Corazón blanco.

Su corazón, delicado, de blancos pétalos y refinado aroma nocturno, se armó con pistolas de plata.
Herido después de haber sido amado, su corazón no comprendía el motivo de tanto lastimarla, después de darle tanto, tanto amor.
Una vez tras otra florecía, a pesar de los empellones recibidos. Del orgullo y del miedo. Del desamor y los desalmados.
Y se enfrentó a la cara femenina que, pretendiendo humillarla, quedó al descubierto por su amargura y resentimiento contra su propia feminidad, tiñéndose de misoginia. La cara de endemoniada y retorcida la contempló atónita, ante los balazos de sus ojos, que la ignoraban. Tan sólo acertó a preguntarle que si se encontraba bien, respondiendo el blanco corazón con un escueto: Yo sí.
La tarde transcurrió entre la bruma del polvo africano y las azucenas del balcón, amadas. Tan amadas que trajeron al hombre que tenía miedo de sentir lo que fuese con ella. Yacieron juntos en perfumado beso y, más tarde, él le escribió desde su timidez para disculparse por haber huido dejándola así.
Ella, sagaz y con carcasa de plata envolviendo su corazón, le dijo que no tuviese miedo de mostrarse vulnerable y con miedo ante ella. Él lo agradeció, dispuesto a entregar su corazón, oloroso como sus azucenas, para ser cosido a balazos.

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