Como explicarle al hombre-niño-de las medicinas que ya, no esperaba absolutamente nada de ningún ideal político. Como explicarle, ante lo imposible del encuentro y lo furtivo de su conversación, que ningún ideal sobrevivía al contacto con los grupos humanos de más de cien personas… Ella lo había intentado al sugerirle que los indígenas no tienen nevera pero aún así comen, cazan, nadan y ríen. ¡Que conversación la nuestra!- había dicho sonriendo Farah- unos hablan del fútbol y nosotros de otras tonterías parecidas… Le transmitió toda su contradicción a él con estas palabras, y al llegar a casa después del encuentro, soñó con él, como había hecho cada vez que le veía pasar por su calle apurando un cigarrillo furtivo y esquivando la mirada de Farah. Se cansó de sus miradas a hurtadillas, mientras ella tomaba café en el bar del barrio, y un buen día le dio la espalda rechazando sus ojos. Lo brusco de su actitud le hizo salir huyendo del encuentro con una mujer magnética y extraña como ella que hacía sentir todo aquel torbellino emocional a cualquiera que la mirase. Se sintió feliz cuando aquella mañana él le dirigió aquellas palabras pero lo supo solo al final del día. Recibió sus palabras defendiendo a un diputado conservador con rechazo, y sin comprender a que venía aquel diálogo con ella, después de mostrar fastidio ante lo franco de su mirada, y deseó salir corriendo de aquel lugar al que había acudido obligada por las compras diarias. Por la tarde, cuando volvió a buscar el medicamento para sus ojos que le faltó por la mañana, se sorprendió al encontrarlo de nuevo, y mucho más cuando él le habló en voz tan baja que ella le tuvo que decir que no le oía. Explicaba, el hombre-niño de las medicinas, que ella podía haberse quedado con una falsa impresión al defender a aquel tipo conservador y se declaró nacionalista utópico. Que cosa extraña, pensó ella sobre la marcha, y se declaró socialista utópica, aclarando al instante la confusión de él entre comunismo y socialismo. Escuchaba la radio mientras intentaba concentrarse y aclarar su pensamiento, ante lo turbador del encuentro. Quería pensar que estaba interesado en ella, y superar así el fracaso trescientos cincuenta mil y dos de sus esperanzas para con los hombres. Desesperadamente quería creer que existía alguien interesado en su cerebro árabe, que no huyera ante la visión de su cultura y el peso gigantesco que ella arrastraba al no esconder su origen. Mucho más turbador fue el pensamiento fugaz de que su interés fuera por su corazón, y deseándolo con todas sus fuerzas se sintió arropada por la confusión, amiga inseparable de tantos años. Aquel abismo de lo imprevisto le hacía sentirse libre, y a la vez le producía el pánico justo para no mangonear a nadie, cosa muy de su gusto. Recordó la imagen del hombre-niño de las medicinas pasando a velocidad lenta, en su moto, por delante de ella, y se sintió feliz de que le gustara aquel hombre tan serio y tan callado. Tan observador que la conocía en silencio desde hacía dos años, e incluso le había preguntado donde trabajaba y cual era su profesión, revelando un interés que le traicionó y se reveló turbado, descubierto en su indagar en silencio sobre ella y sobre su vida, mirando al suelo sin poder sostener su mirada una vez más. ¿Seguiría siendo la inalcanzable Farah? ¿Sería aquel hombre serio y callado capaz de amarla como ella deseaba? Llena de presagios, comenzó a coger sus cosas y se precipitó hacia el encuentro de su amiga que la llamó por teléfono para urgirla a encontrarse…