Después de dos décadas de destierro.
Sólo me quedó una lata vacía de precioso diseño, y una moneda de 1927.
Quien salió de mi corazón no volvió a entrar, nunca.
No éramos parientes. No éramos nada.
Entraron a mi vida plantas, cernícalos y una Loba fiel.
El Sol, la Tierra y la Natura.
La magia de Medea.
La Loba Fiel sabe leer los signos, los muerde, y me avisa.
“El cuero de tu lecho está corroído”, me avisó. No le hice caso.
Manías de loba vieja, pensé ignorante de mí.
Anduve en líos sociales, que me repelían desde la infancia.
Por el trabajo que dan y la Hipocresía que hay que ejercer.
Apesadumbrada, supe.
Que mi camino es el duro.
Que lo elegí yo.
Acarreo un carromato de consecuencias insalubres.
¿Dónde quedaron aquellas fanfarrias?
Nunca me interesé por su paradero, ni disfruté de verme envuelta en ellas.
Decididamente no quiero ser nada.
Nada más que lo que soy, pues mi latido no está enfermo ni está podrido.
Allá seguirá el escándalo, por lo que dije. Por lo que hice y lo que fui.
Nunca quise ser otra cosa.
Hermosa y valiente declaración vital. Me hizo recordar el inicio de mi novela «Los niños de la lata de tomate» en el que se dice: «Estaban allí, simplemente, mirándome…En sus ojos una felicidad distinta, venida de la aceptación de una vida en la que las dificultades para sobrevivir eran un componete más de su deseo de armonía con el mundo.»
Gracias, Farha. Un abrazo
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Querida Cecilia, a veces una está obligada a posicionarse y reposicionarse. Ramón Llul describió, allá por el siglo XII, que «conocemos lo que es, por lo que no es», inventando el Principio de Desemejanza… Un abrazo
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