Vive para siempre, el padre.
Allá en los árboles que me enseñó siendo apenas una niña.
Sus amorosos brazos morenos, me abrazaban en la cuna.
Los mismos brazos enjutos que tomé para bañarnos juntos
en el Atlántico.
En el final.
No asistí, más que a tu lecho.
Te di de comer y lloré contigo,
al devolverte el cuidado.
Dejé una piedra en tu tumba, y no volví.
Tu risa vive en
mi
tu
corazón.
Adiós padre.