Farah echó una mirada rápida a su correo y vio que aún no llegaba la confirmación de que era bella y deseada, en forma de respuesta de aquel niño precioso convertido en hombre a la fuerza. El miedo a su libertad en cuanto al amor, arredraba al más fuerte de aquellos hombres niño con los que se topaba por doquier.
El amor de su cría de loba, Habiba, la conformó, y la hizo sentir feliz y querida al fin.
Al final había encontrado un lugar en la Creación, y era dentro de la manada de lobas universales. Animales con un instinto superior, dotadas de una inteligencia emocional que les hacía ser precavidas y amorosas al mismo tiempo. Ahora podía entender muchas más cosas de su naturaleza fiera y defensora de la manada, en la que creía ciegamente, a pesar de todo.
Recordó a su hombre niño que observaba halcones y aves rapaces, trepando por paredes de montañas inaccesibles para ver los nidos y observar a unos pájaros que no sabía eran los favoritos de Farah. Recordó su miedo a entregarse y sus mentiras de niño, para salvaguardarse de formar parte de la manada de Farah y Habiba.
Él hablaba de la Anarquía y la Libertad sin saber lo que era, y con una rigidez que alejaba de él toda posibilidad de experimentar ninguna de las dos cosas. Miedo y rencor, pensó ella, recién llegada de la calle de arrastrar huevos, limones y demás comidas hasta la madriguera en la que pensaba criar sus lobeznas en forma de amor.
Amor era lo único que importaba a esta mujer capaz de morderte con afilados dientes y de lamer dulcemente tu cara en cuanto te sintieras libre para no mentirle. Pensó de nuevo en su hombre niño observador de aves y en los halcones, águilas y pájaros que conformaban su vida.
Lo imaginó trepando por un acantilado hasta alcanzarla a ella. Para observarla como a los halcones. En el fondo se sentía escrutada cada vez que se encontraban. Su discusión sobre la religión y sobre la cultura popular le reveló que no sabía que le hablaba de la religión de los lobos, de su amor por la manada y de su rígida jerarquía establecida así desde tiempos inmemoriales para obtener más efectividad en la caza.
En el fondo ella jamás abandonaría su forma salvaje de ser, su amor por el fuego a la intemperie con un techo de estrellas gigantes, iluminando un negro azul de la bóveda celeste, inmensa en las noches sin Luna.
La propia rigidez del hombre niño observador le revelaba como un lobo fuerte y capaz de llevar con diligencia su manada al éxito. Inconsciencia de hombre simple, quizá demasiado, pensó que le incapacitaba para amar y ser amado, por una mujer fiera que lucharía por él con dientes afilados, y que sería capaz de lamerle con lengua dulce, cuando regresara de la injusta tarea de enfrentar el día a día.
Pensó en su tristeza, y ante su frialdad a la hora de responder a su pregunta sobre la procedencia de aquel semblante triste y aquel silencio impenetrable, casi religioso. Quería decirle que era un niño con miedo de sentirse solo y que no tenía una loba que le acariciase cuando se sentía triste, pero guardó silencio ante lo precipitado de su marcha y allí quedó una vez más, ensimismada en su mundo de lobas…
Arrastrar los huevos, los limones y demás comida, del bajo hasta el primer piso, supone bastante trabajo para quién no tiene la mala y penosa costumbre de arrastrarse. Ese verbo no va contigo. Estuve muchos años subiendo mi escasísima compra por unas escaleras que a mí se me hacían inmensas, aunque solo fueran dos pisos. Bolsas con lo imprescindible que, aparentemente, no pesaban pero, a veces, eran un lastre. Sin embargo, nunca he sido más autosuficiente y digna que en aquél entonces, cuando no tenía marido, ni patria, ni sindicato ni partido…pero subía y subía, aunque fuera arrastrándome, eso si: me, mí,conmigo; nunca ante nadie. ¡Anda que tienes bien puestos los limones! Y lo que me divierto leyéndote…mañana más por favor, FARAH,…
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