Se enfrentó desde por la mañana, con el muro de la incomprensión, la usura, la mala gestión y la violencia. Era un muro, contra el que Farah solía chocar a menudo. Una mujer educada para vivir sola en el Reino de los Garamantes, una amazona, dispuesta a sacrificar uno de sus senos para afinar la puntería con el arco y la flecha.
No eran buenos tiempos para la Cortesía, aquella señora que su padre le mostró, al decir buenos días, buenas tardes, por favor…
Hoy todo se tomaba sin más, con frescura, sin modo, ni forma.
Sufría al verse imposibilitada de reunirse con su amado, allá por las montañas del norte, para ella inalcanzables en aquel momento.
Contemplaba todos los días aquel muro, lleno de verdín debido al frío y las lágrimas nocturnas del desierto y lo comparó con su aguerrido andar por la vida, sin miedo, a veces con extrema violencia, a veces con la sonrisa de una niña, aquella niña abandonada por el amor, que decidió no volverse a poner nunca más en las manos de aquella fantasía fraudulenta, con grandes costes para ella.
Se retiró a sus aposentos, encaló, lavó y perfumó, para que su espíritu estuviese a la altura del Yumuha, la reunión de los musulmanes, que celebraría en compañía de la Ciencia, pues no existe nada más grato a Al Láh que esto. Prescindió de toda compañía humana y se elevó en el estudio de la antropología femenina, intentando lograr entender por qué ella, era diferente.