Farah, Muhammad y el automóvil.

Farah llevaba pensando varios días en que Muhammad llevaba mucho tiempo sin ir a clase. Esa noche, a la hora cierta, él llegó con su barba rubia de vikingo del norte de África, y la saludó. Preguntó algunas cosas de la clase, exámenes y demás detalles nimios, comparados con la intensidad de la mirada de ambos, como midiéndose. Ella le dijo que le daría su dirección de correo y así podrían hablar con calma sobre lo que le hiciese falta.

Al iniciarse la hora de clase se estableció un debate sobre el film de Roberto Benigni, “La vita é bella”, y Farah, como siempre la primera, de manera vehemente expresó cuantos claroscuros hay en los humanos y como la historia que narra queda suspendida entre los ladridos de los nazis y lo buenos-buenísimos que son los judíos y demás condenados al campo de concentración en el que transcurre la trama. Muhammad dijo que estaba de acuerdo con Farah en su visión e interpretación del argumento y la miró directamente a los ojos al decirlo. Acabó la clase y su compañera le contó que él esperó a que las dos se separaran, para acercarse en medio de la muchedumbre y hablar con Farah. Le dijo que le enviaría un correo y así ella tendría también su dirección. Se despidieron en árabe, con la sonrisa de él escuchándose por encima de las conversaciones anodinas que se tenían los demás alumnos en la puerta, feliz por escuchar hablar en la lengua de su madre.

Farah se entretuvo haciendo un cigarrillo con su compañera y fumaron caminando. Farah observó como Muhammad se alejaba en su automóvil mirándola fijamente desde la ventanilla cerrada…

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