo, girando su rostro, al compás de la música, y con una expresión de falsa paz.
Salió a la calle a fumar un cigarrillo, y él volvió a saludarla de nuevo, mientras ella se alejaba un poco, evitando mirarle. Él la siguió,  le preguntó que por que no le hablaba, y ella le espetó muy enfadada que no le conocía, y que si así hubiera sido, estaba arrepentida de haberlo hecho. Le miró a la cara, abofeteándolo con sus palabras, diciéndole: ¿Es obligatorio hablarte?
Continuaron mirándose, ambos en secreto, a hurtadillas, hasta que sus ojos tropezaron varias veces, saltando chispas de un volcán a punto de explotar.
Volvieron a hablar, y él hombre la invitó a pasear, temiendo quedar en ridículo delante de todo el mundo, habiendo ya probado la ira de su voz. Tramando besarla…
Sólo más tarde ella supo su propósito.
Hasta que al final lo consiguió. Casi logró que ella llorase, al recordar el desamor del pasado, y una vez sentados en un banco la besó con fruición.
Quedaron de acuerdo en marcharse juntos a la casa de él. Y se fueron de la mano, caminando felices hacia su Destino, que ella sabía que no era otro que restar sola, como siempre había sido, y sería por un muy, muy largo tiempo.

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