Sintió como las dudas del maravilloso hombre que la cortejaba, le amartillaban el estómago. Se sintió revolotear, cual Mariposa monarca africana, en pos del Amor. No pudo soportar un día más sin su voz, y sin su presencia.
A sólo cinco días de su mágico encuentro, él le transmitió sospechas, dudas, cuestiones de fidelidades, sin saber que llegado aquel punto, no había vuelta atrás para ella, que no se interesaba por ningún hombre hacía más de dos años, cuando recibió el hachazo de la maldad que le cercenó el corazón.
En ese momento mandó tatuar su barbilla, pues pensó que nunca más sería posible vivir el amor, al menos para ella.
Sintió como el amor había muerto para ella. Lloró en carne viva, gritó y zarandeó. Destruyó todo cuanto estaba a su alrededor, su vida hecha, dejó la casa, el sofá, como decía Silvio Rodríguez, y huyó al desierto para no morir de soledad y de desamor.
Se sintió bien en el ambiente hostil del desierto, ante la imposibilidad de gustarle a nadie, segura de que viviría como viuda Touareg el resto de su vida.
Los signos, que le mostraron golondrinas muertas de agotamiento después de volar desde África, le mostraron su estado de ánimo, y descansó en la muerte de la compañera golondrina, sintiéndose extenuada, sin solución, y feliz de estar en el sitio justo, en el momento justo.
Viajó al interior del desierto y se alejó por completo de la vida. Deseó dormir eternamente, contemplar sólo volcanes y ruinas, que formaban parte de su corazón. Solamente gallos y cabras, de vez en cuando algún jumento, la despertaban de su mutismo. Evitaba cualquier compañía, caminando por el desierto con su loba Habiba, fiel compañera que jamás fallaba.
Se dejó convencer para volver a la pequeña ciudad, deseando el callejeo y la vida a raudales, de nuevo, en el agreste, dónde crecen higos indios de color rojo, Agrimónia y tantas riquezas ignoradas.
Contempló el güelfo recién nacido de una camella blanca, y su felicidad fue plena, al margen de todo lo demás, y se abandonó al amor insospechado…..