Una vez muerto su padre, y antes su hermano y su marido, Farah vistió unas ropas negras, ásperas, hechas astillas, casi de madera. Su llanto traspasó de un continente al otro, y así lloró en Europa, América y África. En su periplo desde Agadir a Tánger, dónde está la morada de Calíope, lloró ininterrumpidamente por treinta días y ni la mismísima visión de Yasir Arafat, pasando velozmente con su coche negro a su lado, pudieron consolarla.
Atravesó la cordillera del Atlas desconsolada, atisbando desde su ventanilla el abismo, interrumpida la marcha por la limousine con antena parabólica del rey Muhammad VI.
En Agadir le habían contado que éste deseaba construirse un nuevo palacio, dado que en el actual se escuchaban fantasmas que atormentaban el sueño real. Allí pudo contemplar la nube de soplones, que conforman la telaraña que protege a la monarquía jerifiana de sus súbditos, más que hartos de pasar hambre y miserias.
Paseó en torno al puerto, atisbando la vieja Kasbah y la ciudad antigua, sepultada por un terremoto en 1960 debajo de un barranco, que quedaban al oeste del barrio de Talborjt, su barrio favorito.
Se cansó de ser vigilada por los gendarmes reales, policía turística, soplones, las viejas y los jóvenes de la ciudad, y emprendió la huida ya que no la dejaban llorar en paz.
Continuó llorando mientras atravesaba el Estrecho de Gibraltar. Siguió llorando en el avión hasta Madrid, para luego llorar once horas en la travesía transatlántica hasta Sâo Paulo. Cada vez estaba más delgada, y después de sentirse completamente sola en el mundo, en la Plaza de la Esperanza de Agadir, sólo deseó morir, asunto que casi consigue con la muerte de su padre.
Pasó dos meses internada en un hospital, por los nenúfares que le habían salido en los pulmones enviados por Boris Vián. Soñó, mientras estaba muy grave, que volvía a viajar, ésta vez en un avión rojo, alemán, y se vio a si misma empuñando el pasamanos de la escalerilla de la aeronave, mientras observaba el sol dorado del atardecer que iluminaba su cabello en llamaradas de henna.
Al despertar y ver que solo había sido un sueño, lloró amargamente, odiando con todas las fuerzas de su alma aquella tierra maldita que la había visto nacer. Un lugar en el que había comprobado lo crueles y maledicientes que pueden llegar a ser los humanos.
A lo lejos escuchó la voz de su madre llamándola, y volvió al planeta Tierra, para comprobar cuantas personas la querían y deseaban tenerla a su lado. Recordó un sueño que había tenido antes de que la Batalla comenzara. Se vio a si misma cabalgando un caballo, en medio de su ciudad, que al mismo tiempo era Afganistán. Huía perseguida por unos bandidos, también a caballo y empezó a bajar una montaña muy, pero que muy grande…