La Jequesa Moudza, “platanito” en la intimidad desde que su padre el sheik la llamara así cuando nació, tenía un problema con uno de sus bolsos. Haquibatuhú era un bolso muy peculiar.
Farah conoció a la Jequesa Mouza en la televisión, y decidió interesarse en profundidad por aquella mujer que hablaba de las oportunidades que, con su talonario inflado de monedas de oro, daría a la educación de las mujeres árabes. En el vídeo la acompañaba un extraño bolso, de bigotes al estilo de los Emiratos, bolsillo lateral en forma de barriga inflada de Jeque y un forro de tela raído que sobresalía por las aberturas. Ella se acercaba al bolso cada vez que decidía entonar uno de aquellos cánticos en loor de la salvación de la pobre inculta mujer árabe. A Farah le pareció que el bolso agitaba la cremallera, como si hablase, y entonces la Jequesa Mouza se arrancaba en un discursito precioso sobre las ventajas de la educación femenina y los planes que tenía ella y su gordo marido, cincuenta y seis años más viejo que ella, para la igualdad de las mujeres.
Farah siguió observando las andanzas de la Jequesa por el mundo, y vio que su querido bolso la acompañaba dondequiera que fuese. Él era Haquibatuhú: el bolso de ella. La perseguía donde fuese y le daba igual que llegase Ramadán, la IIIª Intifada, o la fiesta del Aïd.
Por lo visto Haquibatuhú no le temía a nada, y lo peor de todo era que el mundo real no le afectaba. Allá iba él con sus bolsillos llenos de planes infalibles, pañuelitos de papel y planos económico-espirituales para el Desarrollo del Tercer Mundo Irreal.
Y allí seguía debatiendo Farah, con su nación árabe, la Única, la Verdadera, si Haquibatuhú y la Jequesa jocosa, acompañada de tan ridículo asesor, serían rentables para la Umma. Pura deformación sociológica, pensaba Farah apartando el cabello de sus ojos.
Pensó escribirle a la Jequesa, ahora que la red Tela de Araña lo hacía todo posible, y decirle si habría que hacerle algunos cambios estructurales en la base de su diseño de piel de cocodrilo, bolsillos interiores o descarada desfachatez y psicopatía.
A su natural peso, propio de un bolso, había que añadir el de su rasgado forro, más propio de un judío arrepentido de serlo, que de un buen bolso árabe que se precie. A pesar de todo el revuelo por los planes y chequeras de la Jequesa, ni ella ni su bolso la engañaban, una vez descubierto que el bolso hacía de script en los discursos. Con su aparente servicialidad conseguía entrometerse para, aparentemente, resolver las Batallas Genéticas de quienes querían tener embriones criogénicos perfectos, y así Haquibatuhú engañaba, mentía y saqueaba las vidas de todos los que se pusieron a tiro en su infame trayectoria.
yo quiero ese borso
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