Se enfureció ante las lágrimas falsas de él, derramadas, sólo para conseguir más alcohol.
No creyó más en nada, y todas las ideas se borraron de golpe de su mente. Tembló de ira, ante la falacia de él, para conseguir bebidas extra.
Un burdo chantaje que ella misma había practicado diez años atrás…
Sintió la losa, la de la gente que no tiene voluntad, caerle en el centro del alma, y sólo deseó la compañía de su loba fiel, siempre a su lado, al acecho. Guardándola, sintiendo cada latido de su corazón. Se durmió sola, una vez acabada la falacia del amor-comprador-de-cerveza, y sintió la ausencia de la loba en su lecho.
Deseó que la Esperanza se hiciese día, y con un último recuerdo a su loba Habiba, durmió…
A la mañana siguiente, atravesó el desierto urbano, apesadumbrada, con hiyab, y pañuelo grueso de lana, para soportar el gélido clima de la tormenta “Ulla”.
Sorteó los miles de impedimentos del satélite telefónico, hasta que halló al hermano saharaui, que la transportó en mecánico camello.
Lo cargaron de almohadas, plantas y platos, para transportarlos hasta su nuevo campamento, esta vez situado en un lugar más azocado.
La tarde transcurrió triste, y una leve esperanza la llevaba constantemente a llamarlo a Él, sin obtener más respuesta que la de una voz mecánica, que le repetía sin cesar que él estaba muy enojado con ella.
Finalmente, ya antes de dormir le escribió un mensaje, en el que le decía cuán helado resta el corazón sin el abrazo amado. Y se abrazó a su loba, que esta vez sí estaba a su lado en la cama.