De Farah, el alcalde cojo y el Presidente volador.

Se sintió, nuevamente atacada en su moral de manera feroz, de nuevo frente a la frase “No estamos haciendo contrataciones”, en primer lugar, como si ella las desease, y en último lugar como si una figura revolucionaria, ácrata, feminista radical y solidaria, como ella, pudiere ser “contratada”.
Sintió asco del mamarrachismo político, ineficaz, usurero y mafioso. Pena por aquella pobre pueblerina que se sentía con el poder ficticio de poder contratarla, como si el alcalde cojo no la hubiese puesto en su puesto por ser exactamente una fantoche, una triste testaferra de las telas de araña, tramadas en la sombra, para repartirse los treinta denarios que les restaban de los verdaderos beneficios económicos, que iban siempre al mismo bolsillo.
La muleta asomó en el desierto, y ella la lanzó lejos, espantada ante tanta podredumbre, como si fuese un mal augurio de hacia que lugar se encaminaba aquella tierra.
Siguió insistiendo en su rebelión que no conocía límites y a las que ninguna inepta cultural, y sus pisaverdes maquiavélicos domarían jamás, negándose ella a participar en aquella fiesta de carroñeros, cual comedero de guirres, de los despojos que les dejaba el alcalde cojo.
Se sintió asombrada ante tamaño descaro, que había comenzado en el avión, cuando viajó con el presidente de la carroña, su secretaria articulada, seguidos de un lacayo que portaba unas maletas. Se plantó delante de él y le espetó: ¡al fin un político próximo a los ciudadanos y en directo! ¡Se ha notado el cambio en la trayectoria de nuestro país, desde que usted gobierna! La cara de estupefacción y desconcierto del Presidente la llenó de alegría, y le infundió ánimos, sabiendo ella que se dirigía a una reunión en la que una zona, que databa del pleistoceno, sería ampliada en su perímetro como campo de tiro “En interés de la Defensa de España”, ¡Ja!
 Lo comentó con otra pasajera, cuando desde detrás de la cortina de tripulantes, se escuchó la voz de la repugnante azafata que decía: “a ver si vamos tranquilitos”, dirigiéndose descaradamente a ella, no sin una automática respuesta, de la indómita y feroz loba que habitaba en su interior.
Durante todo el vuelo provocó y humilló a la fea graja, vestida de uniforme anaranjado, de camarera del aire, mientras  mantenía la sonrisa asquerosa que le habían enseñado en su curso de “graja del aire”. A la hora de servir el triste café, Farah preguntó a la graja anaranjada, si el presidente había tomado champagne, siendo atravesada por una mirada de odio, acompañada de la sonrisa del curso de “Graja tripulante”, acompañada de un tenso silencio, midiéndose las dos, Farah sabiéndose gigante, digna heredera de Tin-Hinan, la princesa Touareg, que había señalado su barbilla con el tatuaje de su linaje. Su dignidad y moralidad quedó flotando como un peso de cinco toneladas en el silencio tenso, ella al borde de asesinar a la graja, y la avechucha retirándose, sirviendo sus cafés de mala calidad, desde las ocho de la mañana hasta las diez y media de la noche.

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