Amanece en el Malpaís.

 

El sol se ocultaba detrás de los volcanes, pero se adivinaba su resplandor de fuego. Gallos, gallinas y perros componían la sinfonía del amanecer, hablándose entre ellos, diciéndose quién sabe que…
Se sintió muy feliz de, al fin, haber encontrado su lugar. Una pequeña tienda, en el medio de la hamada, confortable y en semi-meseta, fresca, en la que pasarían el verano de forma cómoda, ella y su inseparable loba fiel.
Deseó salir de la tienda a saludar al sol, imperioso en su salida, pero aún tomaba el te de la mañana, y la loba yacía arrebujada en su manta, esperando una palabra suya para levantarse y estirarse. Disfrutó de su intimidad al amanecer, y esperó que fuera un día fructífero lleno de leña para el lar y sus genios.
El aire gélido de la mañana le acarició la espalda, y sintió como la arropaba. La mañana anterior había comprado un sombrero rifeño en el zoco grande, y deseaba que llegase el verano para lucirlo con un manto blanco que le cubriera la cabeza y le colgase por los hombros, atarse una manta a la espalda, pero se sintió triste sin su niño del timple, para cargarlo en su manta y enseñarle cuan bonito era su país. Echo de menos a su niña de la mirada triste, llena de canciones y de sueños, para ayudarla a encontrar el por qué “se sentía mal, sin saber por qué”.
Miró hacia adelante hablando con una mujer que llegó a su tienda a ofrecerle pan y sonrió con ella, hablando de la paz que disfrutaban viviendo en aquel malpaís….

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