Se sintió extraña, ante lo huidizo de la conversación. Ahora el amor, la negaba, y permanecía en silencio, eludiendo claramente su compañía.
No se correspondía, el discurso del amor declarado, de soledad y de falta de contacto humano, con la huida emprendida, una vez conocidos sus sentimientos, manifestados abiertamente y sin ambages, como era su costumbre, la de su tribu, en la que las mujeres ponen una tienda sobe el hombre elegido, y eso significa que el amor es público, con todas sus consecuencias, pero con la libertad del modo de vida Touareg.
Le resultaba incomprensible, a menos que el amor no la amase. Que el peso del amor público, pudiese con la insoportable levedad del ser, a la manera de Kundera.
Yerma, se sintió, como el árbol reseco contemplado en compañía, y deseó permanecer así, con la sola compañía de su loba, los sonidos de la naturaleza, el cielo, las nubes, y el desierto, su gran amor, en el que verter lágrimas era saludado, y serían agradecidas por el reseco polvo.
Ahora que se abría un camino nuevo en su vida no se pararía a jugar con el amor, pues ya se sabe que “le gusta mucho jugar”…
Le resultaba del todo inaudito, que fuera malinterpretado su amor de tal manera, como si de un amor esclavizante se tratase, y aborreció la falta de claridad, acariciando su inocencia anarquista, que la llevaría al verde pasto, fruto de la Revolución del Amor.
Texto y fotografía originales de la autora.
Texto y fotografía originales de la autora.