«Mi Marruecos, de 1999 a 2024».

«Hassan II y su hijo Mohammed VI», foto de Mohammed Daradji.

En 1999 viajé por primera vez a Agadir, Marruecos. Fue el 1 de Julio de 1999 y acababa de regresar de una larga temporada en Brasil.

Volé en una avioneta ejecutiva desde Las Palmas, la opción más barata fuera del monopolio de «Royal Air Maroc» propiedad del estado, y visité la casa de la familia de mi profesora de árabe en la Universidad. Me recibieron de manera muy hospitalaria, hasta que empecé a hablar de política, y no supieron si sentarme en el salón de los «Hombres» o en el de las «Mujeres«.

Llegado ese punto decidí irme a un hotel para no incomodar y comprometer más aún a la familia. Me llevaron al Barrio de Talborjt, que atesoro en mi retina antes de ser gentrificado. El Cine, la Estación de «Tobús» (así llaman en dariÿa al Bus), los niños y niñas, las mezquitas de barrio, las tiendas de telas, panaderías y cafés de barrio.

Necesitaba estar sola, después de tanta familia, tantos saludos y tanta política. Recuerdo que el primer día que salí del hotel a tomar un café no era capaz de levantar la cabeza, la situación impone a una mujer  que viaja sola.

Conocí el «magasin» de un hierbero Aziz, que me indicó cómo sortear el acoso sexual callejero pasando a ser acosada sólo por él, ser robada por turista, y más.  Conectamos rápido por el Tarot, que yo usaba para meditar y él para hacer «gri-grí» (nombre dado a la Brujería) a las mujeres y a sus maridos, y así alimentaba a su familia.

Dos días antes de mi regreso, murió Hassan II. La televisión empezó a emitir unos programas especiales en los que una voz rezaba y una imagen de una paloma volaba, exactamente la misma paloma de los billetes de 100 Dirhams.

Regresé a Tenerife cargada de joyas de plata artesanas, telas amazighs y mucha música «Tashelhit» en casetes.

Me divorcié y me deprimí. Decidí entonces irme de nuevo a Agadir, para quedarme una larga temporada y tantear las posibilidades de vivir allí.

Conocía a un tipo que me llevó enrolada como tripulante en un yate de un mafioso inglés desde Tenerife a Gibraltar. De ahí a Algeciras, ferry y llegar a Tánger una de las ciudades más caóticas, sucias y ruidosas que he visitado en toda mi vida.

Tren nocturno hasta Marrakesh, acompañada por muchas Mujeres Contrabandistas con su carga acumulada bajo una Chilaba enorme, punto más al sur a dónde llega el ferrocarril, y desde allí un «Tobús» hasta Agadir.

Asistí al primer discurso de Mohammed VI, cuya fotografía al lado de su hermano presidía ahora todos los bares y tiendas, reemplazando a la de su padre Hassan II o colocada al lado ante la incertidumbre. La «Fiesta del Trono«

Incertidumbre de una Dictadura Militar de «años de plomo», chivatos, vigilantes de la moral, policía turística que impedía a extranjeros estar con los marroquíes u obligaba a pedir un permiso para hacerlo.

La prostitución era sórdida y la más abundante que había visto en años. Mendigos y Mendigas, Ladrones, Rateras, fumadores/vendedores de Hashísh, Niños y Niñas de la Calle, componían el mosaico presidido por una mujer policía que dirigía el tráfico desde una rotonda elevada.

En su primer discurso Mohammed VI aseguró querer acabar con esa dictadura a su manera, y «convertirse en garante de los Pobres».

Ordenó reconocer el asesinato de Ben-Barka, y todo volvió al mismo cuchicheo de putas, rateros, chivatos y demás. Se abrió una «Comisión de Investigación de Crímenes en los años de plomo» de su padre, Hassan II y se dieron algunas indemnizaciones.

En el año 2.000, vista la imposibilidad de habitar semejante espanto volví a Canarias, viajé a Brasil de nuevo, y sucedió lo narrado en el anterior post «Nosotres les Sin Tierra«.

Recuerdo que me fui de Agadir un día de tormenta, rayos, relámpagos y lluvia que saludaron el coche oficial de Yassir Arafat, llegado para la «Cumbre Al-Quds» celebrada allí, que nos saludó con la mano desde el vidrio blindado. Era el año 2.000, hoy Marruecos a cambio del reconocimiento de la «marroquinidad del Sáhara Occidental» ha firmado los «Acuerdos de Abraham´s» por los que establece un compromiso de amistad y cooperación con Israel y reconoce a Jerusalén, de quién es garante de facto presidiendo el «Comité Al-Quds«, como Capital de Israel durante la administración norteamericana de Trump.

