Una noche escuchó una conversación entre un hombre y una mujer, y el hombre le pareció muy atractivo, casi magnético.
No pudo evitar entrometerse en el debate, que versaba sobre la salud, dadas las miradas que el hombre le lanzaba, llenas de fuego, y dijo: “Hay que saber leer entre líneas”, sólo eso, eliminando de un plumazo a la interlocutora del hombre.
Pasaron los días, y lo volvió a encontrar, como por casualidad, más tarde supo que no era así y que todo pertenecía a un plan urdido por el hombre, al que al final de la noche eterna descubrió como un joven, envejecido y maloliente.
Cuando la tuvo desnuda y rendida a su masculinidad, le sacó un contrato de teléfono, y ella se desilusionó de tal manera, que vino a llorar una semana después.
Fingió no darse cuenta de que estaba siendo utilizada por un mentiroso compulsivo, que sólo hablaba de filósofos misóginos europeos, y ella, en contrapartida y para zanjar tal despliegue falso de intelectualidad, le dijo que sólo le interesaban los clásicos rusos, como Pushkin, Tólstoi y toda la miríada de buenas obras que su familia había puesto a su alcance, mientras era una niña.
Fingió no darse cuenta de que estaba siendo utilizada por un mentiroso compulsivo, que sólo hablaba de filósofos misóginos europeos, y ella, en contrapartida y para zanjar tal despliegue falso de intelectualidad, le dijo que sólo le interesaban los clásicos rusos, como Pushkin, Tólstoi y toda la miríada de buenas obras que su familia había puesto a su alcance, mientras era una niña.
Había sido educada como una niña pesimista, una buena rusa, que seguía al dedillo el refrán soviético, que decía que “un pesimista es un hombre bien informado”.
Pasaron los días y él continuaba mintiéndole, y diciéndole que deseaba volver a encontrarse con ella en la intimidad, pero esto era ya imposible, por la trama descubierta entre brumas de endorfinas, que nublaban su mente al entregarse a aquel amante, lujurioso y desesperado.
Al final ella armó una verdadera estrategia de contra-choque digna de Josef Stalin, y desarmó todo lo pactado con respecto al contrato supuesto, diciéndole a él que confiaba en él al 3500%…
El vampiro abandonó su casa a la una de la madrugada diciéndole que “tenía que trabajar….”
Lloró a la mañana siguiente, por no poder abandonar su estrategia bélica, y tener que continuar siendo desconfiada y maligna, cosa que aborrecía.
El vampiro maloliente, tuvo la osadía de llamarla, para decirle una serie de excusas balbuceantes, que ella no se tragó, Le hizo probar de su propia medicina y añadió a la conversación, para finalizarla: “ no me llames más, por favor”…