Llegada aquella hora, Farah ya no sabía que pensar de aquel hombre tatuado. Había llamado el día anterior diciendo que vendría a la isla y que si podía dormir con ella esa noche. Ella respondió que lo deseaba más que ninguna otra cosa.
Pasaron las horas y ella se entretuvo en estar lista para él. Arregló la casa y se duchó, perfumó y vistió con una ropa elegida especialmente para esa noche. Casi llegada la hora de su avión recibió un mensaje anunciando un retraso y la cancelación del vuelo. Farah no sabía que responder. En un instante pensó en que le tomaba el pelo, que todo había sido un fraude y mil y una conjeturas en el aire se deshicieron viendo un film en la televisión. Farah detestaba las historias con final, y por una vez tuvo suerte.
Siguió el rosario de mensajes cortos entre ella y el hombre tatuado, para entrar Farah en un abismo de desilusión ante la ausencia del hombre. Así pasó dos tristes días, fingiendo muy bien que se encontraba perfectamente y deseando quedarse sola, para lamer sus heridas de loba.
No quería pensar más en él, pero inevitablemente se preguntaba como había desaparecido desde la mañana, la hora en que respondió su último mensaje.
Comenzó a contemplar la idea de un fraude más, ahora que sabía que se vengaba en silencio, a través de los abrazos masculinos que no fueran los de su primer amor. Recordó el film de la noche anterior, que nadaba entre brumas en su mente. Recordó el final, en el que la muchacha lloraba al encontrar a su amado tres años después de buscarlo por todo el país, acabada la primera guerra mundial, enloquecido, con amnesia y preguntándole sin reconocerla ¿Por que lloras mujer?