Ya en el primer viaje me contaban de musulmanes que iban a rezar a las playas, para «condenar los bikinis» de las Turistas. Se sucedieron en estos 24 años varios gobiernos «islamistas» siempre bajo el paraguas del  «Majzén» (La Tienda, El Almacén), camarilla mafiosa que habita los alrededores del Rey, recibe prebendas y forma parte de su Clientela más acaudalada.

Las ratios de pobreza aumentaron con vértigo durante el gobierno del «Rey de los Pobres» autodeclarado por Mohammed VI. La Educación cayó por un precipicio. Acumuló una fortuna personal ingente, se casó, tuvo hijos, y desapareció su mujer Salma Benali. El Rey enfermó, dicen que por la disipación y las malas compañías, mientras le afilaron las orejas a su hijo Mouley Hassan y comenzó a salir en las fotos junto a su padre el Rey, como en la Era de Plomo

De Farah y el cuero corroído.

Se sintió abrumada por el peso de la vida, sin más.

De repente.

Le cayó todo el peso del globo terráqueo encima, y fue

mujer en un mundo repugnante.

Asqueada, se abandonó a su dolor de cabeza, las

náuseas, esta vez reales, y el desamor.

Ella hablaba de un estudio sobre la violencia en los

jóvenes árabes. Él hablaba de armas, sabía sus

modelos, peso y calibre.

Parecían dos monólogos que nadie escuchaba.

Empezó a enfadarse, y apesadumbrada lo abandonó

en la ducha, con una frase que ella sabía lo dejaría

desconcertado.

Harta de un juego de dolor interminable, no sabía más

que debía hacer. Ni siquiera quiso hacer nada. Hastío

era la palabra.

Fingió no estar enfadada, ni decepcionada, cuando él

le preguntó. Su cara jamás ha disimulado nada, y

cien mil años de historia le cayeron en el rostro esa

noche.

Él deambulaba, torpe, por la vida de ambos, sin saber

que hacer o decir.

Ella lo despidió en la puerta con una mirada que

contenía toda la tristeza del Océano.

Él se resistía a abandonarla, y ella dibujó una sonrisa

que sabía lo alejaría.

Él continuó preguntándole, desconfiado, a través del

teléfono que era lo que le pasaba, la noche llegó y

ella cortó la conversación.

Al día siguiente decidió viajar a visitar a una amiga.

Tomaría un avión que le borrase la tristeza de la faz.

Habló con su madre y juntas lo planearon todo, quién

cuidaría a la loba en su ausencia y algunos detalles

del dinero, y más componendas cotidianas, de

las que sólo las mujeres resuelven bien.

Deseaba tanto ver los ojos limpios de su amiga,

tan amada. Hablarían deseosas, de saber la una de la

otra, animadas por el cotarro político y la basura en

la que se les había convertido el Mundo. La llamó para

decirle que iría a visitarla, y una nueva

esperanza, pequeña como la luz de una

vela, comenzó a encenderse en su alma.

Su alma. La de las mil batallas, pedazos hechos

jirones colgándole, cicatrices que sólo a él le

había enseñado.

Miró a su loba dormir feliz, y verla la consoló.

Escuchó a la loba beber agua, con ese sonido

familiar, de vida en comunión, sólo con ella.

Afiló sus colmillos, loba también, para

comenzar una nueva andadura. Lavó su

pelaje que brillaba más tarde con el sol de la mañana.

La conversación con los Tidjaníes le devolvió la

fuerza que creía perdida. Hablaron de

la Vida, el Alma y la Ciencia.

¡Oh Ciencia amada que no conoce fronteras!

Omnisciencia del desierto, al fin. Se declaró

observadora de la Baraka y ¡el tidjani la entendía!

Despertó a la mañana después del peso, la angustia y

aquel parloteo sobre armas, que aún le rondaba la

cabeza.

Ella supo que sólo era cháchara, y le resultó tan

infantil que abominó de aquel hombre. ¿Qué sabría él

lo que era asustarse al ser encañonada en cualquier

calle de Salvador, Bahía?

Ver la boca pequeña de un revólver plateado y feo,

apuntándote.

Contemplar a los verdaderos bandidos blandir sus

ametralladoras de culata corta, vigilando su bosque, al

que una vez entrabas, salías bandida o cadáver.

Borró aquella presunción, aquella bravuconada de

hombrecito patético, con sólo pensar en la valentía de

una mujer iraní que afrontaba su historia.

Recogió sus cabellos de henna, largos, y comenzó a

preparar su hiyab, para emprender su nuevo camino.

Mejor así, pensó,  sin que los bandidos observen el

brillo del pelaje de una loba que cuida celosamente de

su manada.

Vía Tiŷāniyya http://www.tariqa-tijaniyya.es/doctrinas.html