Amaneció en el llano pedregoso, y el alba, anunciaba un día tórrido, como después se hizo realidad. El calor sólo daba para restar en casa, y no salir hasta que el sol africano diese alguna tregua en forma de viento o se pusiese, al fin, en el ocaso.
Recibió noticias extrañas que la dejaron conturbada, y que ni supo ni quiso interpretar, simplemente las aceptó.
Las aceptó, como se aceptan las piedras caídas, de las paredes que no había ayudado a frenar la erosión, y nunca sirvieron más que para separar a ricos y pobres, y para pelear a hermanos y primas, por ilusos pedazos de desierto.
El alienado paisaje, le recordó la alienante cooperativa, que surgiría de la mente privilegiada de ideólogos insulares que se lo beneficiarían todo, igual que antaño hicieron los ricos.
¡Ja! Un anarquista con una casa de cuarenta y dos millones de pesetas, y un escultor que no sabe si dedicarse a la escultura, explotar el turismo rural, abandonarlo, y que mientras, dileta, desde aquella altura inhóspita pero preciosa.
Tenidos por personas sabias, ella no podía dejar de verlos desnudos, engañados por el sastre del Emperador, mientras asistían a concentraciones y movimientos de todo tipo…
Alienada y loca, ella también, optó por adormilarse, y aprovechar el recuerdo de aquel calor brasileño que había pasado tantos veranos igual: desnuda y dentro de su casa.
¡Cuanta tontería innecesaria en el suelo más árido de España! ¡Cuanta ilusión vana de producir, en un intento de reproducir, una vez más el Capitalismo, disfrazado de falacia rockera, intelectual y displicente, lejos, bien lejos del sentir del pueblo…!