Las piedras de las ruinas, de color sahariano, le hacían sentirse bien en aquel mundo en decadencia, del cual se sentía formar parte. Cada muro abandonado, cada techumbre, sólo con las vigas al aire, como mostrando su esqueleto, le parecían descarnarse junto con ella. El fondo, de increíble nitidez, en la puesta de sol, iluminando algunas crestas de acantilados lejanos, le mostraba cuanto le faltaba para llegar a su meta. El cielo inmenso, aplastante, en su luz desértica le llenaba de paz.
La Luna rellenaba su último día, para estar llena a la noche siguiente. Saldría, junto a su loba, a contemplar el prodigio del cielo estrellado con una inmensa luna redonda, que iluminaría la negrura del cielo.
La licantropía de las dos, unidas en un único ser, llenaría el vacío que sentía, por el amor postergado, ya tanto, que le parecía irreal.
Un vacío de existencia, de unión con el Cosmos que pariría un ser nuevo, en ella misma, mitad loba, mitad humana, dedicada a la cacería de supercherías, corrupciones e hipocresías. Los dientes bien afilados, las garras preparadas, el pelaje brillante y los ojos desconfiados, al acecho.
Resultaría una nueva mujer, hecha de barro rojo, fuerte como las paredes de las ruinas, resistiendo el pasar del tiempo. Amalgamada en paredes de adobe, mezclada con paja, encofrada por un tiempo, hasta que el vacío total llegase, deseado y amado…
Me has hecho alucinar…
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