Farah encontró las notas que había tomado mientras mantenía una conversación de más de un mes con su amiga Felicísima.
Leyó cosas olvidadas, supuestamente, sobre sus miedos infantiles, sobre el amor y como ella lo relacionaba con lo decrepito, en fin unas notas alucinantes que hablaban de si misma y del mundo.
Releyó “el modelo descarriado de vida” que ella había fabricado en la adolescencia, para sobrevivir en un mundo caduco que ya no ayudaba a avanzar a nadie.
Acabada la Dictadura militar, Farah percibió que existía un vacío de poder y que todo tipo de códigos morales y normas civiles habían muerto con el dictador. Comenzó así un periplo infantil, que la llevó a descubrir personas mágicas, que siempre habían vivido en libertad y no en aquel pequeño establo que los militares, policías y su legión de chivatos habían tejido para sofocar cualquier atisbo de vida en aquel país desolado.
Empezó a mudar su forma de vestir y de arreglarse, y esto suscitaba el escándalo de vecinos y demás ciudadanos, acostumbrados al modelo único propuesto por la pequeña gestapo que era la sociedad.
Su madre lloraba mucho al verse sometida al escarnio público por el comportamiento de Farah y sus amigos subversivos. Su padre asentía en silencio a todos sus movimientos, viendo en la niña-mujer reflejarse todos sus sueños de libertad y de conquista del mundo.
Tropezó con una banda de «amigas» que la invitaron a fumar hashísh y a beber grandes dosis de alcohol, que combinaban con el comportamiento más antisocial y destructor que se había visto jamás en aquella pequeña ciudad provinciana del norte de África.
Los muchachos de su edad la temían y la veían como un bicho extraño, un pingüino lejos de la Antártida, que con un graznido de trompeta obturada, recitaba los bienes de la hoz y el martillo, portando insignias con la efigie de Lénin y otros diseños constructivistas.
Sus amigas mas ñoñas huyeron de su compañía, al convertirse en un ser imprevisible que las dejaba en ridículo, ante sus comportamientos convencionales y aquella ansia que todas parecían tener por enamorarse y tener un muchacho imberbe a su lado.
Ella marchaba en un desfile casi militar, de nuevo orden, desafiando al mundo con una camiseta y unas medias panty-cristal que dejaban ver su ropa interior, y los hombres la sorprendían leyendo “Novedades de Moscú”, un periódico cubano que traducía al español todas las novedades de la capital del Imperio de los Trabajadores.
Iba a la playa más concurrida de la ciudad y se bañaba totalmente desnuda, para descubrir que tres toallas más allá estaban los vecinos de su edad, riéndose a carcajadas de su cuerpo delgado, huesudo, con un pecho pequeño y poco atractivo. Se sentía cada vez más sola, decepcionada y una rebeldía feroz empezó a sustituir aquella voz angelical que cantaba con voz de solista en el coro de la iglesia de su barrio.
Echó a andar, a pasear su figura triste y deprimida por todos los rincones del planeta Tierra, y allá donde llegaba, esa misma sombra oscurecía todo, para que su brillo pudiera hacerse manifiesto. Todos querían apoderarse de aquel fulgor incandescente de la inocencia de Farah…
Fotografía: «Mujer de Chechénia» alrededor de 1900, autor desconocido.