De Farah, en Alemania con la doctora despiadada, la nación que no sonríe.

Farah  contemplaba horrorizada, en silencio para no ofender a su amado leñador, la vía del tren desde la que el Partido Nazi había mandado al exterminio industrial a millones de alemanes, judíos o arios, gitanos y republicanos españoles, presos soviéticos de guerra, y todo aquel que fue siendo seleccionado, en cuanto la política de Adolf Hitler avanzaba, a la conquista del mundo. 

Semanas antes en su casa, su amiga peluquera anticomunista, llenaba su cubo de la basura de infinidad de cabellos humanos, y ella ya había empezado a mascullar sobre la industria de pelo humano que el nazismo hizo en los campos de concentración.

Por un signo del Destino, Farah diría de Al Láh pero Él es innombrable en Alemania so pena de ser pro-terrorista o mínimamente sospechosa de algo, olvidó un medicamento, y su amigo la salvó del ghetto de no saber alemán para dirigirse sola a la consulta ni que tramites debería hacer. 

Él, amablemente, la acompañó a su doctora que se brindó a hacerle el favor de recetarle el medicamento olvidado y después de la consulta, en la que Farah hablaba español y su amigo hacía de intérprete del idioma de la industria del pelo humano, la doctora le preguntó que, qué le parecía Hamburgo, y Farah le dijo que para ella, viniendo del norte de África, le resultaba extraño que la gente nunca sonriese. 

La doctora indignada, ante la sinceridad de una magrebí, que no era de raza aria y que encima, se sentía infinitamente superior a ella en todo, le respondió: «claro es que en cuanto vosotros sonreís nosotros los alemanes trabajamos y pagamos impuestos». 
Farah, en nada empequeñecida ante tamaña grosería racista, respondió que «en su país la gente también trabaja, y paga impuestos, y además sonríe».
La doctora quiso arreglarlo diciendo, con su falsa sonrisa profiláctica, seguro la misma que ponían cuando hacían experimentos con los judíos, que quizás sería cuestión del clima, pero ella ya no prestó más atención, sólo cuando la médica de nuevo le dijo sonriente, que «quizás si los alemanes tomaran un poco del antidepresivo que le acababa de recetar», intentándola humillar de nuevo llamándola deprimida, el prodigioso medicamento olvidado, «sonreirían un poco más».

 Farah le dijo que «se lo disolviesen en el agua y se lo dieran para beber», despidiéndose con una sonrisa triste y mal disimulado su enfado. ¡Vaya ocurrencia aquella de darle a los alemanes un antidepresivo en plan masivo! 

Sólo a Farah se le podía ocurrir que, quizá sería la solución para una nación amargada, que quiere exportar su amargura, y que al parecer de Farah, no habían aprendido nada de su espantosa experiencia de la industria del pelo humano.

Ella continuaba contemplando en silencio y con horror, rayano al pánico, las vías del tren  por donde  aquella nación superior, y que después de semejante fracaso como seres humanos, aún se creía superior, había transportado primero a todo alemán que se opusiese a sus ideales fascistas, y luego con saña, a miles de ciudadanos alemanes de religión judía, que nunca pensaron que tuvieran que huir de su patria pues también eran alemanes..

  Jamás han pedido perdón a los miles de gitanos europeos que gasearon, pero en fin, ese ya sería otro capítulo que Farah escribiría en breve…

2 comentarios sobre “De Farah, en Alemania con la doctora despiadada, la nación que no sonríe.

  1. «Aunque pudiera convencerme de no haber tenido una culpa activa, siempre quedaba un resto, que hasta hoy no se ha borrado. Viviré con ello los años que me queden, seguro». Gunter Grass.

    Ojalá Alemania, Francia, Bélgica, España, etc… (todas las potencias coloniales), y sobre todo su ciudadanía pasiva y cómplice, tanto la de pura raza como la de vocación interesada, hagan alguna vez un «mea culpa» honesto y un reconocimiento de los beneficios deshonestos obtenidos de la esclavitud, de los que aún siguen, seguimos disfrutando.

    Conmovedor y certero relato.

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  2. No sólo no ha entonado el «MEA CULPA» sino que han empezado una nueva carrera colonial y colonizadora en Irak, Afganistán y ahora todos los píses de la tal «supuesta» Primavera Árabe… Negro futuro al que solo unas plabaras me sistienen. y son de Martin Luther King «Yo tengo un sueño» y que le costaron la VIDA. Gracias Querida amiga por sacrme del delirio en el que algunos me quieren meter, Una vez ás «Salomé al rescate» un besazo

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